Hace muchos años, en un soleado día de verano en Madrid, la anciana Carmen, de 78 años, intentó entregar un regalo especial al novio de su hija. Pero lo que presenció la obligó a correr para evitar la boda.
Carmen estaba radiante. Su hija Lucía, de 50, por fin iba a casarse con el hombre de su vida, Javier. Decidió entregarle los gemelos de diamante de su difunto esposo antes de la ceremonia. Sin embargo, Javier caminaba demasiado rápido y Carmen, con sus doloridas rodillas, tuvo que apresurarse para alcanzarlo. Lo vio acercarse a Sofía, una de las damas de honor, y susurrarle algo. Acto seguido, ambos se alejaron hacia el fondo del restaurante.
Intrigada, Carmen siguió con sigilo y los vio entrar juntos en el baño. Con el corazón en un puño, entreabrió la puerta y escuchó:
—No puedo esperar más, cariño —dijo Javier, atrayendo a Sofía hacia sí.
—Ahora no, mi amor —susurró ella—. Si nos descubren, todo se arruinará.
¿Acaso Javier y Sofía tenían algo? Carmen se apoyó contra la pared, conmocionada.
—Solo una vez antes de casarme con la aburrida de Lucía —añadió Javier.
—Paciencia, mi vida —contestó Sofía—. Solo debes aguantar unos meses. Imagina todo lo que ganaremos cuando te divorcies. Millones de euros, propiedades… pero solo si te contienes ahora.
En el espejo, Carmen los vio besándose con pasión, abrazados. Sofía intentó apartarse:
—¡No ahora, para! Debemos volver a la fiesta.
—No hasta que me prometas que nos veremos esta noche en mi casa —insistió Javier—. Seguiremos como siempre, en secreto, cuando Lucía salga a trabajar.
Carmen no pudo soportarlo más. Corrió a advertir a su hija: Javier solo quería su fortuna.
Al llegar al salón, Lucía no estaba. El presentador anunció:
—Antes de pasar al banquete, la novia tiene un regalo especial.
Lucía subió al escenario y cantó una emotiva canción de amor. Todos aplaudieron, y Javier la abrazó. La mirada de Lucía era de total devoción, lo que destrozó aún más el corazón de Carmen.
—Madre, debo irme —dijo Lucía cuando su madre intentó hablarle—. Hablamos luego.
Pero Carmen no se rindió. Decidió tender una trampa.
Al día siguiente, Javier y Lucía la llevaron al aeropuerto. Carmen fingió que su vuelo se canceló y regresó a su casa. Al ver el coche plateado de Sofía, llamó a Lucía:
—Cariño, me siento mal. Ven, por favor.
Cuando Lucía llegó, Carmen le contó la verdad. Juntas entraron en la casa y… ¡sorpresa! Javier y Sofía estaban sentados en el sofá, como si nada.
—Estábamos hablando de trabajo —dijo Javier, indignado.
—¡Mentiroso! —gritó Carmen.
Javier sacó unas llaves:
—Iba a sorprenderte con una casa nueva. Pero ya no tiene sentido.
Lucía, confundida, cayó en sus brazos.
—No entiendo por qué tu madre inventa esto —dijo Sofía con falsa inocencia.
El dolor en el pecho de Carmen fue insoportable. Cayó al suelo y fue llevada al hospital por un infarto.
Días después, Lucía la visitó, pero no quiso escuchar. Incluso cuando Carmen amenazó con desheredarla, su hija se marchó furiosa.
Pasaron semanas. Una tarde, el timbre sonó. Era Lucía, con los ojos llenos de lágrimas.
—Tenías razón, madre —dijo abrazándola—. Javier solo quería mi dinero.
Carmen la abrazó fuerte. Aunque el dolor de su hija la entristecía, sabía que al fin estaría a salvo.