**La familia perfecta**
—Ay, tengo miedo —dijo Carmen al detenerse frente al portal.
—¿De qué? ¿De mis padres? —preguntó Javier, tomándole la mano.
—De que no les guste —confesó ella, mirándolo con culpa y nerviosismo.
—No temas. Verás, todo irá bien. Te quiero, y seré yo quien se case contigo, no ellos. Vamos —dijo él, tirando suavemente de ella hacia el edificio.
—A mi madre se la conoce como María del Carmen. ¿Lo has recordado? —le indicó.
Carmen lo repitió lentamente.
—Con los nervios, seguro que lo olvido o lo confundo —reconoció con sinceridad.
—Y a mi padre…
—Fernando López —respondió ella rápidamente—. Menos mal que tu padre tiene un nombre normal. ¿De dónde viene el nombre de tu madre? ¿Tu abuelo era extranjero?
—¿Por qué lo dices?
Entraron en el portal y Javier llamó al ascensor.
—Su padre la nombró así en honor a su esposa. Decía que era una mujer muy luminosa, actriz. Lástima no haberla conocido; murió joven. Tenía ancestros italianos.
El ascensor se detuvo y abrió sus puertas. Los jóvenes entraron.
—No te preocupes, estoy contigo —murmuró Javier, acercándola a él.
La puerta del piso la abrió una mujer menuda y delgada, con el pelo corto. A Carmen le pareció demasiado joven para ser su suegra. Sonrió cálidamente y les invitó a pasar.
Llevaba unos pantalones anchos de seda color beige y una blusa blanca. Bajo la luz del recibidor, Carmen notó las finas arrugas que delataban su edad.
—Buenas tardes —saludó Carmen, buscando en Javier alguna señal, pero él callaba. Temiendo equivocarse, evitó llamarla por su nombre y bajó la mirada.
—Pasa, Carmen. No te comas la cabeza. Nadie pronuncia bien mi nombre a la primera —dijo con comprensión, y ella le sonrió agradecida.
—No hace falta que os quitéis los zapatos. Pasad. ¡Fernando! ¿Dónde te metes? —llamó María del Carmen.
Poco después, apareció un hombre de hombros anchos, bien parecido. A Carmen le recordó a un actor clásico, aunque no exactamente igual. Junto a él, María del Carmen parecía frágil. *«Cómo debió ser en su juventud si aún ahora es tan atractivo»*, pensó.
—Fernando López —se presentó él, extendiendo la mano.
Ella depositó su palma estrecha en la suya. Su apretón fue firme pero breve, cálido y seco.
—Vamos a la mesa, que se enfría la comida —ordenó María del Carmen.
—Javier, atiende a Carmen —dijo Fernando mientras servía el vino.
María del Carmen hizo preguntas amables, sin profundizar, y luego contó anécdotas familiares. Entre el vino y la calma, Carmen sintió que la tensión se disipaba.
—Que tus padres no se preocupen por nada. De la boda nos encargamos nosotros —dijo finalmente su futura suegra con una sonrisa.
La familia de Javier le parecía perfecta. La suya era distinta: su madre insistía en servir más comida, y su padre bebía sin medida, hablando sin parar, incluso grosero cuando estaba ebrio.
Carmen siempre sintió vergüenza por él. Casi preferiría no invitarlos a la boda, pero se ofenderían. *«Ojalá mis padres fueran como los de Javier»*, pensó.
—¿Qué dijiste? —preguntó, volviendo a la realidad.
—Que les has caído bien.
—Tus padres son maravillosos. Ojalá seamos como ellos. Se nota que se quieren. Los míos… No quiero imaginar cómo actuarán en la boda.
—No te apures. No defraudarán. En mi familia también hay discusiones, aunque menos escandalosas. Por cierto, ¿has elegido vestido? Quiero que seas la novia más bonita —dijo Javier, besándola.
Carmen no quería ir sola a la tienda, ni con su madre, siempre pragmática. Solo le quedaba su amiga Lola. Al llegar a casa, la llamó.
—¡Carmen! ¡Cuánto tiempo! —exclamó Lola, lanzándose a contar sus historias sin dejarla hablar. Tras un rato, preguntó—: ¿Para qué me llamabas?
—Necesito que me acompañes a elegir el vestido de novia.
—¿Te casas? ¡Enhorabuena! Claro que iré —dijo, desviándose a otro tema.
—¿Me ayudas o no? —la cortó Carmen.
—¿Hace falta preguntar? ¿Cuándo?
Quedaron al día siguiente en una cafetería cerca de la tienda.
*«Menudo carácter el de Lola»*, suspiró Carmen. Pero no tenía a nadie más.
En la cafetería, Carmen llegó pronto. Un camarero le ofreció la carta, pero ella declinó, esperando a Lola, que llegó tarde, como siempre.
Mientras esperaba, Carmen divisó a Fernando López en una mesa, acompañado de una rubia que le sonreía coqueta. Él no la vio, absorto en su compañera.
*«¿Una amante?»* Carmen apartó la mirada, molesta. *«¿Lo sabe Javier? ¿Y María del Carmen?»* Decidió irse antes de que él la notara, pero Lola entró como un torbellino, llamando la atención de todos.
—¡Carmen! ¡Aquí estoy! —gritó, abriéndose paso entre las mesas.
Carmen intentó calmarla, pero Lola seguía hablando alto.
—Lola, habla más bajo —susurró.
—¿Y qué? ¡Que miren! —contestó, girando la cabeza.
—Tengo que irme. ¿Lo dejamos para otro día? —dijo Carmen, levantándose rápido, evadiendo la mirada de Fernando.
En la calle, Lola la alcanzó.
—¡Me llamaste y ahora te vas! ¿Qué pasa?
—Nada, me duele la cabeza. Perdona —mintió Carmen, alejándose.
Más tarde, llamó a Javier para pedirle el número de María del Carmen.
—Ahora te lo paso. Buena idea, tiene muy buen gusto —comentó él.
—María del Carmen —dijo Carmen, vacilando—. ¿Podría ayudarme a elegir el vestido?
—Claro, cuando quieras —aceptó ella.
En la tienda, María del Carmen se mostró decidida. Seleccionó tres modelos, y tras probarlos, eligieron uno. Luego, los zapatos.
—Estoy agotada. Vamos a tomar un café —propuso María del Carmen, guardando las compras en su coche.
Entraron en la misma cafetería. Carmen miró alrededor, aliviada al no ver a Fernando.
—María del Carmen, ¿cómo ha aguantado tantos años con un hombre así? Yo moriría de celos —preguntó Carmen.
Ella sonrió con indulgencia.
—Porque lo quiero. Las mujeres siempre se fijan en él. Al principio, yo también sentía celos. Con el tiempo, aprendí. ¿Crees que no soy adecuada para él?
—¡No, claro que no! —se apresuró a decir Carmen.
—A pesar de su apariencia, es un inútil en casa. No sabe dónde guardo su ropa. En público es encantador, pero en casa, un niño. Cada mañana le dejo la ropa preparada, y él cree que la elige solo.
Escucha, niña: una mujer sabia nunca deja ver que es más lista que su marido. Le da consejos como si fueran ideas suyas. Y si hay problemas, los resuelve en silencio. Ese es el secreto.
*«Pero él eligió a su amante. ¿Debo decírselo?»*, pensó Carmen. Optó por callar. Quizá no hubo más que un beso.
Con el tiempo, Carmen comprendió que el amor no era perfecto, pero decidió construir su propia felicidad junto a Javier, sabiendo que cada familia guardaba sus secretos tras las sonrisas.