La madre de mi novio me avergonzó delante de todos, sin saber que yo estaba saliendo con su hijo.
Yo y Marcos nos cruzamos una tarde en la ultramarinos de la calle del Arenal, donde yo hacía mis prácticas mientras terminaba el bachiller. Con diecinueve años quería ser independiente, ahorrar unos cuantos euros, así que acepté turnos extra. Mis padres estaban orgullosos: estudiaba y trabajaba a la vez, así podía comprarme una bicicleta nueva o planear una escapada a la sierra. Marcos también opinaba que aquel curro a tiempo parcial era un buen comienzo, aunque él mismo no tenía empleo.
Nuestra relación fue tomando forma lentamente. Marcos me llevaba rosas de clavel, yo le regalaba bombones, y a veces nos quedábamos hasta la madrugada entre los pasillos vacíos, conversando mientras el silencio se hacía eco entre los estantes.
Nuestro sueño duró unos catorce días. Entonces la madre de Marcos, una mujer de mirada afilada, me humilló y, a partir de ese momento, dejé de querer salir con su hijo. Me sentí avergonzada, como si la propia tierra me hubiera rechazado.
Una noche, durante mi turno, ella entró acompañada de Marcos. No se dio cuenta de que él me guiñó el ojo y que compartimos una sonrisa furtiva. Cuando llegó a la caja, el cajón se atascó y una clienta comenzó a refunfuñar. ¡Llevo una millonésima vez aquí y me he quedado atrapada contigo! gritó, insinuando que yo tramaba algo turbio, y después me llamó estafadora por supuesto, creyendo que quería engañarla sin dar recibo.
Mira, Marcos, ¿ves por qué tienes que estudiar mucho? exclamó la madre. Así no tendrás que quedarte diciendo la caja se ha quedado pillada nunca más.
Fue una vergüenza inmensa, sobre todo porque era la madre de mi novio, y había una fila de clientes que ya había visto antes, gente que volvería al local y murmularía a sus espaldas.
Marcos me suplicó que perdonara a su madre, alegando que había tenido un día malo, pero yo no pude aceptar. Lo dejé, renuncié al puesto, y, como si surgiera de la nada, encontré trabajo en el extranjero, en un pequeño café de Lisboa donde el sueldo era menor pero las horas eran más largas y no tenía que cruzarme con madres como la de Marcos.
Creo que cada oficio tiene su razón de ser, y como estudiante no siempre se tiene otra opción. Es bonito que algunos padres se crean que su hijo es el mejor del mundo, pero eso no impide que, algún día, incluso alguien con un título universitario termine cobrando por ser cajero.







