La novia que olvidó cómo decir “gracias

**La novia que olvidó decir «gracias»**

—Carmen, ¿tenéis algo para comer? —preguntó Lucía sin detenerse—. Estoy que me muero de hambre. Y voy con prisas. Hoy tengo que terminar todo. ¡Es el 8 de marzo! Las chicas me esperan para salir de fiesta.

—Sí, nuestro día —asintió Carmen con una sonrisa—. Esto es para ti, cariño. Felicidades —le entregó una cajita con una pulsera que Lucía llevaba años deseando.

Lucía nunca pudo comprársela. Su sueldo se esfumaba en ropa, extensiones de pelo o cenas con amigas. Carmen lo sabía y quiso darle ese capricho. Desde que su hijo Alejandro llevó a Lucía a casa, la trató como una hija. Soñaba con tener una, además de su hijo, y Lucía llenó ese vacío. La quería no por ser especial, sino por amor a Alejandro. Llevaban tres años juntos, y Carmen, como buena suegra, la integró en la familia.

Pero no calculó una cosa: la gente se acostumbra a lo bueno. Cuando reciben sin esfuerzo, dejan de agradecer. Y Lucía no fue la excepción.

Desde que se conocieron, Carmen y su marido, David, se mudaron a una casa en las afueras de Madrid. Un día, invitaron a Lucía a quedarse a dormir. Y así, sin preguntar, se instaló en la habitación de Alejandro. A los padres les gustaba tener intimidad, pero Lucía lo ignoró. Para ella, aquella casa era un paraíso: nevera llena, comida casera, limpieza impecable… Hasta viajó dos veces a la costa con ellos sin pagar un euro, pese a su buen sueldo. Jamás compró ni un pastel.

El 8 de marzo, Carmen y su amiga Elena reservaron una suite en un hotel de lujo en Toledo, con spa y cena gourmet. Querían celebrar solas, pero Lucía llamó:

—Carmen, ¿puedo pasar un rato? —Alejandro le dijo que estabais en el spa.

Carmen dudó. Necesitaban tiempo para ellas, pero no supo negarse. Elena también tenía un regalo para Lucía.

En quince minutos, Lucía entró al hotel.

—¡Qué chulo! ¿El spa está abierto? Voy, que tengo prisa —se enfundó una bata y desapareció.

Carmen y Elena intercambiaron miradas. Más tarde, llegó la cena: gambas, jamón ibérico, frutas exóticas… Lucía reapareció.

—¡Qué bueno! —se unió sin pudor.

Carmen le dio su regalo.

—¡Justo lo que quería! —masculló Lucía entre bocados.

Elena también la felicitó, pero Lucía ni siquiera dijo «gracias». Actuaba como si el día fuera solo suyo.

—Me voy —anunció—. Las chicas me esperan en el club.

—Alejandro te preparó una cena —recordó Carmen—. Y un regalo…

—Que la cene él. Mañana paso a por el regalo.

Se fue sin felicitar a nadie. Carmen suspiró.

—Demasiado la hemos consentido —reconoció—. Hasta olvidó cómo se dice «gracias».

Esa noche, Carmen entendió su error. Al día siguiente, Alejandro tendría una conversación seria con su madre…

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