La Noche Antes del Amanecer

La Noche Antes del Amanecer

Cuando a Lucía le comenzaron las contracciones, el reloj marcaba un cuarto para las tres. La humedad y la penumbra llenaban el piso; afuera, una llovizna fina dibujaba reflejos borrosos en el asfalto bajo los faroles. Javier se levantó del sofá antes que ellano había dormido casi nada, inquieto en la silla de la cocina, revisando la bolsa junto a la puerta o asomándose por la ventana. Lucía yacía de costado, con la mano sobre el vientre, contando los segundos entre cada oleada de dolor: siete minutos, luego seis y medio. Intentaba recordar la respiración del vídeoinspirar por la nariz, exhalar por la bocapero le salía entrecortada.

¿Ya es hora? preguntó Javier desde el pasillo, la voz apagada tras la puerta entreabierta del dormitorio.

Parece que sí Se sentó con cuidado al borde de la cama y sintió el frío del suelo bajo sus pies descalzos. Las contracciones son más seguidas.

Llevaban preparándose para este momento todo el último mes: habían comprado una bolsa azul grande para el hospital, llenándola con todo lo de la lista descargada de internet. DNI, tarjeta sanitaria, informe médico, un camisón de repuesto, el cargador del móvil y hasta una tableta de chocolate «por si acaso». Pero ahora, incluso ese orden parecía frágil. Javier revolvía el armario, revisando las carpetas con papeles.

El DNI lo tengo yo La tarjeta Aquí está ¿Y el informe médico? ¿No lo cogiste ayer? Había prisa en su voz, pero bajo, como si temiera despertar a los vecinos.

Lucía se levantó con esfuerzo y fue al bañonecesitaba al menos lavarse la cara. Olía a jabón y a toallas ligeramente húmedas. En el espejo, una mujer con ojeras y el pelo revuelto la miraba.

¿Llamamos un taxi ya? preguntó Javier desde el pasillo.

Sí Pero revisa otra vez la bolsa

Los dos eran jóvenes: Lucía tenía veintisiete años, Javier poco más de treinta. Él trabajaba como ingeniero en una fábrica local; ella, antes de la baja maternal, daba clases de inglés en un instituto. El piso era pequeño: salón-comedor y un dormitorio con vistas a la avenida. Todo anunciaba el cambio: la cuna ya estaba montada en un rincón, pero llena de mantitas; al lado, una caja con juguetes regalados por amigos.

Javier pidió un taxi por la aplicaciónel icono amarillo apareció en la pantalla casi al instante.

Llegará en diez minutos

Intentaba sonar tranquilo, pero los dedos le temblaban sobre el móvil.

Lucía se puso una sudadera sobre el camisón y buscó el cargador: la batería estaba al dieciocho por ciento. Metió el cable en el bolsillo de la chaqueta junto con una toalla pequeñapor si hacía falta.

En el recibidor olía a zapatos y a la chaqueta de Javier, aún húmeda del paseo de la tarde anterior.

Mientras se preparaban, las contracciones eran más intensas y frecuentes. Lucía evitaba mirar el reloj: mejor contar las respiraciones y pensar en el camino que tenían por delante.

Bajaron al portal cinco minutos antes de la hora: la luz tenue del rellano dibujaba un círculo pálido junto al ascensor, donde una corriente de aire subía desde abajo. Las escaleras estaban frías; Lucía se ajustó la chaqueta y apretó la carpeta con los documentos.

Abajo, el aire era húmedo y fresco para ser mayo: la llovizna resbalaba por el tejadillo de la entrada, y los pocos transeúntes se apresuraban con las chaquetas abrigadas o las capuchas bajadas.

Los coches del patio estaban aparcados sin orden; a lo lejos, el ronroneo de un motorquizá alguien calentando el coche antes del turno de noche. El taxi llevaba cinco minutos de retraso; el punto en el mapa avanzaba despacio, como si el conductor diera vueltas entre callejones.

Javier miraba el móvil cada medio minuto:

Dice: «Dos minutos». Pero está dando un rodeo ¿Habrá obras?

Lucía se apoyó en la barandilla e intentó relajar los hombros. De pronto, recordó el chocolate: metió la mano en el bolsillo de la bolsa y lo palpóahí estaba. Una tontería, pero reconfortante en medio del caos.

Por fin, unos faros aparecieron tras la esquina: un Renault blanco frenó suavemente frente al portal. El taxista salió a recibirlosun hombre de unos cuarenta y cinco años, con cara cansada y barba corta. Abrió la puerta trasera y ayudó a Lucía a acomodarse con el equipaje.

¡Buenas noches! ¿Al hospital? Entendido. Abróchense, por favor.

Había energía en su voz, pero sin exagerar; sus movimientos eran ágiles pero sin prisas. Javier se sentó junto a Lucía, y la puerta cerró con un golpe más fuerte de lo normaldentro olía a aire fresco mezclado con restos de café de la termo junto al freno de mano.

Al salir del barrio, se toparon con un atasco: unas máquinas de obra bloqueaban la calle bajo las luces tenues. El taxista subió el volumen del GPS:

Vaya ¡Dijeron que terminarían a medianoche! Vamos a dar un rodeo.

Entonces, Lucía recordó de golpe:

¡Espera! ¡Me dejé el informe médico! ¡Sin él no me admitirán!

Javier palideció:

¡Vuelvo ahora! ¡No estamos lejos!

El taxista miró por el retrovisor:

Tranquilos. ¿Cuánto tardarán? Espero aquí el tiempo que haga faltaaún hay margen.

Javier salió corriendo, salpicando agua de los charcos. A los cuatro minutos regresó jadeandoel informe y las llaves en mano; las había olvidado en la cerradura y tuvo que volver a subir. Mientras, el conductor observaba la carretera en silencio. Cuando Javier se sentó, el hombre asintió brevemente:

¿Todo bien? ¡Pues seguimos!

Lucía apretó los documentos contra el pecho; la contracción fue más fuerte que antesrespiró hondo con los dientes apretados. El coche avanzaba lento entre el tramo en obras; tras el cristal empañado, se veían los letreros de farmacias y las sombras de la gente bajo paraguas.

Dentro, un silencio tenso: solo el GPS indicaba desvíos, y la calefacción crujía levemente.

Al rato, el taxista rompió el mutismo:

Tengo tres hijos El primero también nació de madrugada, pero entonces fuimos andando al hospitalhabía nieve hasta las rodillas. Luego lo recordamos como una aventura.

Sonrió levemente:

No se agobien antes de tiempo Lo importante es tener los papeles y cogerse fuerte de la mano.

Lucía notó que, por primera vez en media hora, se sentía algo más tranquilasu calma era mejor que cualquier consejo de internet. Miró a Javier, que también le sonrió, aunque la tensión no le abandonaba los ojos.

Llegaron al hospital poco antes del amanecer. La llovizna seguía, pero más débil, como cansada. Javier fue el primero en ver la franja clara en el horizontela ciudad se bañaba en la luz temprana. El taxista se detuvo donde había menos charcos. Unas ambulancias estaban aparcadas, pero quedaba sitio para bajarse.

¡Hemos llegado! dijo, volviéndose. Les ayudo con la bolsa, no se preocupen.

Lucía se enderezó con dificultad, sosteniendo el vientre y la carpeta. Javier

Rate article
MagistrUm
La Noche Antes del Amanecer