La Máscara de la Madre Perfecta: La Hipocresía de la Cuñada

—¡Esto es indignante! Siempre sube fotos de su hija a las redes con mensajes empalagosos, pero hace cuatro años que ni se acuerda de ella. ¡Qué asco de postureo! —la voz de Lucía temblaba de rabia mientras compartía con su amiga el dolor que le corroía el corazón.

Allí, en una cafetería de Zaragoza, Lucía hablaba de su cuñada, que llevaba años trabajando en el extranjero, olvidándose por completo de su hija.
—Vale, hubo pandemia, no podía venir. ¿Pero y antes? ¡Le importaba un bledo la niña! Solo publica fotos para que todos piensen qué madre tan entregada es. ¿Cómo puede abandonar a su hija por dinero? —Lucía apretó tanto la taza que se le quemaron los dedos.

Sofía, su sobrina de 14 años, vivía como una huérfana con madre viva. La abuela, que ya pasaba de los 70, apenas podía con la adolescente.
—Mi cuñada es una artista del engaño —continuó Lucía—. Y cuando veo a Sofía, se me parte el alma. La pobre crece sin su madre, y ella solo manda dinero, como si eso lo arreglara todo.

Lucía y su cuñada Ana tenían la misma edad. Lucía tenía dos hijos, una hipoteca y, pese a los apuros, una familia feliz. Ella y su marido, Luis, intentaban sacar adelante su hogar, pero la sombra de Ana, la hermana de Luis, siempre estaba presente.

—Los padres de Ana siempre la malcriaron —explicaba Lucía—. Cuando enviudó hace nueve años, lo hicieron todo por ella: cuidaban a su hija, le daban dinero. Luego, al cabo de un par de años, conoció a un alemán, se casó y se mudó a Alemania.

Ana no pensó llevarse a Sofía. Decía que primero se asentaría y luego volvería por ella. Pero pasaron los años, y nunca regresó. En Alemania trabajaba como fotógrafa para una agencia de moda, ganando bien. Su marido tenía dinero, y ella podía haberse dedicado a vivir la buena vida sin preocupaciones.

—A todo el mundo le dice que en Europa no se estila llevar hijos de matrimonios anteriores —comentaba Lucía con amargura—. Que Sofía se aburriría allí, que nadie le haría caso. ¡Son excusas! Le conviene vivir sin su hija.

Sofía esperó a su madre durante años. Los primeros cinco creyó que volvería por ella, pero al final dejó de soñar. Ana justificaba que la niña debía terminar el colegio en España, que sin el idioma no tendría futuro. Pero Lucía solo veía en eso pura cobardía.
—Para ella es más fácil mandar dinero y fingir que es madre desde lejos —suspiraba Lucía—. Los problemas nos los deja a nosotros.

El cuidado de los padres de Ana y de Sofía recayó sobre Luis. O los vecinos les inundaban el piso, o el padre necesitaba una operación, o el tejado de la casa del pueblo se caía. Lucía y Luis iban de un lado a otro entre sus asuntos y los ajenos, mientras Ana solo transfería euros, como si así se quitara responsabilidades.

Hace un mes, Ana apareció de repente en Zaragoza. No se separaba de Sofía, le hacía fotos para Instagram, la colmaba de regalos. La niña, conteniendo la respiración, esperaba que por fin su madre se la llevara. Pero no ocurrió. Cuando Ana voló sola a Alemania, Sofía se encerró en su cuarto llorando. Lucía intentó consolarla, pero ¿qué podía decir?

—Los padres están mayores, no pueden con una adolescente —dijo Lucía a su amiga, con la voz quebrada—. Sofía es complicada, hay que estar encima. Y Ana solo paga. Dice: “Yo pongo el dinero, vosotros os encargáis”. Pero a Sofía le duele. ¡Luis y yo vamos a las reuniones del colegio, la ayudamos con los deberes! ¿Y su madre? ¿Dónde está?

Una vez, Lucía no pudo más y le escribió a Ana, intentando explicarle cómo su indiferencia dañaba a Sofía. Pero su cuñada le soltó:
—¡No te metas en nuestra familia! ¡No es asunto tuyo!

—¿Que no es mi familia? —se indignaba Lucía—. Entonces, ¿por qué cargo yo con sus problemas? Mi suegra, claro, defiende a su hija, como cualquier madre. Pero Ana eligió el camino fácil: ni padres ni hija la molestan. Eso sí, en redes es la madre perfecta. Su perfil está lleno de fotos felices, pero en la vida real… solo hay vacío. ¡Qué hipocresía!

Lucía miró por la ventana de la cafetería, donde la lluvia dibujaba figuras en el cristal. Pensó en Sofía, que cada noche revisaba el móvil esperando un mensaje de su madre. Pensó en sus suegros, agotados por cargar con responsabilidades que no eran suyas. Y pensó en ella y en Luis, cuya vida se había convertido en una carrera entre sus problemas y los ajenos.

Mientras tanto, Ana seguía con su vida despreocupada, publicando fotos nuevas con el hashtag #MiPequeñaAmor. Pero Lucía sabía: detrás de esas imágenes bonitas había un corazón roto y una familia abandonada por la ilusión de una libertad falsa.

¿Qué opinas de esta situación?

Rate article
MagistrUm
La Máscara de la Madre Perfecta: La Hipocresía de la Cuñada