Carmen fue recogida de oncología por su prima hermana Sofía. Sofía es una artista de éxito. Es una persona abierta, amable, alegre, nunca da rodeos, no oculta nada, por eso, cuando llevó a Carmen al coche, sosteniéndola del brazo, le soltó todo tal cual:
-Carmi, pues eso… en fin, tu Mario vive con una mosquita muerta, pero no te preocupes. Hay donde vivir. No te voy a dejar, te ayudaré en lo que pueda.
Carmen, después de la operación y varios ciclos de quimioterapia, calva, delgada y pálida, caminaba pensando: seguramente, según la tradición, en este momento debo desmayarme, llorar, arrancarme los pelos, solo que ya no hay pelo.
Podría fingir un desmayo y caer justo en un charco, pero era una pena por el abrigo blanco de Sofi que ella había puesto debido a que ya era otoño y hacía frío.
En el coche hacía calor, pero Sofía envolvió a su hermana en una manta de piel, la abrochó con el cinturón de seguridad y la llevó a una nueva vida. Mientras conducían, Sofía le explicaba a Carmen:
-Compré la casa para mí hace dos años. Pensaba vivir allí en verano y pintar, pero viví un tiempo y me di cuenta de que no era lo mío. Estoy acostumbrada a las comodidades, a las grandes tiendas, a la multitud.
No soporto el silencio. Estuve en la casa ayer, la calefacción funciona, el agua corre, lo demás tú misma. Hay una tiendecita de comestibles, pero te traje todo. Vendré a visitarte.
En el patio había un gran perro pelirrojo. Moviendo desesperadamente la cola peluda, corrió hacia Carmen y hundió su nariz en sus rodillas. Carmen acarició la cabeza peluda y miró interrogativa a Sofía.
-Carmi, lo saqué del refugio ayer. Necesitas un amigo. ¿Cómo vas a estar aquí sola? No te preocupes, le compré comida, dura un mes. Juntos es más divertido. Se llama Paco.
En la pequeña casita de dos pisos, hacía calor. En medio del comedor había cajas con conservas, cereales, pastas, harina y galletas.
-Desempaca tú misma, así sabrás dónde está todo. La nevera está llena. En el armario encontrarás ropa para todas las estaciones, tenemos la misma talla. Vamos, Carmi, vamos a tomar un té y me iré.
Ya vestida con su abrigo, Sofía se acercó a Carmen, trató de mirarla a los ojos. Pero Carmen evitó la mirada.
-Carmi, este perro estuvo tres años en una jaula. Nadie lo adoptaba, es grande y ya no es joven. Entiendo que te sientes mal, lo estás pasando mal, pero me tienes a mí. Y el perro te tendrá a ti. Hay que aferrarse a algo para volver a la vida. Olvídate de Mario.
Todo irá bien. Y otra cosa: esta es tu casa, lo puse todo a tu nombre, tanto la parcela como la casa. Los papeles están en el dormitorio, el dinero también. Carmi, vivamos. Vendré en una semana, si necesitas algo, llámame.
Sofía besó a Carmen y se fue…
Ya había anochecido, y ella seguía sentada en el sillón, acurrucada con el rostro hundido en sus rodillas. Primero lloró, luego se contó a sí misma lo desdichada que era, luego se enfadó con Sofía por haberle impuesto al perro allí. Voy a acostarme y morir, no tengo fuerzas para vivir. ¿Y el perro? Lastima. Al menos hay que darle de comer.
Carmen se puso la chaqueta, se miró en el espejo su cabeza calva y con las palabras “No asustemos al perro, él no tiene la culpa”, se puso un gorro. Encontró la comida, la vertió en el plato y salió.
Paco, después de comer, lamió el plato, luego lamió las lágrimas saladas del rostro de Carmen, se acostó a su lado en el escalón del porche y puso su cabeza sobre sus rodillas.
En el cielo negro nocturno, alrededor de la brillante Luna redonda, aparecían estrellas, cada vez más. Carmen encontró la Osa Mayor, le sonrió y le lanzó un beso al aire. Luego abrazó al perro y dijo:
-Está bien, Paquito, mañana te cocinaré un buen guiso. Con carne.
Toda la semana, al ver su reflejo por las mañanas en el espejo, Carmen se estremecía y decía:
-Aitana…
Y no pocas veces pensaba: ¿quizás dejarlo todo? ¿A quién le importo? Pero entonces su mirada se encontraba con Paco, acurrucado en su colchoneta junto a la chimenea, y Carmen decidía: está bien, viviré un poco más.
El punto final a esta cuestión, tan disputada para Carmen, lo puso Sofía, que llegó una semana después como prometió. Entró con una caja en las manos, la puso en el sofá y dijo:
–Pues, Carmi, ¿y ahora dónde las ponemos? Una gata callejera, imagina, ha parido en el portal, ¡y hace frío! También traje comida…
En la caja había una flaca gata de color naranja, abrazando con sus patas a dos diminutos gatitos. Por la noche, Sofía se iba. Permaneció en la puerta, en silencio, luego sacó de su bolsillo un papelito y se lo extendió a su hermana:
-Carmi, pues eso… Vino Mario, preguntando por ti. No le dije nada. Aquí está su nuevo número de teléfono. Tú decides.
Carmen acompañó a Sofía hasta el coche, la saludó con la mano mientras se alejaba y volvió a la casa. Acarició a la gata:
-Te llamaremos Rita. Ahora te sirvo leche. Todo irá bien.
Pasando junto a la chimenea, echó el papelito al fuego.