La felicidad de una hija es invaluable

**Diario de Lucía**

Hoy ha sido un día difícil. Abuela Carmen no para de quejarse con las vecinas de lo ingrata que es su hija y su nieta por dejarla sola.

“Les di toda mi vida, y las más cercanas, las más crueles, no lo valoraron y me abandonaron a mi suerte”.

Abuela Carmen es una mujer fuerte para su edad, pero solo habla de lo mal que la tratan. Nunca menciona que su hija, Marta, le envía dinero cada mes, ni que su nieta, Lucía, ha intentado reconciliarse con ella mil veces. Pero la abuela siempre pone una condición: “Si quieres que volvamos a hablar, déjate de tu marido”. Y Lucía, con el corazón roto, suspira y se va.

Ahora Lucía tiene su propia familia. Se casó con Javier, ambos terminaron la universidad y encontraron trabajo. Viven en casa de la madre de él, pero planean comprar un piso con una hipoteca. Además, pronto serán padres.

Cómo llegó a casarse con Javier es toda una historia. Lo que tuvo que aguantar de Abuela Carmen…

Una tarde, Lucía llegó a casa radiante y anunció desde la puerta:

“Mamá, abuela, Javier y yo nos vamos a casar”. Tenía diecinueve años, la vida por delante, el corazón lleno de ilusión.

La abuela la miró lentamente, como si no creyera lo que oía. Marta, su madre, bajó la cabeza y calló. Lucía no entendía por qué no compartían su alegría.

“¿No me habéis oído? ¡Me caso!”, repitió, confundida.

“Eso no va a pasar”, soltó Abuela Carmen, seca. El entusiasmo de Lucía se desvaneció al instante.

“¿Cómo que no? ¿Qué os pasa? Creí que estaríais felices por mí…”.

“¿Estás embarazada?”, preguntó la abuela con frialdad.

“¡No! ¿Acaso solo te casas si lo estás?”, replicó Lucía, dolida.

Marta seguía en silencio, evitando mirarla.

“Pues menos mal. Entonces olvídate de esa idea hasta que acabes la universidad. Ahora, ven a cenar”, ordenó la abuela.

“No quiero. Ya cené pizza con Javier”, respondió Lucía, desconcertada.

Su madre seguía callada. Lucía había corrido a casa para compartir su alegría, esperando apoyo.

“Mamá, ¿por qué no dices nada?”.

Marta alzó la vista, miró a su hija con pesar y, tras un suspiro, murmuró:

“Cariño, la abuela tiene razón. Es pronto para casarte. Termina los estudios. Además, ya no se lleva eso de casarse tan joven”.

“Mamá, me da igual lo que se lleve. Javier y yo nos queremos, nos casaremos, y acabaremos la carrera. Nada os va a impedirlo”.

Abuela Carmen estalló:

“¡Mira lo que has conseguido! La fruta no cae lejos del árbol. Igual que tú, casándose con otro pobreton. Menos mal que yo la paré a tiempo…”.

Lucía no lo entendía. Nunca conoció a su padre. Miró a su madre, que agachó la cabeza.

“Abuela, ¿mamá iba a casarse? ¿Con mi padre?”, preguntó, desconfiada.

La abuela esbozó una sonrisa despreciativa.

“¿Con quién iba a casarse? Con otro estudiante sin un duro. Sí, yo se lo prohibí”.

“Pero ahora tiene un negocio”, murmuró Marta, tímidamente.

La abuela la fulminó con la mirada.

“¿Hablas con él? ¡Eso faltaba!”.

“Sí. Me encontró en redes. Pero vive en otra ciudad. Se fue después de la universidad”.

Lucía estaba atónita.

“Mamá, explícame. Siempre me dijisteis que él os abandonó al saber del embarazo, pero resulta que ibais a casaros. ¿Qué pasó?”.

Marta y la abuela se miraron. Finalmente, Abuela Carmen admitió:

“Sí, fui yo. Prohibí que tu madre se casara con un don nadie. Lo hice por su bien. Mi vida fue un desastre. Quería que ella triunfara, que encontrara a alguien decente”.

Lucía no daba crédito. Le habían mentido toda su vida.

“¿Y por qué no luchaste, mamá?”, preguntó, con lágrimas.

Marta, encogida, evitaba su mirada.

“¿Contra quién? ¿Contra mí?”, gruñó la abuela. “Le dije: o yo, o él”.

Lucía se quedó helada.

“¿Cómo pudisteis…?”.

Pero Marta, de pronto, alzó la cabeza y miró a su hija con determinación.

“Lucía, cásate con Javier. Sé feliz. Toma tus propias decisiones. No repitas mis errores”.

Abuela Carmen se enfureció.

“¡¿Qué estás diciendo?!”.

“Que viva su vida, no la tuya. A mí me la arruinaste. No permitiré que hagas lo mismo con ella”.

La abuela, sorprendida por la firmeza de su hija, no supo qué decir.

Lucía se casó con Javier. La boda fue preciosa. Abuela Carmen no asistió, pero Lucía no lo lamentó.

“Mejor. Solo habría amargado el día”, le dijo a Javier.

Marta, feliz, pensaba:

“Al menos Lucía tuvo el valor de enfrentarse a ella. Yo no pude. Pero ahora…”.

Dos semanas después, Marta le confesó a su hija:

“Tu padre me ha pedido que vaya a vivir con él. Se divorció hace años. Tiene una empresa allí…”.

“¡Ve, mamá! No pierdas esta oportunidad”.

Finalmente, Lucía conoció a su padre. Él les ayudó con la entrada de la hipoteca. Marta se mudó con él, se casaron y, por fin, fue feliz.

Abuela Carmen se quedó sola. Pero no importaba. Después de veinte años, la vida les había dado una segunda oportunidad.

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La felicidad de una hija es invaluable