La sombra del pasado no nos deja respirar
¡Cómo me cansa la exmujer de mi marido! Desde que se divorciaron, no ha encontrado a nadie más. Apenas pasa de los treinta, pero parece obsesionada con la venganza. Tienen dos hijos en común, y los usa para arruinarnos la vida. Dice que yo le robé su familia y hace lo imposible por separarnos. ¿Cómo? ¡A través de los niños! Llama a mi marido todos los días: «Los niños lloran, piden que vuelvas a casa». Su celosía lo envenena todo.
Pero yo no me llevé a Andrés de su hogar. Nos conocimos en Zaragoza, trabajábamos en la misma empresa. Sabía que estaba casado, y entre nosotros no había más que charlas de trabajo. Por entonces, yo vivía con un chico que siempre andaba de viaje. Recuerdo aquella cena de empresa a la que fuimos con nuestras parejas. Su ex, Lucía, se comportó fatal: se emborrachó, coqueteó con otros hombres, montó escándalos. Me quedé espantada.
Andrés la dejó poco después. Yo también di un giro a mi vida: corté con mi novio, cambié de trabajo y logré un ascenso. Andrés, que tenía su propio piso, se mudó a uno alquilado mientras Lucía creía que «volvería arrepentido». Pero no fue así. Empezamos a salir y, al final, nos casamos.
Han pasado tres años desde nuestra boda, pero Lucía no ceja. No solo no lo supera, sino que arrastra a los niños en sus maquinaciones. La niña tiene nueve años, el niño siete. Ya entienden lo que ocurre. Una vez, la pequeña le confesó a Andrés que su madre le hizo llorar al teléfono para decirle cuánto lo echaban de menos.
Lucía insiste en que las visitas sean solo en su casa. Ni en la calle, ni en la nuestra, ¡ni hablar! Y ella, con vestidos ajustados, se pavonea frente a Andrés, arreglada como para una cita. Quiere recuperarlo, pero es inútil. Andrés me contó que los niños, que supuestamente «lo extrañan», en cuanto llega, salen corriendo: el niño se va al parque y la niña se encierra con el móvil. Mientras, Lucía inventa excusas para retenerlo: que arregle el grifo, que mueva el armario. A nosotros no nos deja verlos, llama a nuestra casa «antro de perdición».
Una vez, Andrés dormía tras el turno de noche. Su móvil no paraba de sonar. Miré y era Lucía. Decidí contestar, pero me callé. De pronto, oí una vocecita: «Papá, ¿cuándo vienes?». Le dije: «¿Diga?». La niña se turbó y pasó el teléfono: «Mamá, hay una señora». Lucía gritó: «¡Oye, que quiero hablar con mi marido!». Me quedé de piedra, pero respondí: «¿Su marido? Aquí no vive ninguno». Luego le dijo a Andrés que la había insultado.
Después, vinieron las rarezas. A mi jefe le bombardearon con llamadas de acreedores, diciendo que yo debía mucho dinero, aunque jamás pedí un préstamo. Luego apareció un perfil falso con mis fotos en una página de citas. Me llegaron mensajes de un «admirador». Andrés y yo supimos al instante quién estaba detrás. Lucía no se detendrá ante nada para enfrentarnos.
No me opongo a que Andrés vea a sus hijos, ¡pero no así! Los niños no pueden ser moneda de cambio en sus juegos. ¿Cómo hacer que Lucía nos deje en paz?