La hija del marido de su primer matrimonio
Las vacaciones de Navidad tocaban a su fin. Tras tantos días de comilonas, las ensaladas, los dulces y los aperitivos ya habían cansado, así que para desayunar, Lucía preparó unas gachas de avena. Era hora de volver a la comida sencilla y cotidiana.
Los tres desayunaban cuando, desde la habitación, sonó el tono de llamada del móvil de su marido. Él salió de la cocina. Lucía, sin querer, aguzó el oído, intentando adivinar por sus respuestas quién llamaba y por qué.
Cuando Javier regresó, Lucía notó que no parecía disgustado. Preocupado, sí, pero no afligido.
—Mmm… —empezó él—. Ha llamado mamá, me ha pedido que vaya. Tiene la tensión alta.
—Claro, ve —asintió Lucía.
Mientras su marido se vestía, recordó sus palabras al teléfono: *¿Ahora mismo? ¿No será mejor que no? Vale, vale.* Cuando su suegra llamaba exigiendo su presencia, Javier solía salir disparado sin rechistar. *”Estoy buscando problemas donde no los hay”*, se reprendió Lucía.
—Vuelvo pronto —gritó Javier desde el recibidor antes de que la puerta se cerrara de golpe.
—Come, anda —apuró Lucía a su hijo, que arrastraba la cuchara por el plato, esparciendo las gachas.
—¿Vamos a la colina? Lo prometiste —dijo Adrián, tomando un poco de avena con la cuchara y mirándola fijamente antes de llevársela a la boca.
—Cuando vuelva papá, iremos. ¿Vale? —Le sonrió—. Pero con una condición: terminar el plato.
—Vale —respondió el niño sin entusiasmo, llevándose otra cucharada a la boca.
—Si en cinco minutos el plato no está limpio, no iremos a ningún lado —dijo Lucía con firmeza, levantándose para fregar los platos.
Mientras planchaba la ropa y Adrián jugaba con sus coches en el suelo, el cerrojo de la puerta de entrada resonó.
*”Por fin”*, pensó Lucía, dejando la plancha en su soporte y escuchando el crujido de la ropa en el recibidor. *”Qué raro, tarda en entrar”*. Se dirigió hacia su marido.
En la puerta apareció una niña de unos diez años, que la miró con curiosidad. Detrás de ella, llegó Javier. Su expresión era culpable. Colocó las manos sobre los hombros de la niña y levantó la barbilla con desafío.
—Esta es mi hija, Martina —dijo Javier, bajando la mirada hacia la nuca de la niña—. Mamá me pidió que la trajera hasta mañana.
—Ya veo. ¿Y su madre? ¿Se ha ido al sur con otro amante? —replicó Lucía con sorna.
Javier encogió los hombros, pero no tuvo tiempo de responder porque Lucía volvió a la tabla de planchar.
—Pasa —oyó decir a Javier, y por el rabillo del ojo vio cómo la niña se acercaba a Adrián, que seguía jugando en el suelo.
—¿Quedan gachas? —preguntó Javier a Lucía.
—Yo no quiero gachas —intervino Martina al instante—. Quiero macarrones con salchicha.
Javier miró a Martina desconcertado, luego a su esposa. Lucía se encogió de hombros y señaló la cocina con un gesto, como diciendo: *”Ve, prepáraselo, estoy ocupada”*.
Un rato después, Javier la llamó desde la cocina.
—¿Tenemos macarrones? No los encuentro.
—Sí. Ahí están las sobras. Cuando termine de planchar, iré a la tienda —Lucía lo miró con reproche.
—No me mires así. Yo tampoco sabía que…
—¿De verdad? ¿Y tu madre, cuando llamó, no te dijo por qué te necesitaba? —Al ver cómo su marido bajaba la mirada, supo que había acertado—. ¿Y a mí no podías preguntarme? ¿Por qué no me lo dijiste? Adrián también merecía estar preparado para esto. Ahora empezarán a competir por ti.
Como para confirmar sus palabras, un llanto desgarrador surgió de la habitación. Lucía corrió hacia allí, seguida de cerca por Javier.
—Ahí lo tienes. Ahora arréglalo —Lucía abrió los brazos en un gesto de impotencia.
Adrián se acercó a su madre y se abrazó a ella. Martina permanecía de pie, mirando al suelo con gesto hosco.
—¿Qué ha pasado? —Javier se acercó a su hija.
A Lucía le molestó que se dirigiera primero a Martina y no a su hijo.
—Ella me qui… quitó el co… coche —balbuceó Adrián entre lágrimas.
El sonido del agua hirviendo escapándose de la cazuela hizo que Javier corriera a la cocina. *”Y no puedo decirle nada. Es una invitada. La pobrecita, como la llama mi suegra. ¿Y yo qué hago?”*
—¿Quieres ver dibujos? —Lucía hizo un esfuerzo y se dirigió a la niña con calma.
Martina asintió, y Lucía, aliviada, encendió la tele. Ambos niños se sentaron en el sofá.
—¿Tu madre ha vuelto a las andadas? ¿Quiere destruir nuestra familia? Tu madre tiene una obsesión por reunirte con tu ex. Me contaron cómo gritó cuando nació Adrián, que no tenía otro nieto más que Martina. ¿Quiere ponerme a prueba, ver cómo trato a tu hija? —susurró Lucía al regresar a la cocina.
—Está realmente mal —defendió Javier a su madre.
—¿Y qué impedía que una niña tan grande la ayudara? Podría haberle traído agua, llamado al médico. Con ella estaría más segura, por si acaso. Yo a su edad ya hacía tortillas sola —insistió Lucía.
—¡Basta! —la interrumpió Javier, dejando la cuchara sobre la encimera con estruendo—. ¡Martina, ven a comer los macarrones! —gritó hacia la sala.
—Papi, tráemelos aquí —respondió Martina con tranquilidad.
—”Papi” —repitió Lucía, poniendo los ojos en blanco—. Anda, corre hacia ella.
Salió de la cocina y, sin mirar a Martina, guardó la tabla de planchar, dejando que su marido se ocupara solo de su hija.
Al final, Javier llevó a Martina a la cocina. Lucía contuvo las ganas de estallar. Se sentó junto a Adrián frente al televisor, pero no veía nada. Su hijo se pegó a ella, buscando su mirada. *”Nada, hay que aguantar —se convenció—. Adrián lo entiende. Ve que la niña no me gusta. Pero no puedo hacerlo”*. Le sonrió forzadamente.
La irritación crecía en su interior. No podía evitar sentirse herida, incómoda, resentida. Desde la cocina llegaban las voces de Javier y su hija. Mientras, ella y Adrián parecían olvidados. *”Debo tener cuidado. Ella se lo contará todo a mi suegra, y esta seguirá intoxicando a Javier, diciéndole que se equivocó al divorciarse, que yo destruí una buena familia…”*
—Mamá, ¿cuándo vamos a la colina? —Adrián interrumpió sus pensamientos.
—Ahora no lo sé. Ya ves, tenemos visita —acarició a su hijo.
Unos pasos se acercaron, y Martina apareció masticando. En la cocina, el agua corría. *”¿Javier está lavando el plato de su hija? Nunca lo ha hecho por mí ni por Adrián. Siempre dejaba los platos en el fregadero. Vaya. Así que sabe que ha