La Ira de Mateo: Un Relato de Pasión y Conflicto en la España Contemporánea

La Ira de Mateo

Al llegar del hospital con la recién nacida en brazos, Mateo nos esperaba en el salón con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Aunque solo tenía ocho años, su mirada parecía cargada de una seriedad impropia de su edad. Durante meses había hablado con entusiasmo de su hermana, pero ahora que estaba aquí, algo en él había cambiado.

¿Ya está aquí? preguntó sin acercarse, con una voz fría y distante.

Sí, cariño. Ven a conocer a tu hermanita le dije, abriendo los brazos para mostrarle a la pequeña envuelta en su mantita rosa.

Pero él no se movió. Se quedó quieto, observándonos desde la distancia como si fuéramos desconocidos.

Ella salió de la tripa de mamá murmuró, bajando la vista. Yo no. Yo no soy como ella.

Sus palabras me golpearon como un puñetazo. Durante tres años habíamos hablado con naturalidad de su adopción, celebrando siempre su historia. Creí que lo entendía, que se sentía seguro. Pero la llegada de la bebé había removido algo inesperado.

Mateo…

¡Los niños del cole me dijeron que ahora la vais a querer más porque es vuestra hija de verdad! estalló, con lágrimas cayendo por sus mejillas. ¡Y que yo solo estoy de prestado!

Antes de que pudiera responder, se tiró al suelo con dramatismo.

¡No la quiero! ¡Llevadla otra vez al hospital! gritó, pataleando contra el sofá. ¡Yo fui primero! ¡Yo era vuestro único hijo!

La bebé comenzó a llorar por el alboroto. Mateo se enfureció aún más.

¡Mirad! ¡Ya está llorando y yo ni siquiera he hecho nada! ¡Ahora siempre vais a pensar que es culpa mía! sollozó, golpeando el suelo con los puños.

Se me partió el alma, pero sabía que debía mantener la calma. Dejé a la bebé con mi mujer y me senté en el suelo junto a él, sin tocarlo aún.

Mateo, entiendo que estés enfadado le dije con suavidad. ¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y ella?

¡Que ella es mejor que yo! chilló entre hipidos, limpiándose los mocos con la manga. ¡Que vosotros la hicisteis y a mí me recogisteis porque mis padres de verdad no me quisieron!

No, cielo. Eso no es cierto respondí, con un nudo en la garganta.

¡Sí que lo es! gritó, dándome la espalda. ¡Y ahora vais a tirar mis juguetes para hacer sitio a los suyos! ¡Y mi habitación también se la vais a dar!

Mateo, escúchame…

¡No! ¡No quiero escuchar! se tapó los oídos con las manos. ¡Quiero que se vaya! ¡Odio a esa bebé!

Respiré hondo. Sabía que detrás de tanta rabia había miedo. Mucho miedo.

Hijo, la diferencia es que a ella no tuvimos que buscarla. Pero a ti sí. Te elegimos entre miles de niños porque supimos que eras perfecto para nosotros.

Se giró lentamente, con la cara enrojecida y llena de lágrimas, pero ya sin gritar.

¿De… verdad hicisteis todo eso… por mí? preguntó con voz temblorosa.

De verdad. Y cuando te vi por primera vez, supe que cada día de espera había valido la pena. Ella llegó cuando debía llegar, pero tú… tú fuiste una elección hecha con amor.

Mateo se secó las lágrimas con la manga del jersey.

¿Pero no la vais a querer más a ella?

Imposible, mi vida. El corazón de los padres no funciona así. Crece para amar a todos los hijos por igual. Ahora los dos sois nuestros. Los dos sois hermanos.

Se quedó pensativo unos segundos, asimilando mis palabras. Luego se acercó despacio y tocó la manita diminuta de su hermana, que dormía plácidamente en brazos de su madre.

Es muy pequeña susurró, sorprendido por lo delicada que era su piel.

Como lo fuiste tú una vez.

¿Puedo cogerla?

Claro que sí.

Con cuidado, coloqué a la bebé en sus brazos. Mateo la miró con una mezcla de asombro y ternura que me llenó de esperanza.

Hola, hermanita le susurró. Soy Mateo, tu hermano mayor. Y voy a protegerte siempre, te lo prometo.

La bebé abrió los ojos como si lo hubiera oído, y por primera vez en días, Mateo sonrió de verdad.

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