La nuera convirtió la casa en una fiesta, ¡y mi hijo se queda callado!
—Mi hijo me llamó al borde del llanto —comparte Carmen López, apretando el teléfono con fuerza—. Me preguntó si podía venir a Madrid a trabajar un tiempo. Su mujer trae amigas a casa todos los días, ¡y él no puede concentrarse frente al ordenador! Casi me ahogo de la indignación.
—¿Y lo dejaste entrar? —pregunta la vecina, sirviendo más té.
—¡Claro que sí! —su voz tiembla de rabia—. Le dije mil veces: «¡Habla con tu mujer!» Pero todo en vano. Llegó agotado, hambriento, con los ojos rojos. Se sentó delante del ordenador y no se movió hasta altas horas. Dice que tiene un proyecto urgente, que el tiempo apremia.
—¿Y en casa no puede trabajar? ¿La nuera no lo deja?
—¡Esa casa parece una plaza pública! —suspira—. Un día es su hermana, al siguiente llegan las amigas en manada. Gritos, música a todo volumen… ¿Cómo va a trabajar así?
Su hijo, Alejandro, es ingeniero de proyectos. Lleva seis años casado con Lucía. Al principio, Carmen no podía estar más contenta con su nuera. Lucía era callada, educada, con un título en Economía. Y cuando nació su nieto, Lucas, la suegra la consideraba perfecta. «¡Qué ama de casa! Todo reluce, el niño está impecable, Alejandro bien alimentado. ¡Era feliz por mi hijo!», recuerda con nostalgia.
Alejandro avanzó en su carrera mientras Lucía estaba de baja maternal. En tres años, ascendió a ingeniero senior, pero con el puesto llegaron más responsabilidades. Entonces, todo cambió. «Mi hijo, que siempre fue alegre y lleno de energía, se apagó ante mi vista —cuenta Carmen, conteniendo las lágrimas—. Pensé que eran problemas en el trabajo, pero no… era su casa».
Una vez, fue sin avisar a su piso en el centro de Madrid. Y allí, fiesta total. Lucía tenía invitados, la música atronaba, las risas salían de la cocina. Alejandro estaba encerrado en el dormitorio, pegado al portátil, y del niño, ni rastro. Resultó que Lucía lo había mandado con sus padres a las afueras. Estas reuniones se habían vuelto rutina. Cada noche, amigas, su hermana, baile hasta la madrugada. Un día un cumpleaños, al siguiente “solo porque sí”. Alejandro no podía trabajar en ese ambiente. «Llego y la casa es un caos. ¿Cómo me concentro?», se quejaba.
Carmen intentó hablar con Lucía. La respuesta fue cortante: «¡Estoy harta de ser la esposa perfecta y la criada! Cinco años sin descanso: lavar, cocinar, el niño… ¿Quién me lo agradece? ¡Nadie! Ahora salgo con mis amigas, y aquí no hay hombres. Lucas está con su abuela, feliz y bien cuidado. Si a Alejandro no le gusta, ¡que me lo diga a la cara!»
Alejandro notó el cambio cuando Lucía volvió a trabajar. Entre semana, era la esposa ideal, pero los fines de semana “se soltaba por completo”. Le gustaría poner freno, pero teme su reacción: «Se enfurecerá, y todo irá a peor». Carmen está desesperada. «Mi hijo es demasiado blando, no sabe ponerle límites —dice—. ¿Y si Lucía no para? ¿Y si acaba mal? ¿Qué será de esta familia?»
Las amigas preguntan: «¿Su madre no puede razonar con ella?». Carmen niega con la cabeza: «Su madre cree que no pasa nada. Dice: “Es joven, está cansada, que baile mientras pueda”. El niño no es un problema para ella. Y como Alejandro calla, piensa que él está conforme».
Carmen no sabe qué hacer. Ve a su hijo sufrir, su familia desmoronarse. Alejandro no puede trabajar en casa, y Lucía parece negarse a volver a la normalidad. «¡Esto no puede seguir así! —protesta—. Si esto continúa, se divorciarán, ¡y Lucas crecerá sin padre!»
¿Qué haríais en su lugar? ¿Cómo ayudar a vuestro hijo sin destruir su familia? ¿Habéis vivido algo similar? Compartid consejos… la situación es crítica.