La madre traía periódicamente nuevos “maridos

La madre traía nuevos «maridos» de vez en cuando. Lucía recordaba a tres. Pero ninguno acababa por quedarse; terminaban marchándose. Su madre lloraba, la abrazaba y le decía: «No pasa nada, ya llegará nuestro día de suerte». Después se iba a trabajar.

El último duró dos semanas, pero cuando su madre dejó de comprarle alcohol, se entristeció y también se fue, llevándose de su joyero unos pendientes de plata. Ella no lo denunció. Dijo que la culpa era suya.

Tras eso, hubo cinco años de calma. Lucía empezó a creer que vivirían tranquilas, pero no fue así. Cuando cumplió quince, su madre se enamoró. Le hablaba maravillas de él: qué bueno era, qué maravilloso, cuánto la quería.

Lucía hasta se alegró, pensando que su madre, al fin, encontraba felicidad. Cuando lo trajo a casa por primera vez, a ella también le cayó bien. Era un hombre de unos cuarenta años, vestido con pulcritud. En la mesa, solo tomó un chupito. Hablaron de todo. Hasta bromeó, con un humor agudo. Lucía se fue a dormir antes, dejándolos en la cocina. Supuso que al día siguiente lo vería allí. Pero, una hora después, oyó cerrarse la puerta. Se había ido.

Por la mañana, su madre seguía entusiasmada. Decía que trabajaba en la administración pública, un hombre decente, preocupado por su reputación. Le propuso mudarse juntos tras casarse, pero vivirían un año más en su casa hasta que Lucía terminara el instituto. Mientras, arreglarían su piso.

Lucía la escuchaba, admirándola. Parecía rejuvenecer. Tenía treinta y seis años y llevaba tiempo descuidándose, resignada a estar siempre sola.

***

Se casaron justo antes de empezar el curso. Lucía estudiaba, preparaba exámenes. Sergio preguntaba si necesitaba ayuda. Ella agradecía, decía que podía sola, y él se retiraba a su habitación. Era muy respetuoso: siempre llamaba antes de entrar.

Podría decirse que se hicieron amigos. Lucía ya no se sentía cohibida; en la cena, compartía sus preocupaciones sobre los estudios. Sergio escuchaba con interés genuino.

Y su madre floreció. Él la mimaba. Pronto llevaba pendientes nuevos y, después, un collar.

El año pasó volando. Terminaron la reforma y se prepararon para mudarse. Sergio le preguntó si iría con ellos, pero Lucía, recién graduada, quería independencia. Claro, aún no podía mantenerse, pero él le aseguró que no era problema. Decidieron que estudiaría en un ciclo formativo y luego él la ayudaría a encontrar trabajo.

Antes de irse, Sergio le dijo:

Visítanos cuando quieras, y nosotros también pasaremos. Si necesitas algo, pregunta. Somos familia.

Su madre y él le regalaron un colgante precioso. Le gustó tanto que no se separaba del espejo.

Al elegirlo, su madre comentó:

¿No es demasiado pronto para algo así?

Pero Sergio replicó:

Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?

Ella sonrió. Al fin tenía al hombre perfecto.

***

Se mudaron. Lucía comenzó su vida independiente. Al principio, echaba de menos a su madre; visitaba con frecuencia. Después, se acostumbró y fue menos. A veces su madre pasaba a llevarle comida, dinero o se veían por la calle. Todos ocupados, con sus trabajos.

Lucía entró en el ciclo formativo. Le encantaba la vida estudiantil. Los fines de semana iba a casa de su madre y Sergio. Lo contaba todo.

En una visita, le avisaron: Sergio se iba de viaje de trabajo un año. Su madre lo acompañaría. A Lucía le mandarían dinero.

Las despidió en la estación. Su madre intentó llorar, pero ella se rió:

Madre, ¿qué te pasa? Casi tengo diecisiete, soy mayor. No haré locuras.

Se rieron, se abrazaron y se marcharon.

***

Vivían lejos. Volvieron dos días por Navidad y se fueron de nuevo, dejándole regalos. Lucía pasó la tarde abriéndolos.

Tiempo después, su madre llamó: prolongaban el viaje dos años más. Sergio iría a recoger cosas y alquilaría el piso. Ella no podía dejar el trabajo.

Lucía volvió a casa y oyó ruidos en su cuarto. Asomó.

¿Ya llegó?

¡Hola, Lucía! Sí, haciendo espacio.

Sergio la miró sin reconocerla. Lucía había cambiado: más femenina, con curvas, maquillada. Más atractiva, aunque algo mayor.

Ella dejó la mochila.

Me cambio y te preparo algo.

Sergio vio su reflejo en el espejo del recibidor: formas suaves y redondeadas. Sacudió la cabeza. Tonterías.

Cenaron y charlaron. Ella le preparó la cama y se retiró. Él se duchó, fue a la cocina pero no podía sacarse de la cabeza la imagen de Lucía.

Ella pasó una página del libro y lo vio en el umbral. Su mirada era extraña. Solo llevaba una toalla.

¿Necesitas algo?

***

Sergio se fue a los tres días. Lucía suspiró aliviada, intentando olvidar. Pero tres meses después, regresó. Ocurrió de nuevo.

Se marchó. Ella se sintió sucia, avergonzada. Después, lo peor: estaba embarazada.

Llamó a Sergio. Él prometió devolver la llamada. Cuando lo hizo, fue breve:

¿Tanto me echabas de menos?

Estoy embarazada.

¡Maldición! ¿Cómo?

Justo cuando esperaban un ascenso para él. Esto podía costarle la cárcel.

Lucía, te mandaré dinero. Haz lo que sea, pero resuélvelo. Que nadie se entere.

Ella se agarró la cabeza. ¿Qué hacer? La echarían del ciclo, la señalarían Si se sabía quién era el padre, sería el fin. Su madre no lo soportaría.

Sergio llegó una semana después con dinero y una dirección: una casa en un pueblo a trescientos kilómetros.

Ve allí. Sin tus padres, no te harán nada. Quédate hasta solucionarlo. O busca a una curandera; en esos lugares hay.

Lucía lloraba, aterrada. Él la abrazó.

Nadie debe saberlo. Sería peor para todos.

Se fue al día siguiente. Su madre no sabía dónde estaba. Una semana después, Lucía también partió.

***

Llegó a un pueblo perdido. Encontró la casa. Buscó la llave, entró. Después, preguntó por la curandera. Una anciana le señaló una casa cerca del bosque.

La mujer la recibió con desdén.

¿Qué quieres, pecadora?

Lucía lloró. La curandera se ablandó un poco, le dio agua.

Por favor, ayúdeme a

No, así no. Di la verdad: quieres que mate a tu hijo.

Lucía la miró horrorizada.

No

Pues eso es.

Huyó. La risa de la mujer la perseguía.

¿Qué haría ahora? Estaba sola, en este lugar olvidado.

***

Andrés volvió al pueblo tras cumplir condena por homicidio involuntario. Una noche, oyó gritos en un callejón. Dos tipos forcejeaban con una chica. La rabia lo cegó. Golpeó a uno, el otro cayó mal Era hijo de alguien importante. Lo condenaron.

En el pueblo estaba la casa de su abuela. Necesitaba paz. Cultivaba, vendía productos naturales. La gente pagaba bien por comida ecológica.

Esa mañana fue a pescar. Revisó las redes, dejó ir a los peces pequeños. Luego se sentó con la caña.

El amanecer era dorado. Pero algo lo distEn la quietud del amanecer, Andrés vio a una figura solitaria caminar hacia el río, y sin pensarlo, supo que su vida ya no sería la misma.

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