¡La nuera ideal para todos!

“¡Qué novia más perfecta para nosotros!”

Lucía alisó con cuidado la masa quebrada en el molde de horno. Su hijo Javier y su nuera Nuria llegarían en un par de horas. El silencio se rompió con el timbre estridente del teléfono. Se secó las manos en el delantal y contestó.

—¿Diga?
—Buenos días —dijo una voz femenina desconocida—. ¿Es usted Lucía Martínez Robles?
—Sí, soy yo —respondió ella, sintiendo un escalofrío de alerta.
—Me llamo Doña Carmen. Soy la ex-suegra de Nuria. Su nuera.

Lucía cogió una silla de la cocina y se sentó. «¿Ex-suegra?» Recordó las pocas pero amargas veces que Nuria había mencionado su primer matrimonio.
—Entiendo —dijo Lucía, manteniendo la calma—. ¿En qué puedo ayudarla, Doña Carmen?

La voz al otro lado perdió de repente la compostura y se volvió cortante, llena de sarcasmo.
—Pues quería saber cómo le va a nuestra Nuria con ustedes. ¿Se porta bien? Seguro que ya se han dado cuenta de lo vaga que es. ¡Pero créame, se arrepentirán! ¡Esa holgazana no vale nada!
—Doña Carmen, no la entiendo. Nuria es una chica maravillosa. ¿Por qué deberíamos arrepentirnos?
—¿Maravillosa? —chilló Carmen—. ¡Solo sabe holgazanear! Yo friego el suelo todos los días, como debe ser. ¿Y ella? ¡Una vez cada tres días, y a regañadientes! ¡Las cortinas! ¿Cuándo las lavó usted por última vez? Yo, cada mes, sin falta. Pero ella… ¡una vez al año si acaso! ¡Todo lleno de polvo! ¡Y la cocina…! A mi pobre hijo lo envenenaba. ¡Sopa aguada, croquetas como suelas de zapato! ¡Hasta le dio una gastritis!

—Doña Carmen, en su casa reina el orden. Impecable. Y cocina de maravilla. Yo misma le he enseñado algunos secretos, y es una alumna excelente. No tenemos quejas. Y lo de la gastritis… probablemente fue por el alcohol.
—¡Ah, no tienen quejas! —vociferó Carmen, sin escuchar—. ¿Y cómo trataba a mi hijo? ¡Llegaba cansado del trabajo… y se tomaba algo, como cualquier hombre! ¿Y ella? En vez de servirle otra copita y acostarlo, ¡le armaba escándalos! ¡Una desalmada!

Lucía cerró los ojos. Sabía, por Nuria, que su exmarido llegaba de madrugada, destrozaba la casa y la humillaba. Y conocía a Javier: responsable, que jamás bebía, que llevaba flores a su mujer y se enorgullecía de su trabajo.
—Mi hijo Javier —dijo Lucía con firmeza— no vuelve borracho a casa. Nunca. Respeta a su mujer y su hogar. Nuria no tiene motivos para gritarle. Son felices.

Un silencio pesado llenó la línea. Cuando Carmen habló de nuevo, su voz era un susurro venenoso:
—¿Felices? ¡Ja! ¡Y usted sabe que es de un orfanato? Nosotros la acogimos, aunque se cómo son esos sitios. ¡No es casualidad que sea estéril! ¡Una inútil! Verá, pasarán los años, y no tendrán nietos. ¡Entonces sí que se arrepentirán!
—Doña Carmen —replicó Lucía con voz clara, como si estuviera frente a ella—, está muy equivocada. En nuestra familia hay paz y amor.

Quiero a Nuria. Me llama «madre». Sabemos que creció en un orfanato, y no es su culpa. Al contrario, intenté darle el cariño que le faltó. Es buena, noble. Y lo de los nietos… su «profecía» llega tarde. Nuria y Javier esperan un bebé. Pronto. Así que sus preocupaciones sobran.

Silencio. Luego, un sollozo ronco.
—¿Un bebé? —Carmen pareció quebrarse—. ¿Seguro? ¿Y si no es de su hijo? ¡El mío… mi hijo…!
Los llantos crecieron.
—¡Es un perdido! Bebe, no tiene trabajo, vive como un mendigo… ¡Y yo que ansiaba un nieto! ¡Uno solo!

Lucía escuchó sin piedad hacia esa mujer, pero sí por la Nuria que sufrió tanto.
—Doña Carmen… —intentó hablar, pero la otra la interrumpió, suplicante:
—Oiga… Si algún día… se separan… ¡avíseme! ¡Por favor! A lo mejor mi hijo reacciona. ¡Ahora que dice que es buena, que sabe cuidar la casa! ¿Verdad que me llamará?

Ahí estaba. No era arrepentimiento, sino envidia. Ver que lo que despreció ahora brillaba en otras manos. Y la esperanza egoísta de recuperarlo.
—Una nuera como Nuria nos la quedamos nosotros. No llame nunca más.

Colgó y bloqueó el número. La ira y la pena por el pasado de Nuria se mezclaban, pero prevaleció una certeza: proteger su nido. A Javier y a esa chica fuerte que ahora era su hija.

Volvió a la masa, cubriéndola con un paño. Pronto la casa se llenaría de risas, del aroma a pastel recién hecho… y de un nuevo llanto, lleno de vida.

Recordó el día que Javier la presentó: una niña tímida como un gorrión. Ahora irradiaba felicidad, con su vientre redondo y una sonrisa que borraba las sombras.

Llamaron a la puerta. Lucía se secó una lágrima y abrió. Allí estaban Javier, con un ramo de claveles, y Nuria, cuyo rostro brillaba.
—¡Mamá! —gritó Nuria, abrazándola—. ¡Huele delicioso! ¿Qué haces?
—Una tarta, cariño —respondió Lucía, besándole la mejilla—. Javier, pon las flores en agua.

Al pasar junto al teléfono, aquella llamada le pareció un eco lejano. Aquí, en esta casa llena de luz y amor, estaba la vida verdadera. La que habían construido juntos. Y nada la empañaría.

Todo estaba bien. Y así seguiría.

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MagistrUm
¡La nuera ideal para todos!