La Sombra del Pasado: Drama en el Corazón de una Mujer

La Sombra del Pasado: Un Drama en el Corazón de Marina

Marina está sentada en casa, rodeada por el silencio habitual del pequeño pueblo de Pinosol. La rutina de la baja maternal la atrapa: los días se mezclan en un caleidoscopio monótono de nanas y tareas domésticas. Pero cada tarde espera con ansia el regreso de su marido, Sergio, para sentir, aunque sea un instante, el mundo más allá de su acogedor apartamento. Hoy llegó más tarde de lo normal, con la mirada cansada pero extrañamente pensativa.

—¿Cómo te ha ido en el trabajo? —pregunta Marina, como siempre, con una sonrisa tímida, esperando algo que rompa la monotonía de su día.

Sergio se queda quieto, como si eligiera las palabras. Su silencio pesa en el aire, denso como una nube de tormenta.

—¿Te imaginas las casualidades? —dice al fin, con una risa nerviosa—. ¡Por algo dicen que este pueblo es como un cortijo grande!

—¿De qué hablas? —Marina se tensa, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

—Ha llegado una nueva al trabajo. Cuando la vi, me quedé de piedra. Es Elena, ¿te imaginas? ¡Elena Martínez!

Marina siente que la sangre huye de su rostro. Ese nombre, como un eco del pasado, golpea su corazón, reviviendo recuerdos que había enterrado con esfuerzo. Hace siete años, cuando conoció a Sergio, él era diferente: alegre, abierto, pero inalcanzable. Su corazón pertenecía a otra, a Elena, la misma cuyo nombre ahora desata una tormenta en su alma.

Entonces, Marina no se atrevía a interferir. Respetaba sus sentimientos, temiendo arruinar la felicidad ajena. Sus caminos se cruzaron gracias a un amigo común, y a veces se sorprendía admirando a Sergio a escondidas. Le parecía el ideal: amable, carismático, con una sonrisa cálida. Pensaba qué suerte tenía su novia, y soñaba con encontrar a alguien así. Pero un día, Sergio apareció solo, sin Elena, con la mirada apagada. Resultó que habían terminado, por decisión de ella.

Marina le compadeció, pero en lo más profundo no pudo evitar alegrarse. Era su oportunidad. Esperó, asegurándose de que la ruptura era definitiva. Unos meses después, lo invitó a cenar. Así comenzó su historia. Fue fácil conectar, y pronto nació el amor. Dos años después se casaron, y tres más tarde nació su hija, con quien Marina ahora está en casa.

Pero Elena… Elena fue por quien Sergio sufrió. La que ella había reemplazado. Todos estos años temió que su amor fuera solo un consuelo. Esperó que, con el tiempo, los sentimientos de Sergio fueran sinceros, pero ahora, al escuchar su nombre otra vez, los viejos miedos resurgen con fuerza.

—Vaya… —solo alcanza a decir Marina, intentando ocultar el temblor en su voz—. ¿Y cómo está?

Sergio encoge los hombros, evitando su mirada.

—No hablamos mucho. Un saludo, y ya.

—¿Está casada? —pregunta Marina, sintiendo cómo se le cierra la garganta.

—No lo sé —responde él, con un dejo de irritación—. Y tampoco me importa. Nos saludamos, sonreímos, y listo. ¿Qué más da?

Pero Marina nota que no es sincero. Sus palabras suenan a excusa, para ella y para sí mismo. Los celos, como veneno, se extienden por sus venas. ¿Y si Elena se lo lleva? ¿Y si los viejos sentimientos resurgen? Recuerda lo mucho que Sergio la quiso. Era un amor intenso, verdadero.

Sergio, claro, no es del todo honesto. Siente curiosidad por la vida de su ex. Y, si es sincero, le alegró verla. Algo se removió dentro de él cuando sus miradas se encontraron. No, ama a Marina y a su hija. No haría nada para herirla. Pero de pronto se da cuenta de que espera con impaciencia el siguiente día de trabajo, solo para ver a Elena otra vez. Hablar, nada más. ¿Hay algo malo en eso?

Al ver la angustia de Marina, Sergio intenta calmarla antes de irse:

—Intentaré volver pronto hoy. ¿Me preparas algo rico?

—Claro —responde ella, forzando una sonrisa.

—Te quiero.

—Y yo a ti —dice Marina, pero su voz tiembla.

Cuando la puerta se cierra tras Sergio, su sonrisa desaparece. Nunca dice “te quiero” al salir. ¿Es una señal? ¿Buena o mala? Dicen que los hombres se vuelven cariñosos cuando les remuerde la conciencia. La idea no la abandona.

Intenta distraerse con su hija, que acaba de despertarse. Pero la angustia no se va.

En el trabajo, Sergio ve a Elena de nuevo.

—Hola, qué bien te ves —le dice ella, con una sonrisa que brilla en sus ojos.

—Tú también —contesta él, notando un nudo en el estómago.

—¿Comemos juntos? Así charlamos un rato.

—¿Por qué no?

Sabe que no está bien. Debería poner límites. Pero… ¿qué hay de malo en un almuerzo con una compañera? Se quedan en el café, hablando de todo como si no hubieran pasado siete años. Sergio descubre que Elena no está casada, que nunca encontró a alguien.

—Sabes, años después me arrepentí de dejarte— confiesa ella—. Pero ya eras de otra.

—Fuiste tú quien terminó —responde él, con un dejo de reproche.

—Qué le voy a hacer, era joven y tonta —ríe—. Ahora no te dejaría escapar.

El silencio que sigue es tenso. Las emociones les golpean. Sergio siente que no es una simple charla. Hace tiempo que no experimenta esta emoción. Su amor con Marina es sólido, pero… rutinario. Desde que nació su hija, la pasión se apagó, dejando solo ternura y cuidado. Y ahora, de pronto, revive esa antigua agitación.

Vuelven al trabajo. Elena le pide ayuda con un programa nuevo. Sergio acepta. No dan tiempo durante el día, y se queda después. Le escribe a Marina que llegará tarde, y la culpa lo punza. Pero el deseo de estar un poco más con Elena es más fuerte.

Pasan una hora con el programa, desviándose a temas personales. Elena está tan cerca… En un momento, se gira y sonríe. Sus rostros están a punto de rozarse. Un paso en falso, y cruzará la línea.

Pero Sergio se levanta de golpe.

—Debo irme. Me esperan —dice, evitando su mirada.

Elena asiente, pero su expresión es de decepción.

En el camino a casa, Sergio va con el corazón apretado. No ha cruzado el límite, es fiel a Marina. Pero la fidelidad no son solo acciones. Son pensamientos, sentimientos, deseos. Y en eso, ya no está seguro.

Marina lo espera con la cena. Ha calentado sus croquetas favoritas, queriendo agradarle. Por primera vez en mucho tiempoMarina lo mira a los ojos y, aunque no dice nada, él sabe que debe elegir entre el pasado que lo llama y el futuro que ha construido con ella.

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