La sorprendente historia de una suegra: ¡no podrás creer a quién conocí!

Hace tiempo, en un rincón de España, sucedió una historia que aún se recuerda.

—No van a creer con quién acabo de encontrarme —exclamó Catalinita al entrar en casa. Lavó sus manos aprisa y se dirigió a la cocina, donde sus padres, don Francisco y doña Carmen, ya estaban sentados a la mesa.

La joven se disculpó por llegar tarde al almuerzo y, sin perder tiempo, comenzó a contar su gran noticia.

—Mi hermano Javier tiene novia. Es guapa, alegre y pelirroja, como un rayo de sol. Se llama Lourdes. Trabaja en el lavadero de coches donde llevamos el nuestro. Allí se conocieron. Parece que va en serio. ¡Qué bien! —hablaba sin parar, emocionada.

Don Francisco, el padre, alzó la mirada del plato y, con una sonrisa, dijo:

—Me alegro. Ya empezaba a dudar de la orientación de mi hijo.

Doña Carmen, indignada por el comentario de su marido, se molestó al saber que su hijo había encontrado novia en un lavadero.

—¿Quién trabaja en esos sitios? Solo los que no tienen más opción. Sin estudios, sin modales, sin educación. Y todas son igual, poco agraciadas. “Lavadero” lo dice todo. Ninguna está a la altura de nuestro hijo —no podía calmarla el disgusto.

Don Francisco no estuvo de acuerdo.

—No hables así. La gente es diversa. Quizá la chica estudia y trabaja para pagarse los estudios. No está mal que alguien se gane la vida. Así sabe el valor del dinero y no le pedirá a Javier. Ni siquiera la conoces. Tal vez es encantadora. Nuestro hijo no elegiría a cualquiera.

Pero doña Carmen, con el orgullo herido, no cedió.

—Iré a ver a esa belleza. Averiguaré cómo ha embaucado a mi hijo. Haré que la despidan. Si busca marido, que sea uno de su clase.

Al día siguiente, doña Carmen fue al lavadero. Nada más entrar, armó un escándalo.

—¡Que traigan a Lourdes, la que anda colgada de mi hijo! ¡Que la echen por enredar con los clientes! —gritó.

Pero Marisol, la empleada que la atendió, le respondió:

—No la conozco. Quizá trabaja en otro turno. Vuelva mañana.

Doña Carmen quería humillar en el acto a esa “desvergonzada”, pero no tuvo más remedio que irse sin lograr nada, como quien dice, “con un palmo de narices”. Aun así, juró regresar.

Marisol se acercó a Lourdes y le advirtió:

—No deberías liarte con clientes. Te pueden despedir, está en las normas.

Pero Lourdes le explicó:

—Javier y yo llevamos un año juntos. Al principio no quería, pero él insistió. Ahora quiere presentarme a sus padres, pero prefiero esperar: primero acabar la carrera, encontrar un buen trabajo…

Además, necesitaba ese empleo. Vivía en una residencia universitaria y no quería pedir dinero a sus padres. Marisol prometió no denunciarla, pero le pidió que hablara con Javier para que su madre no volviera.

Esa noche, Javier llegó furioso.

—¿Qué pretendes? ¿Quieres separarme de Lourdes? Trabaja allí temporalmente. Además, todo trabajo es digno. Ni siquiera la conoces. Es buena e inteligente. La amo. Si vuelves al lavadero, me iré de casa y no nos verás más. No te metas en esto. Me casaré con ella. Es mi última palabra.

Doña Carmen calló. Sabía que su hijo no amenazaba en vano. No quiso perderlo y decidió no volver.

Dos años después, Javier y Lourdes se casaron. La boda fue espléndida, y doña Carmen, orgullosa, contaba que su nuera había ayudado a organizarla. Lourdes terminó la carrera con matrícula, encontró un buen empleo y ganaba tanto como Javier. Además, esperaban un hijo.

Don Francisco invitó a su esposa a bailar y le susurró al oído que habían tenido suerte con sus mujeres, él y su hijo. Se unieron al vals de los recién casados, girando al compás de la música.

Y bien, ¿crees que una madre debe elegir novia para su hijo?

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