**La Lógica Femenina**
Al anochecer, Javier llegó a casa agotado del trabajo. Días de reuniones interminables, problemas por resolver. Lo único que lo consolaba era que, por fin, era viernes y al día siguiente podía descansar.
Al menos dormiré. Esta semana ha sido durísima murmuró al acostarse, mientras su mujer, Lucía, lo miraba con esa sonrisa pícara que él conocía demasiado bien.
Al notar su mirada, Javier gruñó:
Lucía, déjame dormir mañana, que ya sé cómo eres
Llevaban once años casados, y su hijo Daniel tenía nueve. Ambos trabajaban, aunque ella era directora de una empresa pequeña pero relevante, y él ocupaba un puesto bien pagado en una multinacional.
Los sábados en su casa siempre empezaban igual: limpieza general. Da igual que hiciera sol o lloviera, que fuera festivo o no. Si el sábado tocaba trabajar, el domingo se convertía en el día de la fregona. Lucía era una maniática del orden. Por un lado, a Javier le gustaba vivir en un sitio pulcro, pero por otro, los fines de semana se convertían en una batalla contra el polvo y el desorden. Ella no descansaba ni dejaba descansar hasta que todo relucía.
Cuando el tema salía en conversaciones, Javier solía decir:
No soy un cerdo. Mis calcetines no vuelan por los rincones, los platos los meto en el lavavajillas y la ropa sucia va al cesto. Vivo con orden.
Pero Lucía tenía sus propios estándares.
Ese sábado, ella se despertó más tarde de lo habitual, saboreando la pereza del día libre. Mentalmente, trazó el plan de acción.
Bueno, que duerma una hora más, pero ni un minuto. Si no lo muevo, se queda en la cama hasta el mediodía pensó.
Javier, entre sueños, escuchó su voz:
Venga, despierta, que tenemos desayuno y luego limpieza. La casa parece un campo de batalla.
Lucíaaa, déjame dormir, que la semana ha sido larga protestó él, resignado a que no habría más descanso.
Pero los sábados siempre empezaban así.
Javier, ¿no prefieres dormir en una habitación limpia? replicó ella, firme, antes de ir al cuarto de Daniel.
Daniel, esto también va contigo. A desayunar. Después, recogemos. Si no ordenas tus soldados y aviones, lo haré yo.
Esa era la peor amenaza para el niño.
¡Mamá! ¿Por qué desmontaste mi base secreta con seis comandos escondidos? gritó desde su habitación.
¿Y por qué hay una manta en el suelo? preguntó Lucía.
¡No es una manta! Es un hangar para los cazas replicó él, desafiante.
Recoge tus juguetes. Están por todas partes dijo ella, exasperada.
Así que, cada sábado, padre e hijo sufrían el régimen de limpieza impuesto por Lucía. Aunque protestaban, al final obedecían.
Mamá, ¿y si jugamos un rato y luego lo ordenamos todo? propuso Daniel, diplomático.
Nada de “luego”. Os conozco. Desayunamos, limpiamos, y después vemos contestó ella, yendo hacia la cocina.
Pero desde allí, su voz se alzó de nuevo:
¡Basta de maullidos! Te puse comida hace nada. No tienes hambre, cierra el pico.
Peluso, el gato de la familia, un esponjoso minino gris con ojos azules y patitas blancas, se frotaba contra sus piernas, mendigando algo más sabroso.
La casa, de dos plantas, no era enorme, pero sí acogedora. Durante la semana, el polvo y el caos se acumulaban. Entre el trabajo, el cansancio y las prisas, nadie tenía tiempo de limpiar. Y Daniel, claro, no movía un dedo. Así que el sábado tocaba ponerse manos a la obra.
Javier se levantó, resignado. El sueño se había esfumado, y el hambre empezaba a apretar. Al llegar a la cocina, encontró a Lucía y Daniel desayunando.
Vaya, cariño, eres increíble. Hasta tortitas has hecho dijo, acercándose para darle un beso en la frente.
Algunos no nos quedamos en la cama hasta mediodía respondió ella, con media sonrisa.
Papá, siéntate, que están calentitas dijo Daniel, disfrutando del espectáculo familiar.
En realidad, no era tan temprano. Eran casi las nueve.
Bueno, mis chicos, desayunamos, limpiamos y después ¿qué? preguntó Lucía, mirándolos con complicidad.
Javier suspiró.
Después, al supermercado.
Exacto. Muy bien asintió ella, satisfecha.
Era su rutina: limpieza primero, compras después. A Javier no le molestaba, pero le fastidiaba perder horas fregando.
Ese día, incluso Daniel colaboró sin protestar. Recogió su ropa, sus juguetes a su manera y cuando todo estuvo impecable, Lucía respiró aliviada.
Ahhh, qué bien se vive con orden dijo, relajada.
Totalmente contestó Javier, guardando la aspiradora bajo la escalera.
Ahora, a relajarnos y luego al súper. Tengo la lista hecha. ¿Vienes, Javi? preguntó ella.
Él asintió. Siempre estaba listo.
Al sentarse junto a ella en el sofá, una idea brillante cruzó su mente.
Oye ¿y si contratamos a una empresa de limpieza? Ahora no se llaman “señoras de la limpieza”, son “técnicos en higienización”. Podríamos buscar opciones.
Después del súper, con las bolsas llenas y Daniel feliz por sus chuches, Javier se puso a investigar. Tras leer reseñas y llamar a varias empresas, decidió plantearlo. Sabía que Lucía se resistiría.
Lucita empezó, con tono cauteloso, tengo una propuesta. Escúchame antes de enfadarte, ¿vale?
Ella lo miró con sospecha.
¿Qué has tramado ahora? Por tu cara, es algo gordo.
¿Qué te parece contratar a una profesional para que limpie los sábados? Pagamos, y nosotros libres dijo, esperando el estallido.
¿Que ya no te sirvo? ¿Qué sigue? ¿Un chef? ¿Una acompañante? replicó ella, calentándose.
Para, escucha interrumpió él, mostrando cálculos. Perdemos dos horas cada semana. En un año, son más de cien. Imagina todo ese tiempo tirado a la basura.
Lucía se calmó. Como directora, sabía valorar el tiempo.
¿Cien horas? preguntó Daniel, impresionado. ¿De verdad, papá?
Más, hijo. Muchas más.
Lucía reflexionó. En su oficina, los limpiadores hacían un buen trabajo.
A lo mejor tienes razón. ¿Cuánto costaría?
Javier dio la cifra y añadió:
Podríamos usar ese tiempo para nosotros, para Daniel hasta para Peluso.
Los tres incluido el gato la miraron expectantes.
Bueno siempre he pensado que mi casa es mi castillo. Pero tus números me hacen dudar. Podríamos probar. Si no nos convence, cancelamos aceptó, seria.
Daniel sonrió, Peluso movió la cola, y Javier se sintió victorioso.
¿Entonces, sí? preguntó, besándole la mejilla.
¡Mamá, por favor! suplicó el niño, abrazándola.
Vale, probamos el próximo sábado. Hoy ya está todo limpio