La hermanastra
Vicky pasó por el centro comercial después del trabajo. La jefa de contabilidad cumplía años en unos días, y le habían encargado a ella elegir el regalo. Ya había visto algo interesante, lo fotografió con el móvil. Al día siguiente lo enseñaría a las compañeras para decidir. Bajaba por las escaleras mecánicas hacia la planta baja, deseando salir del bullicio y la gente.
—¡Vicky! —la llamó una voz femenina de repente.
Giró la cabeza hacia la izquierda, escudriñando los rostros de quienes subían. Todos eran desconocidos.
—¡Vicky! —la llamaron de nuevo.
Al volverse, vio a una chica con el pelo rojo como el fuego, intentando bajar las escaleras que subían.
—¡Espérame abajo, no te vayas! —gritó la desconocida.
Vicky esperó al pie de las escaleras. Los cabellos rojizos desaparecieron un instante en lo alto y luego descendieron rápidamente. La joven corría, rozando a la gente. El color de su pelo distraía de su rostro.
—¡María! —exclamó Vicky al reconocer a su hermanastra.
—Sí, yo. ¿No te lo esperabas? Andaba por la ciudad buscándote. Sabía que algún día nos cruzaríamos. Hay cafeterías aquí abajo, vamos.
—¿Hace mucho que llegaste?
—Dos semanas. Qué alegría encontrarte —dijo María con sinceridad.
Escogieron una cafetería y se sentaron. Vicky observaba a su hermanastra: pelirroja, pestañas gruesas de rímel como agujas de pino, labios finos pintados de rojo intenso. Su rostro, de facciones delicadas, parecía de muñeca.
María, cuatro años menor, rondaba los veinte pero vestía como una adolescente: falda corta, medias color carne con calcetines negros, zapatillas de suela gruesa, chaqueta vaquera abierta y un top rosa ajustado.
La gente les miraba.
—Estás genial —dijo María.
Llegó la camarera con los menús. María pidió pizza, pastel y café. Vicky solo café.
—Tengo tanta hambre que me mareo. Qué suerte tienes, tú comes de todo y no engordas. Yo vivo a dieta —suspiró María.
—¿De verdad? —Vicky arqueó una ceja. María siempre había sido delgada.
—No has visto a mi madre. Pesaba cien kilos. Por eso mi padre la dejó. Tú tienes mejor genética. Oye, ¿tienen cerveza?
—Pregunta, pero yo no bebo, conduzco —respondió Vicky.
—¿Tienes coche? ¡Vaya! Oye, ¿necesitan gente en tu trabajo? Llevo dos semanas aquí y sigo sin empleo.
—¿Y de qué has vivido?
—Le robé a mi padre —soltó María, riendo—. Total, se lo gastaría en alcohol. Desde que tú te fuiste, empezó a beber, lo echaron del trabajo. Sobrevivía con chapuzas. Luego se lió con una cocinera que robaba comida del comedor. Ahí sí que se desató.
Vicky escuchaba incrédula. Aunque, pensándolo bien, el padre de María nunca le había caído bien. Cuando su madre lo conoció, dijo que Vicky solo tenía celos. Con él llegó María. Vicky estaba en último año de instituto, preparándose para la universidad.
Desde el principio, se llevaron mal. María cogía su ropa sin permiso, la ensuciaba. Su madre siempre la defendía: «Tienes de sobra, no seas egoísta. María creció sin madre».
Vicky sabía que su madre evitaba conflictos, pero igual le dolía. Luego, en invierno, le diagnosticaron cáncer. Murió en cuatro meses.
El padrastro esperaba que Vicky trabajara tras el instituto, pero ella huyó a Madrid. Había ahorrado dinero que le daban para comida o cine. Entró en la universidad, vivió en una residencia y trabajó en un Burger King por las noches.
Al graduarse, consiguió un buen empleo como gestora. Se privó de todo y al año compró un piso con hipoteca. Conoció a Dani al empezar el trabajo. Hacía dos años que salían. Él la ayudó a comprar un coche de segunda mano.
—¿Y tú qué estudios tienes? —preguntó Vicky, volviendo al presente.
—¡Vamos, Vicky! ¿Estudios? Apenas terminé el instituto, trabajé en un puesto ambulante. Mi padre se volvió más alcohólico, lo despidieron. ¿Sabes por qué vine? Encontró a otra borracha como él. No aguantaba más. Allí no tenía futuro.
Vicky sonrió. Claro, una vendedora ambulante no tenía muchas opciones.
—¿Y qué puesto quieres?
—Sería buena secretaria. ¿Tu jefe es joven?
—No mucho, está casado y ya tiene secretaria.
—Qué pena. De limpiadora no voy, aviso —dijo María, devorando la pizza que trajo la camarera.
—Si necesitas dinero, ¿qué más da? Pero preguntaré —prometió Vicky, sin intención de ayudarla. «No des piedra a quien pan te pide», pensó.
—¿Y en el amor? —preguntó María—. ¿No estás casada? No llevas anillo.
—No. Tengo novio. Dos años juntos, pronto nos casamos.
Mintió. Sí llevaban dos años, pero no vivían juntos. Dani pasaba noches en su casa, pero cuidaba a su madre enferma y no quería comprometer a Vicky.
María frunció el ceño.
—Pensé que eras lista. Si en un año no te propone matrimonio, no lo hará nunca.
—¿Tan experta eres? —replicó Vicky, mirando su anillo.
María siguió su mirada.
—¿Es de él? Sencillito.
A Vicky le dolió. A ella le encantaba: fino, con un pequeño diamante. Dani se lo trajo de un viaje a Ámsterdam, junto con unos pendientes. En el trabajo todos la halagaban. ¿Acaso no era prueba de amor? Pero no lo mencionó.
—Es un diamante —dijo.
—¿Entonces es rico? —María dejó de masticar.
—No, simplemente me quiere.
María la miró extrañada y bajó la vista.
—¿Y tú? ¿Tienes novio? —preguntó Vicky.
—En busca. Viví con uno… pero quiero a alguien con dinero, piso y coche.
«Ahí está el motivo —pensó Vicky—. Buscar un marido rico. Aunque con ese look, lo tiene difícil.» Terminó el café, con ganas de irse, pero sabía que María no se iría tan fácil.
—Tengo que irme —dijo, llamando a la camarera. María no protestó cuando pagó Vicky, aunque solo había tomado café.
—¿Preguntarás por el trabajo? —insistió María.
—Sí —contestó Vicky, levantándose.
Salieron juntas del centro comercial. Vicky vivió sola con su madre mucho tiempo. Su padre las abandonó. Luego su madre conoció al padre de María y se fueron a vivir juntos. A Vicky nunca le gustaron. Cuando su madre enfermó y murió, culpó a María y a su padre. Pero los médicos dijeron que el cáncer estaba avanzado.
El padre de María empezó a beber. Sorprendía que María no encontrara el dinero que Vicky escondió para irse. Los recuerdos pasaron como una película acelerada mientras caminaban al coche.
Vicky decidió despedirse.
—Vicky, ¿vives de alquiler?
—No, tengo una hipoteca.
—Guau. ¿Puedo quedarme un tiempo? Hasta que encuentre trabajo.
—¿Dónde has estado viviendo? —preguntó Vicky, sabiendo que no se libraría fácilmente.
—En casa de un excompañero de clase —María apartó la mirada—. Ya quería irmeFinalmente, meses después, Vicky supo por un policía que María había sido detenida intentando estafar a otro hombre, pero ya no le importó, porque había aprendido que a veces la familia no es por sangre, sino por elección.