Imagínate que es una tarde fresca de octubre en Madrid, el viento ya trae ese toque de invierno. Elena, que siempre está en su sillón de mimbre junto a la chimenea de leña, está tejiendo con sus agujas. Lleva tiempo haciendo una bufanda para su marido, Antonio, y el tejido va creciendo punto a punto. Cada tanto levanta la vista y echa una mirada a él; él está en la mesa, con la cabeza agachada sobre una libreta, garabateando algo y frotándose el entrecejo de vez en cuando.
En casa reina ese silencio cómodo que tanto nos gusta, solo se oye el tictac del viejo reloj de péndulo y, de vez en cuando, el crujido de los troncos en la chimenea.
De pronto, la puerta se abre de golpe.
Un chirrido fuerte hace que los dos se sobresalten.
En el umbral está su hija, Lola, con las mejillas sonrojadas, los ojos brillando y una sonrisa rara, casi nerviosa, en los labios.
¡Mamá, papá, tengo una noticia brutal!
Antonio y Elena se miran. Elena deja las agujas a un lado, y Antonio, sin apartar la vista de su hija, cubre la libreta con la mano.
Dime, dice él con cautela, sintiendo un nudo en el pecho.
Lola da un paso adelante, sonríe de oreja a oreja.
¡Abandono la universidad!
El silencio se vuelve denso, como si el aire se hubiera convertido en agua.
¿Qué? exclama Elena, y la aguja se le escapa de las manos, cayendo al suelo con un pequeño tintineo.
¡¿Estás loca?! Antonio se levanta bruscamente de la silla.
Lola solo se ríe, moviendo la mano como diciendo que están exagerando.
¡Vaya, ya veo el drama! No es por cualquier cosa. ¡He encontrado mi verdadera pasión!
¿Y cuál es? aprieta Elena los reposabrazos del sillón hasta que sus nudillos se ponen blancos.
Lola respira hondo, sus ojos se encienden aún más.
¡Voy a ser… viajera!
Silencio.
¿Qué? Antonio repite la palabra como si le quemara en la lengua.
¡Sí! Nada más fácil. Haré autostop por el mundo, viviré en hostales, trabajaré donde sea necesario, conoceré gente, escribiré un blog…
Elena se pone pálida.
Lola, ¿te das cuenta de que eso es una locura?
¿Por qué? responde la chica frunciendo el ceño. ¡Es libertad!
¿Libertad? Antonio rechina los dientes. ¡Es una necedad! Ni siquiera sabes lo que te espera.
Claro que será duro al principio Lola se encoge de hombros. Pero no estoy sola, ustedes me ayudarán, ¿no?
¿Con qué? Elena se levanta de un salto, la voz temblando.
Con dinero, al menos al principio, hasta que me ponga en pie.
¿Quieres que financie tu fuga de la realidad? Antonio se queda inmóvil, con la cara de piedra.
¿Qué más da? Lola abre los ojos como platos. ¡Ustedes son mis padres!
Elena se lleva una mano al corazón.
Lola le hemos puesto tantas esperanzas
¿Y yo no tengo derecho a mi vida?
Sí lo tienes dice Antonio de repente, firme como el acero. Pero si de verdad eres adulta y responsable, resuelve tus problemas por ti misma.
Lola se queda inmóvil.
¿Nos negamos a ayudaros?
No vamos a salvarte de las consecuencias de tu propia decisión.
Lola exhala fuerte, sus ojos chispean.
¡Pues vale! ¡Me las arreglaré sin vosotros!
Da la vuelta y sale de la habitación, cerrando la puerta con un golpe que hace temblar las paredes.
Se instala un silencio pesado y opresivo.
Elena se sienta de nuevo, temblando.
Dios ¿qué hemos hecho?
Nada, contesta Antonio, sentándose a su lado con pesadez. Solo le dimos una oportunidad para pensar.
A la mañana siguiente Lola no aparece en el desayuno. Antonio y Elena beben café en silencio, mirando de reojo la puerta, a la espera de cualquier ruido.
Y entonces, la puerta se abre.
Lola entra pálida, con ojeras bajo los ojos, el pelo despeinado como si no hubiera dormido en toda la noche.
Me he arrepentido dice, casi sin aliento.
Elena casi llora de alivio.
Gracias a Dios
No dormí nada anoche continúa Lola, sentándose a la mesa con la voz casi susurrada. Pensaba ¿y si de verdad no doy con ello? ¿Y si me engañan, me roban, me abandonan
Antonio se levanta sin decir nada y sirve el café. El negro y denso vapor sube como el humo de una hoguera apagada. Lleva la taza a Lola con una mano temblorosa, una señal muda de comprensión.
¿Entonces decides terminar los estudios? le pregunta, y su voz habitualmente dura adquiere una suavidad inesperada.
Lola abraza la taza con ambas manos, como queriendo calentar los dedos helados. Da un sorbo lento, respira profundo y sus hombros se relajan, como si una carga invisible se hubiera ido.
Sí titubea. Pero todavía quiero viajar. Solo cuando tenga estabilidad. Cuando pueda estar segura del mañana.
Los labios de Antonio se curvan en una leve sonrisa. Asiente y en sus ojos, normalmente severos, asoma un brillo cálido, casi paternal: orgullo, alivio, lo que sea.
Eso ya suena razonable comenta, y esas simples palabras suenan como un elogio supremo.
Elena no puede contenerse. Se levanta, abraza a Lola con fuerza, y la hija se aferra a ella, temblando sin querer. Elena pasa los dedos por el cabello de su hija, como diciendo que todo está bien, que todo irá bien.
Lo importante es que lo has entendido susurra Elena, con la voz temblorosa.
Perdón por lo de ayer balbucea Lola.
No pasa nada responde Elena con una sonrisa, sus ojos brillando. Es sensato sacar conclusiones correctas.
En la habitación reina una quietud que ahora es tranquila, no tensa. Los rayos del sol se cuelan por la cortina y juegan sobre la superficie del café en la taza de Lola. Antonio tose, coge la azucarera y golpea la cuchara contra el plato, ese sonido doméstico que devuelve la sensación de normalidad y hogar.
El desayuno continúa con una calma inusual. Lola come su tortilla despacio, como si estuviera reaprendiendo el sabor de la comida casera. Antonio hojea el periódico, pero su mirada sigue volviendo a la hija. Elena bebe su café sin prisa.
Entonces dice Elena con cuidado ¿volverás a la universidad?
Lola deja el tenedor. En sus ojos hay una determinación firme.
Sí. He comprendido que abandonar los estudios es una tontería. Pero hace una pausa quiero cambiar de carrera. Derecho era lo que esperabais, no lo mío.
Antonio deja el periódico. ¿Y qué quieres estudiar?
Periodismo o relaciones internacionales. Para luego sus ojos se encienden con una llama consciente poder trabajar en el extranjero, legalmente, con contrato.
Silencio. Pero ahora es reflexión, aceptación.
Antonio habla primero.
Eso tiene sentido. Asiente. El lunes iremos a ver al decano y veremos cómo podemos hacer el cambio.
Elena suelta una risa inesperada.
¡Imaginar lo que dirá la profesora María del Pilar cuando se entere! ¡Estaba segura de que serías fiscal!
Una pequeña sonrisa cruza el rostro de Lola.
Que ella intente ser fiscal a los 55 años.
Todos se ríen. Es una carcajada sincera, la última del día.
Y en verano continúa Lola, sin perder el hilo , si no os importa quiero ir como voluntaria a Europa, dos semanas, programa de intercambio.
Los padres se miran.
Eso empieza Elena.
Sin autostop corrige Lola rápidamente. Con billetes de ida y vuelta y el móvil siempre encendido.
Antonio suspira profundamente, pero sus ojos muestran acuerdo.
Trato hecho. Pero primero, los estudios. Y una preparación seria.
Lola asiente, saca el móvil y marca.
¿Aló, Carmen? Soy yo Sí, he cambiado de idea No, no voy a dejar la universidad ¿Y si nos apuntamos juntas a un curso de español?
Elena capta la mirada de Antonio y sonríe. En esa luz matutina, con el café aún tibio sobre la mesa, ven a su hija no solo volver, sino haber crecido. Y eso, querida, es el viaje más importante de todos.






