La puerta cerrada: me siento como una extraña en sus vidas.

Oye, qué fuerte lo que te voy a contar… La nuera me cerró la puerta en las narices, como si fuera una extraña en su vida.

Mi hijo lleva ya 5 años casado, y en todo este tiempo, ni una sola vez me han invitado a su casa. Ni siquiera a cruzar el umbral. Desde el principio, mi nuera, Laura, dejó claro que no le gustan las visitas —explica con tristeza Carmen, de 60 años, desde Valencia.

Mi hijo vive con su mujer en su piso, un pequeño estudio en el centro. Para los dos está bien, no se quejan. Tienen planes para mudarse a algo más grande, ahorran, trabajan… En teoría, todo normal, todo lógico.

Mientras no tuvieron hijos, no me metí. Ellos trabajaban de sol a sol, y yo en mi huerto en Alboraya. Cada uno a lo suyo. Nos veíamos en fiestas y hablábamos por teléfono. A mí me parecía bien —reconoce.

Pero hace poco todo cambió. Laura, mi nuera, tuvo un embarazo difícil, el parto fue complicado, y casi no sale adelante. Yo estuve ahí, yendo al hospital, llevándole lo que necesitaba, sufriendo con ella. Después de todo eso, jamás pensé que con el nacimiento de mi nieta me apartarían así.

Laura ya había dicho que querían criar a la niña solos, sin ayuda. Pero pensé que eran palabras. Alguien que no duerme, que está agotada, tarde o temprano pide ayuda. Sobre todo yo, que sé lo duro que es ser madre primeriza —cuenta Carmen con nostalgia.

Recuerda cómo su propia madre la ayudó cuando criaba a Jorge. Le cocinaba, limpiaba, se lo llevaba de paseo para que ella descansara. Un apoyo que no tenía precio.

El día que dieron el alta, fui con flores, regalos, lágrimas en los ojos. Abracé a mi hijo, felicité a Laura… y ellos me trajeron a casa en el coche diciendo: “Necesitamos descansar, ya hablamos”. Ni un “pasa a tomar algo”, ni un “quédate un rato”. Como si me pusieran en pausa.

El primer mes no dejaron que nadie viera a la niña. Laura hablaba de “adaptación”, de “tiempo en familia”. Bueno, pensé, un mes se espera. Pero pasó el segundo… el tercero… Ya van seis meses y la puerta sigue cerrada.

Solo salimos a pasear juntas. Laura me da el carrito y me dice: “Llévala un rato, yo me voy, tengo que lavar”. Y se va, y la puerta se cierra detrás de mí. Ni siquiera he pisado su casa. Nunca. En todo este tiempo —dice con amargura.

Al principio, Carmen se sentía herida. Lloraba, se enfadaba. Luego lo asumió.

Al menos me deja pasearla —piensa—. Al menos la veo. Al menos no me arrebata ese momento. Camino con ella por el parque, le canto canciones y después… devuelvo el carrito y me voy.

A veces se pregunta: ¿habré hecho algo mal? ¿Tendrá Laura sus razones? Pero no hay explicaciones. Solo distancia, como si no fuéramos familia, sino vecinas que coinciden en el rellano.

¿Tú qué crees? ¿Tiene la joven madre motivos para actuar así? ¿O es una falta de respeto? ¿Qué harías tú en su lugar?

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