**La lluvia trae felicidad**
Después de un verano abrasador, llegó un otoño frío y húmedo, con vientos cortantes y lluvias interminables.
Camino a casa, cansada del viento y del molesto aguacero, Valeria entró en un supermercado para resguardarse. Allí dentro hacía calor, estaba iluminado y, sobre todo, seco. Se movió lentamente entre los pasillos, observando los productos.
Llenó una cesta entera. En la sección de frutería, cogió un limón y un racimo de uvas. Se imaginó sentada en el sofá, con los pies recogidos, bebiendo té caliente con limón y disfrutando de las uvas dulces. O quizás un poco de vino para entrar en calor.
Se detuvo frente al estante de embutidos, indecisa entre chorizo o salchichón. De pronto, su mano rozó otra que se dirigía al mismo paquete de jamón serrano.
Valeria retiró la mano rápidamente y levantó la mirada hacia un hombre alto y atractivo. Pelo negro con algunas canas en las sienes, ojos castaños, labios carnosos y envuelto en un abrigo negro. Justo su tipo.
—Perdona —dijo él, mostrando una sonrisa perfecta.
*”Madre mía, parece sacado de una portada de revista. ¿Qué hace un tipo así comprando embutidos en el Mercadona?”* pensó Valeria, sintiendo cómo el calor le subía a las mejillas. Se alejó del estante, reprendiéndose mentalmente por mirarlo como si fuese una tonta.
Al pasar frente a un espejo junto a las bebidas, se horrorizó. *”Dios mío, parezco un espantapájaros. ¿Qué habrá pensado de mí? Bah, da igual, él y yo no vivimos en el mismo mundo.”* Dejó los productos en la cinta de pago. Junto a ellos, alguien colocó los mismos, incluido el jamón.
—Parece que tenemos gustos similares, ¿no? —escuchó a su lado.
Era él, de nuevo con esa sonrisa deslumbrante.
—¿Gustos? Esto es lo que compra medio Madrid. Nada especial —respondió Valeria, apartando la mirada, consciente de su aspecto desaliñado.
—Bueno, tienes razón —asintió él.
*”Yo parezco un pollo mojado, y él, recién salido de la peluquería.”* Se imaginó tocando su pelo, grueso y suave, y se regañó al instante. *”¿En serio? ¿Un hombre guapo te mira y pierdes el norte? Controla, Valeria, esto no es para ti.”*
Pagó sus compras y salió del supermercado sin mirar atrás. El viento la golpeó con fuerza, como castigándola por refugiarse dentro. La puerta se abrió, y él salió tras ella.
—Vaya tiempo, ¿eh? ¿Vives por aquí? —preguntó, ajustándose el abrigo.
—¿Por? —respondió ella, desconfiada.
—Es que voy en coche. Si quieres, te llevo.
*”Seguro que sabe el efecto que causa en las mujeres. ¿Será un psicópata? Pero… ¿tengo experiencia reconociendo psicópatas?”* Dudó un instante, mientras su voz interna la presionaba: *”No seas tonta, acepta el viaje. A pie vas a tardar una eternidad.”*
*”Si es un asesino, al menos es guapo.”* La idea la hizo reír por dentro. Bajaron las escaleras, y él abrió la puerta del copiloto.
—Pasa. Dame la bolsa, la pongo atrás para que vayas más cómoda.
Dentro del coche olía a cuero y a algo más, algo que le resultaba familiar. Él arrancó el motor con suavidad, como si el vehículo fuese un animal domesticado.
—¿Adónde te llevo? —preguntó, mirándola.
—Calle de Bravo Murillo, número dieciséis. Cerca de la estación —dijo Valeria.
—Lo sé —respondió él, arrancando.
Ella observaba el viento zarandeando a los transeúntes, arrebatándoles los paraguas. De reojo, veía sus manos en el volante, firmes y seguras. *”Perfecto en todo. ¿Por qué alguien así se fijaría en mí? Me dejará en casa y desaparecerá. Nada más.”*
—Soy Adrián, ¿y tú? —rompió el silencio.
Valeria estuvo tentada de responder con alguna tontería, pero se contuvo. ¿Por qué estaba siendo tan cortante? Él no tenía la culpa de ser guapo.
—Valeria.
—Qué nombre tan bonito. En el cole había una niña que se llamaba Vale. Le prometí casarme con ella.
—¿Y lo hiciste? —preguntó, arqueando una ceja.
—Bueno… era el cole.
Solo entonces notó la música suave de fondo. ¿Había estado sonando todo el rato? ¿O estaba tan ensimismada en él que no la había escuchado?
—¿Qué portal? —preguntó Adrián al llegar.
Valeria parpadeó, sorprendida. Habían llegado demasiado pronto. *”¿Ya? Pero si apenas lo he disfrutado.”* El coche se detuvo, y ella salió, abrazándose del frío.
—¡Espera, la bolsa! —gritó él, bajando para entregársela.
—Gracias —murmuró, sin mirarlo, antes de entrar en el portal.
Le costó sacar las llaves del bolsillo. Finalmente, abrió la puerta y entró, respirando aliviada. Escuchó el motor aún encendido. Él esperó hasta asegurarse de que estuviese dentro.
*”Dios, ¿en qué estado estoy?”* se preguntó al verse en el espejo del ascensor. *”Un hombre así no puede estar soltero. Seguro que está casado con una diosa y tiene hijos iguales a él. Me habrá llevado por educación, nada más.”*
Los días siguientes siguió entrando en el mismo supermercado, pero no volvió a verlo.
Hasta que, dos días después, reconoció su coche frente a su portal. Dudó un momento, pero su intuición le dijo que era él. *”¿Me habrá seguido? ¿O será un acosador?”*
Adrián bajó del coche.
—Te estaba esperando, Valeria.
—¿Por qué?
—No lo sé. No pude olvidarte.
—¿Tanto te marcó tu novia del cole? —dijo, arrepintiéndose al instante.
—Puede ser —respondió él, jugueteando—. Eres la segunda Valeria en mi vida. ¿Será el destino? Hace frío, sube al coche.
Podría haberlo invitado a su casa, pero no se atrevió. Subió al coche, rodeada de nuevo por su aroma y la música suave.
—¿Estudias?
—No, ya trabajo. Soy oftalmóloga en un centro de salud —respondió con orgullo.
—Qué profesión más interesante. Regalas la vista a la gente.
—Solo reviso graduaciones —se rio—. ¿Y tú?
—Yo soy ingeniero. Nada emocionante. ¿Vienes del trabajo? ¿Quieres ir a tomarnos algo?
Claro que sí. Habría sido una imbécil por decir que no. Estaba dispuesta a cualquier cosa con él, pero se contuvo. No era de esas. Pero un café… eso sí podía ser.
Charlaron de trivialidades. Valeria se derretía bajo su mirada. Para no rendirse del todo, le lanzó preguntas directas.
—¿Estás casado?
Él dudó un instante.
—No. Bueno, divorciado. ¿Y tú tienes novio?
—Ahora no —respondió, coqueta.
La llevó a casa. En el coche, le tomó la mano y se acercó. Ella se quedó paralizada un segundo, luego se liberó y salAl final, Valeria comprendió que a veces la lluvia trae bendiciones disfrazadas de casualidades, y que el verdadero amor no siempre llega con relámpagos, sino con la calidez de quien elige quedarse.