La limpiadora rescató a un niño en la bañera… La reacción del padre millonario sorprendió a todos

La limpiadora bañó al niño en el fregadero La reacción del padre millonario dejó a todos impactados
Una mujer joven de 28 años llevaba tres años trabajando como empleada del hogar en la casa del empresario Román Mélnik, uno de los hombres más ricos de Kiev. Siempre cumplía sus tareas con discreta dedicación, pasando desapercibida, como corresponde a una buena trabajadora. Todo cambió cuando escuchó un llanto desesperado proveniente de la habitación del pequeño Misha, que apenas tenía año y medio. Supo que algo andaba mal.
La niñera, Svetlana, había desaparecido, dejando solo una nota en el tocador donde anunciaba que no volvería, sin explicaciones ni advertencias. El llanto del niño resonaba por los pasillos vacíos de la mansión, y Karina subió corriendo, encontrando al niño en un estado lamentable: su ropa estaba húmeda y sucia, y el fuerte olor revelaba que llevaba así horas. Su carita, roja por el llanto continuo, le partió el corazón.
«Dios mío, ¿cómo pudieron dejarte así, pequeño?», susurró mientras lo tomaba en brazos con cuidado. Misha se calmó al instante, sintiendo el calor de su abrazo, y sus sollozos cesaron poco a poco. Karina sabía que debía actuar rápido. El baño del cuarto infantil solo tenía una ducha, incómoda para un niño tan pequeño, y el baño principal estaba en la planta de los dueños, donde tenía estrictamente prohibido entrar.
Sin pensarlo, bajó con Misha a la cocina. Allí, en el gran fregadero de acero inoxidable, preparó un baño tibio. Con movimientos suaves, usando la experiencia que había adquirido ayudando a cuidar niños de vecinas en su infancia, comprobó la temperatura del agua con el codo. «Así, Misha, limpiamos toda la suciedad», murmuró mientras le quitaba la ropa sucia.
El niño comenzó a balbucear contento, jugando con el agua que caía sobre sus pequeñas manos. Karina sonrió, sintiendo una ternura maternal que llevaba tiempo reprimiendo. Había perdido la custodia de su propia hija, Sonia, dos años atrás, cuando se quedó sola y sin recursos tras la desaparición del padre de la niña. Mientras enjabonaba el rubio cabello de Misha, tarareaba una canción que antes le cantaba a Sonia.
Misha reía, chapoteando en el agua, relajado por primera vez en horas. Justo entonces, Román Mélnik entró en la cocina. El empresario de 35 años había regresado antes de lo esperado de un viaje a Lviv, donde sus reuniones con funcionarios fueron canceladas por una huelga.
Se detuvo en la entrada, sorprendido. Su empleada, con su uniforme beige, bañaba a su hijo en el fregadero como si fuera lo más normal. «¿Qué significa esto?», rugió, haciendo eco en la cocina. Karina se sobresaltó, casi dejando caer al niño.
«Señor Román, puedo explicarlo», balbuceó. «La niñera se fue, dejó una nota». «¿Estás bañando a mi hijo en el fregadero? ¿Quién te dio permiso?». Misha, asustado por el tono de su padre, rompió a llorar, aferrándose al uniforme mojado de Karina. Ella lo meció, susurrando palabras de consuelo, y el niño se calmó al instante.
Román observó, desconcertado. Normalmente su hijo lloraba durante horas, imposible de calmar.
«Por favor, permítame explicarle», dijo Karina con firmeza. «Cuando llegué esta mañana, llevaba horas llorando. Svetlana se fue sin avisar. Misha estaba sucio, con rozaduras No podía dejarlo así».
Román tomó la nota que ella señaló. Era la letra de Svetlana: «No puedo seguir. Pido mi renuncia». Sin más explicaciones.
«Aún así no tenías derecho», comenzó, pero fue interrumpido por la aparición de la señora Alla, la administradora de la casa.
La mujer de 55 años, con el cabello gris recogido y un impecable vestido azul, miró la escena con horror. «¡Señor Román, gracias a Dios ha regresado!», exclamó. «Intenté controlar la situación, pero esta chica no obedece órdenes».
Karina sintió arder la ira. Alla siempre la trató con desdén, celosa de que el niño se sintiera más cómodo con ella.
«¿Qué situación, Alla?», preguntó Román frotándose el pelo con irritación.
«Le dije que no se entrometiera, que vendría otra niñera, pero insistió en llevarse al niño».
«¿Otra niñera?», Karina la miró incrédula. «No había ninguna asignada hoy. Misha estuvo solo horas».
«¡No es asunto tuyo!», replicó Alla con altivez. «Eres solo la limpiadora. ¡Tu trabajo es limpiar, no cuidar niños!».
Misha, quieto en los brazos de Karina, se agitaba cada vez que Román o Alla intentaban acercarse. Claramente, se sentía seguro solo con ella.
Román observó, incómodo. Su hijo, al que apenas conocía por su ausencia laboral, prefería a la empleada antes que a él.
«Alla, dijo que vendría otra niñera. ¿Dónde está?», preguntó conteniendo la voz.
La mujer dudó. «Llamé a la agencia cuando supe que Svetlana se fue. Dijeron que enviarían a alguien, pero hubo un retraso».
«¿Cuándo llamó?».
«Esta mañana, claro».
Karina negó con la cabeza, incapaz de callarse

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