Hay madre y hay una hija. En el sueño la hija resultó ser la hija de mi amiga, Inés.
El viaje de ocio a las Islas Canarias terminó en un embarazo y, después, en el parto. Nació Almudena, una niña morenita con ojos negros como la tinta.
Inés trabajaba, su hija se quedaba con la pequeña, pero por las noches escapaba para desconectar de la rutina. A veces traía a alguien a casa. La madre sabía, pero no se entrometía en la vida de su hija.
Cuando Almudena cumplió cinco años, Inés anunció que se iba con un hombre. Su futuro aún desconocía a la niña. Le suplicó a su madre que la cuidara.
La abuela tuvo que dejar su empleo y pasar a vivir de una pensión ínfima. Inés, de vez en cuando, le lanzaba unas monedas al aire.
Almudena extrañaba a su madre con una ansiedad que la hacía mirar por la ventana y temblar al oír cualquier ruido en el portal.
Inés apareció cada vez menos, transfiriendo dinero a la tarjeta de la madre. Pero una tarde decidió visitar a su hija. Compró regalos y dulces, y llegó al anochecer, cuando Almudena, tras el baño, ya estaba en pijama mirando su programa favorito, «Buenas Noches, Pequeñines».
Al oír la voz de su madre, saltó del sofá, corrió hacia Inés y la abrazó con fuerza por el cuello: «¡Mamá, te he echado de menos! ¡Te quiero!»
Almudena, suelta, que a mamá le duele, respondió Inés, con una sonrisa temblorosa. Yo también te quiero.
Pero la niña se aferró con tal vigor que la madre apenas logró separar sus pequeñas manos. Entonces Almudena tomó a su madre por los tobillos.
¿No te vas a ir? ¿No me abandonarás nunca más? ¿Vamos a estar siempre juntas?
Ten paciencia, niña, pronto mamá vendrá a recogerte. Ahora tengo que irme contestó Inés.
Yo, en aquel instante, estaba en la cocina, con lágrimas que caían como granizo. La amiga buscaba en el botiquín algún remedio para el corazón.
Inés se despidió, cerró la puerta de golpe. Almudena quedó sentada en el suelo, con las manos sobre las rodillas, sin llorar, mirando al vacío.
Mamá no me quiere, me ha dejado. Y papá no existe. Todos los niños tienen padre, pero yo no.
Mi niña, yo estoy aquí dijo la abuela, levantándola del suelo.
Almudena abrazó a la abuela y apoyó la cabeza en su hombro.
Abuela, ¿me contarás la historia del gallo y la zorra?
Claro, ahora te acuesto y te la narro.
Le agité a la amiga la mano diciendo que me retiraba; ella me respondió con la mirada.
Que Dios le dé salud a la abuela, para que pueda criar a la niña. Quizá la madre recupere la cordura; en la vida todo puede suceder.
En mi recuerdo también hay un episodio de la época franquista: una mujer se juntó a un hombre sin contarle del hijo. Un año después, la verdad salió a la luz cuando la madre necesitó atención médica.
Al enterarse, el hombre la abandonó, diciendo que no quería una madre así para sus futuros hijos.
Aun así, prefiero creer en un futuro mejor.







