**5 de junio, 2024**
No era el príncipe de sus sueños
Todo comenzó cuando conocí a Lucía, una chica dulce, de pelo rubio y sonrisa tímida. Ella se enamoró perdidamente de Daniel, un joven que acababa de volver del servicio militar. Alto, moreno, con ojos verdes y una sonrisa que derretía a cualquiera. Todos en el barrio comentaban lo mismo: «Un hombre así no se queda con una sola mujer, Lucía. Al final te dejará».
Pero ella no hacía caso. Salían al cine, a bailar, compartían tardes en las terrazas de Madrid. Daniel nunca le decía que era hermosa, pero su presencia la hacía sentir especial. Cuando lo llevó a casa por primera vez, mi madre, Carmen, frunció el ceño. Más tarde, en la cocina, me susurró:
Los hombres guapos suelen ser de todas, hija. No se fían de una sola. Pruébalo antes de casarte. Este parece de escaparate.
Lucía se enfadó. Confiaba en él. Pero las palabras de mamá sembraron una inquietud en su corazón.
Poco a poco, Daniel cambió. Primero el gimnasio, luego la piscina, luego nuevos amigos. Lucía, por estar cerca, se apuntó también, pero se sentía torpe entre aquellas chicas esbeltas y seguras. Él miraba hacia ellas, y ella volvía a casa antes, escondiendo las lágrimas.
Estás frágil como una muñeca de porcelana se rió él una vez, cuando se resfrió tras nadar. Mejor quédate en casa con tus libros.
El comentario le dolió. Recordó a mamá. Notaba cómo Daniel se alejaba: salidas sin avisar, llamadas que nunca llegaban. Hasta que, simplemente, desapareció. Dejó de contestar.
¿No te llama? preguntó mamá una tarde.
No susurró Lucía, volviéndose hacia la pared.
¡Levántate! Vamos a la peluquería ordenó Carmen. Un cambio de look es el primer paso. Luego haremos un vestido nuevo, tú dibujas bien.
Compraron tela, diseñaron juntas. Los rumores sobre las nuevas conquistas de Daniel llegaban, pero Lucía resistió. Cuando apareció en la verbena del pueblo, con su vestido nuevo y el pelo brillante, todos la miraron. Incluso un chico, Alejandro, humilde y sincero, empezó a acercarse. No era un Adonis, pero sus ojos solo buscaban a Lucía, cálidos y fieles. Un mes después, le pidió matrimonio.
Este sí que es un hombre dijo mamá. Si se enamora, se compromete. ¿Tú qué dices?
Acepto respondió Lucía en voz baja.
¿Le quieres?
Claro. Es bueno, trabajador, leal. Yo soy todo lo que necesita y solo yo.
La boda fue sencilla pero llena de amor. Empezaron de cero: su primer sofá, su primer plato. Al año nació su niña, y tres después, el niño. Familia, amor, felicidad.
Lucía ya no pensaba en Daniel. Solo oía, de vez en cuando, que había dejado a su esposa, que andaba con una amante, que vivía de prestado. Ella sonreía:
¿Lo nuestro? Solo un capítulo de juventud. Que sea feliz, si puede.
En casa la esperaban sus hijos, su marido y mamá. Sabia, buena, la persona que la salvó del dolor verdadero. La que le enseñó que la felicidad no está en un rostro bonito, sino en un corazón fiel.
Madre quédate siempre cerca. Sin ti, la vida pierde su luz.
**Lección aprendida:** Las apariencias engañan. El amor verdadero no es el que brilla, sino el que permanece.







