La novia que olvidó decir «gracias»
—Lucía, ¿tenéis algo para comer? —preguntó Sofía al pasar, corriendo—. Estoy que me muero de hambre. Y voy con prisa. Hoy tengo que hacerlo todo. Es el 8 de marzo, ¿sabes? Las chicas me esperan para salir esta noche.
—Sí, nuestra fiesta —asintió Lucía con una sonrisa—. Felicidades, cariño —le entregó una cajita con una pulsera que Sofía llevaba años deseando.
Ella nunca pudo comprársela. Su sueldo se esfumaba entre chaquetas nuevas, extensiones de pelo o cenas con amigas. Lucía lo sabía. Quería hacerla feliz. Desde que su hijo Álvaro trajo a Sofía a casa, la trató como una hija. No porque la chica fuese especial, sino por amor a él. Tres años juntos, y Lucía, como buena suegra, la integró en la familia.
Pero no calculó una cosa: la gente se acostumbra a lo bueno. Y cuando todo llega sin esfuerzo, dejan de valorarlo. Sofía olvidó agradecer. Peor aún: asumió que merecía cada detalle.
Desde el primer día, Lucía y su marido, Javier, le abrieron las puertas de su casa en las afueras de Madrid. Sofía, acostumbrada a un piso minúsculo con su madre y abuela, se instaló sin preguntar. ¿Por qué no? La nevera siempre llena, cenas caseras, limpieza impecable… Hasta viajes pagados: dos veces a la playa, escapadas a Sierra Nevada… Nunca ofreció un euro. Ni un pastel.
Para Lucía, era parte de la familia. Hasta el día que todo cambió.
El 8 de marzo, Lucía y su mejor amiga Elena reservaron un hotel con spa en Toledo. Champán, masajes, risas… Hasta que sonó el teléfono.
—Lucía, ¿estás en el spa? ¿Puedo pasar un rato? —Sofía, como siempre.
Aunque molesta, Lucía accedió. Quince minutos después, Sofía irrumpió en bata, directa al jacuzzi. Mientras las amigas cenaban langostinos y caviar, ella regresó, devoró una ostras y arrancó el papel de regalo sin mirar.
—¡Justo lo que quería! —mascó, sin alzar la vista.
Elena le dio un perfume. Ni un gracias.
—Me voy —anunció Sofía—. Las chicas me esperan en el club.
—¿Y Álvaro? —recordó Lucía—. Te preparó cena y un regalo…
—Que lo coma él. El regalo lo cojo mañana.
Partió como un huracán. Ni felicitaciones, ni detalles. Elena rompió el silencio:
—Lucía, esa chica…
—Lo sé. La malcrié tanto que hasta el «graces» se le olvidó.
Al día siguiente, Álvaro escuchó una lección que cambiaría muchas cosas.