La madre lo organizó todo

**Diario Personal – Martes 15 de octubre**

No me lo puedo creer. ¡No me lo creo! —gritaba Laura, agitando las manos—. ¿Cómo has podido hacerme esto, mamá?

—Laura, cálmate, por favor —intentó tomarle la mano Valentina, pero ella la apartó—. Hablemos con tranquilidad.

—¿Tranquila? —la voz de Laura se quebró en un grito—. ¿Después de lo que has hecho? ¿No te das cuenta de que ahora soy el hazmerreír de toda Sevilla?

—No exageres. ¿Qué Sevilla ni qué nada? Vivimos en el barrio, no en el centro.

—¡Mamá! —Laura se llevó las manos a la cabeza—. ¿Lo dices en serio o es que no lo entiendes?

Valentina se dejó caer en el sofá. A sus sesenta y dos años, seguía creyéndose joven y con energía suficiente para organizar la vida de su hija adulta. Pero por primera vez en mucho tiempo, se sintió vieja y agotada.

—Solo quería ayudarte —dijo en voz baja—. Llevas tanto tiempo sola, sin salir. Desde el divorcio te has encerrado en ti misma.

—¡Es mi vida! —estalló Laura—. ¡Mía! Soy una mujer adulta, tengo cuarenta y un años.

—Por eso me preocupo. El tiempo pasa y tú…

—¿Y yo qué? ¿Que no valgo para nadie? ¿Que estoy hecha un adefesio?

Valentina negó con la cabeza.

—Mi niña preciosa, mi inteligente. Solo que te has vuelto demasiado orgullosa. Los hombres tienen miedo de acercarse.

Laura recorrió la sala tirando nerviosa del cinturón de su bata. La luz dorada del sol de la mañana inundaba el pequeño salón, pero la atmósfera estaba cargada.

—Mamá, ¿cómo se te ocurrió poner un anuncio en el periódico? —dijo Laura, agotada—. Y encima, uno así…

—¿Qué tiene de malo lo que escribí? —preguntó Valentina, ofendida—. Son solo palabras normales.

—¿Normales? —Laura sacó del bolsillo un periódico doblado y lo abrió—. Escucha bien: «Madre busca hombre serio para hija soltera de 40 años. Bella, hacendosa, contable, no fuma ni bebe, cocina muy bien. Contactar con la madre». ¡Con la madre, jolín!

—¿Y qué tiene eso de malo? —Valentina no lo entendía.

—¿Que qué tiene? ¡No soy un producto en oferta! ¿Y por qué tienen que llamarte a ti y no a mí?

—Porque tú nunca elegirías a nadie. Siempre encuentras excusas.

Laura se dejó caer en el sillón frente a su madre y se tapó la cara con las manos.

—Mamá, me llaman a todas horas. ¿Te imaginas? Ayer un abuelo de setenta años me preguntó si hacía buen gazpacho y si estaba dispuesta a mudarme a su pueblo con tres cabras.

—Ese, desde luego, no vale —aceptó Valentina—. ¿Y los demás?

—¿Qué demás? —se indignó Laura—. ¡Mamá, esto es humillante! Como si no pudiera encontrar pareja sola.

—¿Y puedes?

La pregunta, aunque en voz baja, dio en el blanco. Laura guardó silencio. Sabía que su madre tenía razón. Cuatro años habían pasado desde su divorcio con Alberto, y no había conocido a nadie que le interesara.

—Eso no significa que haya que ponerse a buscar en el periódico como en los noventa —refunfuñó.

—¿Y entonces? ¿Por internet? Pero si no sabes manejarlo.

—Aprendería.

—Sí, como aprendiste a salir en cuatro años.

Valentina se levantó y fue a la cocina.

—¿Quieres té? —gritó—. ¿O prefieres que te ponga unas gotitas de valeriana?

—Mamá, no te burles —Laura la siguió.

En la cocina olía a bollos recién horneados. Valentina siempre cocinaba cuando estaba nerviosa. Hoy había empanadillas de atún, tortitas de manzana y magdalenas.

—¿Otra vez has pasado la noche horneando? —preguntó Laura, sonriendo sin querer.

—No podía dormir —reconoció su madre—. Pensaba en cómo hablarte.

—Deberías haberlo pensado antes de poner el anuncio.

Valentina puso el hervidor en el fuego y sacó dos tazas del armario.

—Laura, mira la realidad. Trabajas con mujeres, no hay hombres. En casa, con tus libros y las series. Vas al supermercado en chándal y con el pelo sin peinar.

—¡Voy normal!

—Para casa, sí. ¿Pero para llamar la atención? ¿Cuándo fue la última vez que te pusiste un vestido?

Laura lo pensó. Era cierto. Desde el divorcio había olvidado su feminidad. Jeans, jerséis y zapatillas, ese era su armario.

—Eso no justifica el anuncio —repitió, obstinada.

—¿Entonces qué? ¿Quedarte sentada esperando a que el príncipe azul llame a la puerta?

El agua hirvió. Valentina preparó el té y puso un plato de magdalenas en la mesa.

—Mamá, ¿cuántas llamadas has tenido? —preguntó Laura con cuidado.

—Muchas. Las apunté en una libreta. ¿Quieres ver?

Sacó una libreta de cuadritos del cajón. En la portada, con letra infantil, decía: «Novios para Laura».

—¿En serio? —bufó Laura—. Parecemos adolescentes.

—Pero está todo organizado. Mira, este, Javier, parece educado. Cuarenta y cinco años, ingeniero, divorciado, sin hijos. Voz agradable, habla con respeto.

Laura tomó la libreta y hojeó las páginas. Valentina había anotado nombres, edades, profesiones y detalles de cada hombre que había llamado.

—Mamá, ¿hablaste con todos?

—Claro. ¿Crees que iba a entregarte al primero que llamara? Pregunté de todo: trabajo, sueldo, si tenía casa.

—Como un interrogatorio —dijo Laura, irónica.

—Pues sí. Hay que saber con quién tratas.

Laura leyó las notas y sonrió. Valentina lo había tomado en serio. Algunos nombres tenían anotaciones: «bebe», «vive con su madre», «busca criada», «casado, miente».

—¿Y este, Fernando, por qué está tachado?

—Empezó a hablar de intimidad de golpe. Le dije que mi hija es una señorita decente y se puso grosero.

—Ya. ¿Y este, David?

—Parece bueno. Cuarenta y tres, capataz, tiene piso propio. Viudo, su hija ya está casada.

Laura dejó la libreta y miró a su madre.

—Mamá, ¿de verdad crees que así se encuentra a alguien?

—¿Por qué no? Antes había casamenteras. Los padres arreglaban matrimonios y la gente vivía bien.

—Eso era antes. Ahora los tiempos han cambiado.

—Los tiempos cambian, pero la gente sigue queriendo amor, familia, compañía.

Sonó el teléfono. Valentina lo cogió rápido.

—¿Dígame? Ah, sí, lo del anuncio… ¿Cuántos años tiene? ¿Treinta y ocho? ¿Y en qué trabaja? Ya… ¿Ha estado casado? Divorciado… ¿Tiene hijos? No… ¿Y por qué no tiene, si me permite?

Laura puso los ojos en blanco y se fue a su habitación. Su madre podía pasar una hora interrogando a cada hombre.

En su cuarto, abrió el correo. Entre mensajes del trabajo, había varios de desconocidos. Resulta que Valentina no se había limitado al periódico: también había puesto anuncios online.

—¡Mamá! —gritó Laura—. ¡Ven aquí!

Valentina aparecióLaura cerró la libreta con un suspiro, miró a su madre y finalmente sonrió mientras decía: “Bueno, al menos tu plan loco me ha hecho reír, y quién sabe, tal vez hasta funcione”.

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MagistrUm
La madre lo organizó todo