“La Lola, la que se quedó embarazada sin marido”: cómo me enfrenté a los cotilleos del pueblo
Cada vez que iba al pueblo a ver a mis abuelos, escuchaba a mis espaldas, la gente murmurando mientras empujaba el carrito: “Esa es la Lola, la que se quedó embarazada, ya sabes, la nieta de Rosa y Esteban, vaya educación, qué vergüenza, sola, sin marido”. Los chismes del pueblo corrían más rápido que el viento. Me sacaba de quicio, pero no decía nada. Mi abuela siempre me consolaba: “No les hagas caso, Lola, la gente habla porque envidia que tengas el valor de vivir a tu manera”.
La decisión que lo cambió todo
Tenía 24 años cuando supe que estaba embarazada. El padre, mi novio en aquel entonces, dejó claro desde el principio que “no estaba preparado”. No le insistí, sabía que podía sola. En Madrid, donde vivía y trabajaba, a nadie le importaba mi vida privada. Pero en el pueblo, donde fui a descansar y pensar, empezó el drama. Las vecinas cuchicheaban, las señoras del banco de la plaza se miraban, y alguna hasta me preguntó directamente: “Lola, ¿y tu marido? ¿O esto es así, sin boda?”.
No iba a dar explicaciones. Sí, no estaba casada. Sí, decidí tener a mi hijo sola. Y no, no me daba vergüenza. Pero en el pueblo las reglas son distintas: allí todo el mundo sabe todo de todos, y si no encajas en su idea de “vida correcta”, prepárate para los juicios. Por suerte, mis abuelos me apoyaron. “Un niño es una bendición, lo demás son tonterías”, decía mi abuelo, y mi abuela añadía: “Lo importante es que seas feliz, la gente siempre tendrá algo de qué hablar”.
Una vida nueva y nuevos retos
Cuando nació mi hijo, volví a Madrid. Ser madre soltera no era fácil: trabajo, guardería, facturas, noches sin dormir. Pero jamás me arrepentí. Mi pequeño Pablo es mi luz, mi razón de ser. Crece alegre y curioso, y hago lo imposible para que no le falte de nada. Ahora voy menos al pueblo, pero cuando voy, sigue habiendo miradas. La diferencia es que ya he aprendido a ignorarlas. A veces hasta sonrío cuando me sueltan: “Ay, Lola, ¿sigues soltera?”.
Mi abuela me dijo una vez: “Mira, en mis tiempos también pasaban estas cosas. Yo tuve a tu madre sin marido, y aquí estamos. Lo importante es no dejar que los demás te rompan”. Esas palabras se quedaron conmigo. No debo demostrarle nada a nadie. Mi vida es mía, y yo elijo cómo vivirla.
Lo que quiero decir a los demás
Ahora tengo 27 años y soy feliz. Sí, a veces es duro, sí, a veces estoy agotada, pero estoy orgullosa de criar a mi hijo sola. Si alguien se enfrenta a críticas, que recuerde: las opiniones ajenas son solo ruido. No definen quién eres ni tu valor. Vive por ti y por los que amas. ¿Y los cotilleos? Se callarán cuando encuentren otro tema del que hablar.
Si tienes una historia parecida, cuéntame cómo lo llevaste. ¿O quizás tienes algún consejo para responder a preguntas indiscretas? Comparte, ¡me encantaría saberlo!