**La lluvia trae felicidad**
Tras un verano sofocante llegó un otoño frío y húmedo, con vientos cortantes y lluvias interminables.
De camino a casa, cansada del viento y de la pertinaz llovizna, Valeria entró en un supermercado para refugiarse del mal tiempo y, de paso, comprar algo para la cena. Dentro estaba cálido, seco y bien iluminado. Caminó despacio entre los pasillos, observando los productos.
Llenó una cesta con varias cosas. En la sección de frutas cogió un limón y un racimo de uvas. Se imaginó sentada en el sofá, con los pies encogidos, viendo la televisión mientras bebía té caliente con limón y saboreaba las uvas dulces. Quizás hasta se permitiría una copa de vino para entrar en calor.
Se detuvo frente al expositor de embutidos, decidiendo qué elegir. En ese momento, le apetecía todo. No había probado bocado desde por la mañana. Tragó saliva y alargó la mano hacia el chorizo, que no necesitaba cocción. De pronto, su mano chocó con otra que buscaba el mismo paquete.
Valeria retiró la mano y giró la cabeza. Junto a ella había un hombre alto y atractivo. Pelo negro con algunas canas en las sienes, ojos marrones, labios carnosos. Y, para rematar, llevaba un abrigo negro. Justo como le gustaba a ella.
—Perdona—dijo el hombre, mostrando una sonrisa perfecta.
*”Vaya ejemplar. Parece sacado de una revista. ¿Qué hace alguien así comprando embutidos en un Mercadena?”* pensó Valeria. El calor le subió a las mejillas. Evitó mirarlo y se alejó del mostrador. *”Me he quedado mirándolo como una tonta”*, se reprochó mientras se dirigía a las cajas.
Al verse reflejada en el escaparate de las bebidas, se horrorizó. *”Dios mío, parezco una lechuga. ¿Qué habrá pensado de mí? Pero qué más da, él está en otra liga”*. Dejó los productos en la cinta. Alguien junto a ella colocó lo mismo, incluyendo el chorizo.
—Tenemos los mismos gustos, ¿no crees?
Valeria volvió a ver al hombre y su sonrisa impecable.
—No es cuestión de gustos. Es la compra habitual. La mitad de la gente lleva lo mismo—respondió, apartando la vista.
—Sí, supongo que tienes razón—asintió él.
*”Yo, hecha un desastre por el viento, y él, como si acabara de salir de la peluquería”*. Se imaginó tocando su pelo grueso y enseguida se reprendió. *”¿Te ha conquistado un tipo guapo y ya te derrites? Ni lo sueñes. No es para ti”*.
Pagó, guardó la compra en la bolsa y, obligándose a no mirarlo, salió. Afuera, una ráfaga de viento le azotó el rostro, como castigándola por haberse refugiado. Se había olvidado de lo despiadado que estaba el tiempo. La puerta se abrió detrás de ella.
—Vaya día. ¿Vives por aquí?—preguntó el hombre, que la había seguido.
—¿Por?—respondió ella, desconfiada.
—Es que voy en coche. Podría llevarte.
Valeria dudó. *”Sabe el efecto que causa en las mujeres. No parece un psicópata… aunque, ¿cuántos psicópatas he conocido?”* El impulso ganó: *”Si lo es, al menos es guapo”*. Se rio por dentro y aceptó.
Bajaron las escaleras y él abrió la puerta del coche.
—Pasa. Dame la bolsa, la pongo atrás para que vayas cómoda.
Dentro hacía calor, no se oía el viento y olía a cuero nuevo. Él arrancó el motor con suavidad.
—¿A qué dirección?—preguntó, mirándola.
—Calle Cervantes, número dieciséis. Cerca de la estación—añadió Valeria.
—Lo sé—dijo él, y el coche se puso en marcha.
Ella observaba a los transeúntes luchar contra el viento, los paraguas volándose y las capuchas cayéndose. De recompensaba veía sus manos al volante: firmes, seguras. Todo en él era perfecto. *”¿Enamorada ya? Cuando te deje en casa, no volverás a verlo”*, se recordó.
—Soy Adrián. ¿Y tú?
—Valeria—respondió, evitando tonterías.
—Bonito nombre. En el colegio me gustaba una niña que se llamaba Vale. Le prometí casarme con ella.
—¿Y lo hiciste?
—Bueno… éramos niños.
Solo entonces notó la música suave de fondo. ¿Había estado sonando todo el tiempo? Estaba tan absorta en él que no se había fijado.
—¿Qué portal?—preguntó Adrián.
Al mirar por la ventana, vio su edificio. *”Qué rápido. Y yo que quería que el trayecto durara más”*. El coche se detuvo y ella salió, recibiendo de lleno el viento.
—¡Espera, tu compra!—Adrián salió tras ella y le entregó la bolsa.
—Gracias—murmuró Valeria, evitando su mirada mientras entraba en el portal.
Le costó sacar las llaves del bolsillo. Finalmente abrió la puerta y respiró aliviada. Oyó el motor aún encendido. Él esperó a que estuviera dentro antes de irse.
*”Dios, qué aspecto tengo”*, pensó al verse en el espejo del ascensor. *”Un hombre así no está soltero. Estará casado con una diosa, tendrá un hijo idéntico a él… Solo fue un gesto amable. Olvídalo”*.
En los días siguientes, entró en el mismo supermercado, pero no volvió a verlo.
Hasta que, dos días después, reconoció su coche frente a su portal. *”¿Será él?”* No recordaba la matrícula, pero el modelo coincidía. *”¿Me habrá seguido? ¿O será un maníaco?”*
Adrián bajó del coche.
—Te estaba esperando, Valeria.
—¿Por qué?
—No lo sé. No pude olvidarte.
—¿El cole—¿El recuerdo de tu infancia no te deja en paz? —preguntó ella, arrepintiéndose al instante de su tono burlón, pero Adrián solo sonrió.