La madre de mi novio me humilló frente a toda la clientela, sin saber que yo estaba saliendo con su hijo.
Yo y Carlos nos conocimos en el ultramarinos de la esquina de su casa, donde yo trabajaba en mis ratos libres. A los diecinueve quería ser independiente, ahorrar algo de dinero, así que acepté turnos extra. Mis padres se mostraron orgullosos: estudiaba y trabajaba a la vez, lo que me permitía comprar nuevas zapatillas o costear un viaje a Valencia. Incluso Carlos opinaba que mi curro a tiempo parcial era un buen comienzo, a pesar de que él aún no buscaba empleo.
Nuestra relación surgió poco a poco. Carlos me regalaba rosales, yo le consentía con bombones, y algunas noches nos quedábamos cerrados en la tienda, charlando mientras la calle estaba desierta y aprovechábamos la ausencia de clientes.
Ese entusiasmo duró apenas dos semanas. La madre de Carlos, Doña María, me hizo pasar vergüenza, y a partir de entonces ya no quise volver a salir con él; al contrario, me sentía avergonzada.
Una tarde, durante mi turno nocturno, entraron ella y Carlos. No se dio cuenta de que él me guiñó un ojo y que nos cruzamos una sonrisa cómplice. Cuando llegó a la caja, esta se trabó y la clienta que llevaba la compra empezó a protestar a gritos. ¡Llevo comprando aquí mil veces y ahora me quedo colgada con esta joven! exclamó, ¡parece que quieres engañarme y quedarte con mi dinero sin darme ticket! Me llamó estafadora y acusó que intentaba defraudarla a propósito.
Mira, Carlos, ¿no ves por qué tienes que estudiar con ahínco? replicó Doña María, para que nunca más tengas que estar aquí diciendo que la caja se atasca.
Fue una vergüenza insoportable, sobre todo porque era la madre de mi novio y había una fila de gente que ya había visto antes y que, sin duda, comentaría a sus amigos lo ocurrido.
Carlos me suplicó que perdonara a su madre, argumentando que había tenido un mal día, pero yo no pude. Lo dejé y renuncié al puesto. Por suerte conseguí un trabajo en el extranjero, en Lisboa, con un salario más bajo, pero con más horas y sin tener que cruzarme de nuevo con madres como la de Carlos.
He aprendido que cualquier oficio tiene su dignidad y que, como estudiante, las opciones son limitadas. Algunos padres creen que su hijo es una joya, pero eso no impide que, algún día, un licenciado termine trabajando de cajero en un supermercado.







