La finca de la discordia: una hija reclama lo que es suyo

Lucía, corazón, entiéndeme, la situación es catastrófica suspiró hondo Julio Fernández, frotándose el puente de la nariz . Maribel me está taladrando la cabeza desde hace dos meses.

Ha visto un programa de estudios para Sergio en Mallorca, y claro, ahora resulta que el niño necesita un empujón y aprender bien inglés. ¿Y de dónde saco yo el dinero?

Tú sabes que ahora estoy fuera de juego.

Lucía alzó los ojos despacio hacia su padre.

¿Y has pensado que vender la casa del pueblo es la mejor solución? le preguntó bajito.

¿Y qué otra cosa puedo hacer? Julio se animó, inclinándose sobre la mesa. La casa lleva años abandonada. Maribel ni ha pisado aquello, le molesta hasta el aroma de los geranios y las avispas…

Ni siquiera sabe que, en los papeles, ya hace tiempo que no está a mi nombre. Ella piensa que la pondremos a la venta y que viviremos como la jet set.

Tú eres lista, Lucía. Mira: tú la vendes oficialmente. Te quedas tu dinero, que me prestaste hace diez años, hasta el último euro.

Y el resto, lo que haya subido con el mercado, me lo das a mí. Como en familia.

No pierdes nada, ¿no ves? Recuperas lo tuyo y de paso ayudas a tu padre.

Julio había aparecido sin avisar. Ni que eso fuera raro: en los últimos años apenas se veían, con la nueva familia y sus preocupaciones, casi como si Lucía encajara lo mismo que un pulpo en un garaje en su vida.

Ella ya sospechaba que no era una visita casual. Pensó que le pediría dinero otra vez pero la propuesta le pareció, cuanto menos, surrealista.

Papá, ¿te acuerdas de lo que pasó hace diez años? preguntó ella después de escucharle. Cuando viniste a pedirme dinero para la operación y la recuperación.

¿Lo recuerdas?

Julio hizo una mueca.

¿De verdad hay que remover el pasado? Si al final salí adelante, gracias a Dios.

¿Pasado? Lucía rió con un movimiento de cabeza. ¿Sabes qué tenía yo entonces en mi cuenta? El dinero que, euro a euro, estuve ahorrando durante cinco años. Era mi entrada para un piso.

Pasé los fines de semana trabajando, me olvidé de vacaciones y escatimé hasta en el pan. Y llegaste tú. Sin trabajo, sin ahorros, pero con Maribel y Sergio.

¡Y me dejaste a cero!

¡Estaba desesperado, Lucía! ¿Qué iba a hacer? ¿Tirarme al Manzanares y a ver si flotaba?

Yo te ofrecí ayuda siguió Lucía, sin escucharle, pero fui clara: me daba miedo quedarme sin dinero y sin un techo, si te pasaba algo.

Tienes una legítima heredera: Maribel. Me habría dejado fuera hasta para regar las plantas.

Nos tiramos una semana discutiendo, ¿lo recuerdas? No querías firmar nada, te ponías digno.

¿Cómo desconfías de tu propio padre?

Pero yo solo quería una garantía.

¡Y bien que te aseguraste! se apresuró a decir Julio. Hicimos el trámite, la casa fue tuya.

Te la vendí prácticamente regalada, solo por lo que costó la operación.

Eso sí, quedamos en que yo la usaba y cuando tuviera dinero, la recuperaba.

Han pasado diez años, papá. Diez. ¿Alguna vez has mencionado recomprarla? ¿Me has devuelto un euro? No.

Has pasado todos los veranos allí, plantando tus tomates y quemando leña, por la que pagaba yo.

Y los impuestos, querida, también caían sobre mi espalda. La reparación del tejado hace tres años, igual.

Viviste allí como un rey, mientras yo me ahogaba con la hipoteca.

Julio se secó el sudor con un pañuelo.

Lucía, tú sabes que después de la quimio, estuve hecho polvo, y luego, ¿quién contrata a un señor mayor? Maribel la pobre, es muy sensible, el trabajo de oficina la tiene enferma.

Vivimos de lo que ella vende online, vamos justitos

¡Muy sensible! Lucía empezó a pasear por la cocina nerviosa. ¿Y yo qué soy entonces? Al parecer puedo matarme a doble turno y cargar con la hipoteca y hasta pagar tus vacaciones rurales.

¿Y ahora a Maribel se le ocurre vender la casa para mandar a su niño a aprender inglés a Mallorca?

¿Mi casa, papá? ¿La mía?

Sí, bueno, formalmente es tuya, hija pero sabes que fue una solución provisional.

¡Soy tu padre! ¡Te di la vida! ¿Vas a pelearte ahora por unos metros cuadrados, cuando tu hermano necesita un futuro?

¿Hermano? Lucía se detuvo en seco. He visto a ese hermano dos veces y ni las gracias. ¡No me ha felicitado ni por Facebook! Y Maribel ¿alguna vez ha preguntado cómo vivo yo? ¿Si podía llegar a fin de mes?

Maribel sigue convencida de que tú tienes fábricas y barcos, sólo que te tomaste un descanso.

Le has mentido diez años, papá.

Julio bajó la vista, apurado.

Quería evitarle disgustos… Si sabe que no tengo bienes, me arma una escena

¿Y al lado? Lucía entornó los ojos.

¡No busques tres pies al gato! Julio perdió la paciencia. Es un buen trato. Ahora la casa vale cinco veces más. El mercado está que arde.

Tú recuperas los cien mil euros que pusiste para mi cura, justo. ¡Y el resto, unos doscientos mil euros más, para mí!

Sergio tiene que estudiar, Maribel arreglarse la boca, el coche es de la prehistoria. ¿Tú ya tienes piso en Madrid, qué más te da el resto?

¡A la familia se la ayuda!

Lucía miró a su padre, cada vez más irreconocible. ¿Dónde estaba el hombre que le leía cuentos antes de dormir?

No soltó seca.

¿Cómo que no? Julio la miró boquiabierto.

No pienso vender la casa. Y menos repartirte las ganancias.

La casa es mía. Por justicia y por ley.

Diez años llevas allí de okupa de lujo, curándote, disfrutando del campo. Considéralo mi pensión alimenticia.

Pero hasta aquí hemos llegado.

¿Lo dices en serio? La cara de Julio empezó a tornarse color tomate. ¿Vas a dejar a tu padre sin nada?

¡Si no fuera por mí esa casa ni existiría! ¡La construyó el abuelo con sus propias manos!

Precisamente, el abuelo. Y si levantara la cabeza y viera que quieres vender el nido familiar para cursos en Mallorca para un chaval de veinte años que no ha dado un palo al agua

¡Lucía, recapacita! gritó, levantándose de golpe. ¡Me debes la vida! ¡Cómo puedes ser tan insolidaria! Si no te pones de mi lado ¡Lo contaré todo! Maribel vendrá y te monta un pollo que vas a flipar.

¡Nos veremos en los tribunales! ¡Esto fue una venta leonina! ¡Aprovechaste mi enfermedad para robarme la casa!

Lucía soltó una sonrisa amarga.

Inténtalo, papá. Tengo todos los recibos de la clínica. Todas las transferencias a tu nombre.

Y el contrato de compraventa firmado ante notario, cuando estabas más sano que una manzana.

Tu Maribel se llevará una sorpresa al saber que vendiste la casa antes incluso de que Sergio empezara primaria.

¿No le decías que era herencia tuya?

Lucía el tono de Julio cambió a susurro lastimero. Hija, por favor. Maribel está muy frágil ahora…

Si se entera de la verdad, me echa a la calle. Me lleva dieciséis años y está conmigo por seguridad, nada más.

Sin casa, sin dinero no le intereso. ¿Quieres ver a tu padre vagabundeando en la estación?

¿No pensaste eso antes? Lucía sintió hervirle la sangre. Diez años sin trabajar, dejando que Maribel acumulara deudas, prometiéndole castillos en el aire a costa de mi esfuerzo.

Así que ¿no me vas a ayudar? Julio se enderezó. ¡Vaya hija me busqué!

Vete a casa, papá. Cuéntale a Maribel la verdad. Es lo único digno que puedes hacer.

¡Atrágantate con la casa! escupió Julio al salir. ¡Y olvídate de mí! ¡Te borro del móvil!

Salió dando un portazo, y Lucía sonrió por dentro: Para lo que le valía tenerle

Su padre la dejó plantada con siete años.

***

Sonó el móvil un sábado por la mañana. Número desconocido.

¿Sí?

¿Lucía? reconoció al instante la voz de su madrastra . Pero, ¿de qué vas, niña?

¿Te crees que no sabemos cómo engañaste a Julio? ¡Él me lo ha contado todo!

¡Le colaste los papeles cuando estaba todavía mareado del quirófano!

Maribel, buenos días contestó Lucía con calma. Si quiere hablar, que sea sin gritos, por favor.

¿Buenos días? ¡Hoy mismo presentamos la demanda!

Mi abogado dice que esa venta la tiramos en diez minutos. Aprovechaste la enfermedad de tu padre, te llevaste la casa familiar por cuatro duros.

¡Te vas a quedar sin camisa!

Maribel, escúcheme bien.

Sé que Julio le ha contado su versión. Pero tengo todas las pruebas de que el dinero se usó para su salud.

Además, tengo todos los mensajes suyos estos diez años, agradeciéndome que mantengo la casa y le dejo estar allí.

Me ha escrito literalmente: Gracias, hija, por no dejarme solo, por cuidar la casa.

¿Qué cree que pensará un juez?

En el otro lado, silencio sepulcral; Maribel no esperaba réplica.

Eres una desalmada espetó. ¿No te llega con tu piso? ¿Quieres dejar a tu hermano sin nada? ¡Sergio necesita formarse!

Sergio lo que necesita es ponerse a trabajar le cortó Lucía , como hice yo a su edad.

Y usted, Maribel, debería enterarse de la verdad. ¿No eran acciones? ¿No presumía de eso?

¿Qué acciones? la voz de Maribel titubeaba.

Las que nunca existieron. Julio cogía mi dinero, el que le mandaba por ser buena hija, y se lo enseñaba como dividendos.

Mire el historial bancario, si le interesa. Su marido le mintió. Lo de la enfermedad era la excusa de siempre.

Yo me endeudé pensando que le salvaba la vida. Lo sé desde hace poco.

Maribel colgó. Esa tarde, Lucía recibió un Whatsapp de su padre.

Tres palabras: Lo has estropeado todo.

***

No respondió. Por los vecinos supo después que Maribel montó una escena de película y tiró la ropa de su marido por la ventana antes de que viniera la Guardia Civil.

Maribel, convencida de que venderían la casa, ya había pedido un préstamo a tipo usurero para ese futuro de Sergio.

Julio tuvo que marcharse. Maribel pidió el divorcio al saber toda la verdad.

Sergio, que siempre vivió como un marqués, tampoco tuvo compasión: se fue a vivir con su novia diciendo que el viejo se lo había buscado.

Lucía no sabe dónde está ahora su padre. Ni ganas de averiguarlo.

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