5 de octubre de 2023
Esta mañana, como siempre, salí temprano a trabajar. La juventud deja mucha basura los fines de semana, así que llegué a las cuatro para limpiar el parque. Llevo décadas barriendo estas calles. La vida antes era distinta.
Mientras empuñaba la escoba, recordé a mi hijo Javier, al que tuve sola a los treinta y cinco años. Los hombres nunca fueron mi fuerte, así que decidí dedicarme por completo a él. Era mi orgullo: listo, guapo Lo único que me inquietaba era cómo odiaba este barrio.
Mamá, cuando sea mayor, seré un triunfador me decía.
Claro que lo serás, mi vida le contestaba yo.
Cuando cumplió dieciséis, se marchó a un piso de estudiantes cerca de su instituto. No me gustaba tenerlo lejos, pero prometió visitarme.
Al principio venía cada semana. Luego conoció a una chica y las visitas se espaciaron. Hasta que un día volvió para quedarse y me dijo que estaba enfermo. No entendí por qué la vida nos castigaba así.
Vendí mi piso sin dudarlo para pagar su tratamiento en una clínica privada. Una noche sonó el teléfono.
Señora, lo siento Su hijo ha fallecido.
Creí que no podría seguir viviendo sin él.
Esta mañana, mientras limpiaba, el vecino del tercero, don Ramón, pasó con su perro.
Buenos días, Martina saludó él.
¿Tan temprano por aquí? pregunté, sorprendida.
Me aburría en casa. Además, así charlo un rato con usted respondió con una sonrisa.
Don Ramón es viudo. Me ruboricé sin querer.
Bueno, seguimos. No le quito más tiempo dijo, alejándose con el animal.
Comencé a barrer hasta que algo brilló en un banco: un móvil. Lo encendí y vi fotos. Alguien lo había olvidado. Al mirarlas mejor, el corazón se me encogió.
¡Javi! ¡Mi niño! rompí a llorar.
De repente, el teléfono sonó. Dudé, pero contesté.
¿Diga? ¡Ese es mi móvil! ¿Puedo recuperarlo? preguntó una voz femenina.
Sí, claro. Lo encontré en el parque respondí, dándole mi dirección.
Media hora después, una joven llamó a mi puerta. Detrás de ella, un chico.
Disculpe, ¿de dónde sacó las fotos de mi hijo? pregunté, temblorosa.
¿De Adrián? preguntó ella, confundida.
El chico entró.
¡Javier! grité, desplomándome.
¿Qué le pasa? preguntó él, alarmado.
Creo que te ha confundido. Llamaré a una ambulancia dijo la chica.
Cuando volví en mí, la joven, Lucía, me explicó que había salido con mi hijo años atrás, pero que él la abandonó al saber que estaba embarazada.
No es cierto susurré. Él enfermó. No quiso ser una carga Lleva muerto cinco años.
Lucía palideció. Luego llamó al chico.
Adrián, ven. Tu padre no nos abandonó. Murió antes de que nacieras. Y esta es tu abuela.
Abuela murmuró él, tímido.
Lo abracé con fuerza. Lucía nos invitó a vivir con ellos, pero me negué.
Prefiero visitarlos. Este barrio es mi vida.
En eso, llamaron a la puerta. Era don Ramón, con flores.
Martina, ¿me acompaña a pasear?
Encantada sonreí.
¿Y nosotros? preguntaron Lucía y Adrián al unísono.
Si se portan bien bromeó él.
Dos meses después, don Ramón y yo nos casamos. Su perro, Canelo, adora a Adrián. Mientras ellos pasean, yo hago magdalenas para todos.
La vida duele, pero a veces nos devuelve, con creces, lo que creímos perder.







