La familia perfecta

**Diario de una novia**

—Ay, tengo miedo —Lucía se detuvo frente al portal.

—¿De qué? ¿De mis padres? —preguntó Javier, tomándole la mano.

—De que no les gustaré —confesó ella, mirándolo con culpabilidad y temor.

—No temas. Verás, todo irá bien. Te amo, y soy yo quien se casa contigo, no ellos. Vamos —Javier la guio hacia el edificio.

—Se llama Dolores Fernández. ¿Lo recuerdas? —le indicó.

Lucía repitió el nombre lentamente.

—Con los nervios, seguro lo olvido o lo confundo —admitió con sinceridad.

—Y mi padre…

—Antonio López —exclamó Lucía, aliviada—. Al menos el nombre de tu padre es sencillo. ¿De dónde viene el segundo apellido de tu madre? ¿Tu abuelo era extranjero?

—¿Por qué lo dices?

Entraron en el portal y Javier llamó al ascensor.

—Su padre, mi abuelo, la nombró así en honor a su esposa. Decía que era una mujer luminosa. Actriz. Lástima no haberla conocido; murió joven. Tenía ascendencia francesa.

El ascensor se detuvo y abrió sus puertas. Los jóvenes entraron.

—Tranquila, estoy contigo —dijo Javier, atrayéndola hacia sí.

La puerta la abrió una mujer menuda, de pelo corto. A Lucía le pareció demasiado joven para ser madre de Javier. Sonrió con amabilidad e invitó a pasar.

Llevaba unos pantalones beige de seda fluida y una blusa blanca. Bajo la luz, Lucía notó sus arrugas, delatando su edad.

—Buenas tardes —saludó Lucía, buscando en Javier alguna señal, pero él callaba. Temiendo equivocarse, evitó llamar a la madre por su nombre y bajó la mirada.

—Pasa, cariño. No te turbes. Nadie pronuncia bien mi nombre a la primera —dijo comprensiva, y Lucía le sonrió agradecida.

—No hace falta quitarse los zapatos. Pasa. ¡Antonio! ¿Dónde te metes? —llamó Dolores.

Pronto apareció un hombre alto y atractivo. A Lucía le recordó a un actor de cine clásico. Dolores parecía una adolescente a su lado. *”Debió ser impresionante de joven”*, pensó.

—Antonio López —se presentó, estrechando la mano de Lucía con un apretón breve pero cálido.

—A la mesa, que se enfría la comida —ordenó Dolores.

—Javier, atiende a Lucía —dijo Antonio sirviendo vino.

Dolores indagó con delicadeza, evitando ser intrusiva, mientras hablaba de su familia. Entre el vino y el ambiente, Lucía se relajó.

—Que tus padres no se preocupen. De la boda nos ocupamos nosotros —concluyó Dolores con una sonrisa.

La familia de Javier le parecía perfecta. La suya era distinta: su madre servía comida sin parar y su padre bebía demasiado, pontificando aunque nadie lo escuchara. A veces humillaba a su madre delante de otros.

Lucía siempre sintió vergüenza por él. No quería invitarlos a la boda, pero se ofenderían. Ojalá sus padres fueran como los de Javier. ¿Por qué aceptó casarse con él? Eran de mundos diferentes…

—¿Qué dijiste? —preguntó, distraída.

—Que les has gustado.

—Tus padres son maravillosos. Ojalá seamos así. Se nota que se quieren. Y a ti. Los míos… Me da miedo cómo actuarán en la boda.

—No te preocupes. No te fallarán. En mi familia también hay peleas, quizá menos escandalosas. Por cierto, ¿has elegido vestido? Quiero que seas la novia más guapa —Javier la besó.

Lucía no quería ir sola al salón de bodas, y su madre era demasiado práctica. Solo quedaba su amiga Rocío. Al llegar a casa, la llamó.

Rocío parloteó sin parar hasta que Lucía la interrumpió:

—¿Me ayudas a elegir el vestido?

—¡Claro! ¿Cuándo?

Quedaron en un café cerca del salón.

Lucía llegó antes. De pronto, vio a Antonio con una rubia coqueta en otra mesa. No podía creerlo: él le tomó las manos y la besó. *¿Una amante?* Intentó salir antes de que la viera.

Rocío llegó tarde, haciendo escándalo. Lucía se fue corriendo, inventando un dolor de cabeza.

Más tarde, llamó a Dolores para que la acompañara a elegir el vestido.

Dolores tuvo buen ojo. Tras horas, eligieron el perfecto. En un café, Lucía le confesó su duda:

—¿Cómo soporta estar con un hombre tan deseado? Yo moriría de celos.

Dolores sonrió.

—Lo amo. Al principio los celos me consumían, pero aprendí. Él no sabe ni dónde guardo sus calcetines. En casa, es un niño. Una mujer sabia nunca demuestra ser más lista que su marido.

Lucía dudó si contarle lo del café. Decidió callar.

Pero días después, lo vio de nuevo con la rubia saliendo de una joyería. Se lo contó a Javier, quien se enfadó:

—Mi padre no haría eso.

Casi discuten. Lucía fingió haberse equivocado.

En el cumpleaños de Antonio, Dolores la tomó aparte:

—¿Qué te pasa?

Lucía confesó lo de la rubia.

Los ojos de Dolores se entristecieron.

—¿Cree que no lo sé? Lleva años siéndome infiel. Pero lo amo. ¿Adónde iría? Volver a la pobreza de mi infancia… No podía arrebatarle a Javier su padre. Antonio jamás me dejaría. Somos amigos más que esposos.

—Yo no podría tolerarlo —susurró Lucía.

—Ojalá no lo necesites. Pero no hay fórmulas. Muchos hombres vuelven al hogar donde hay comodidad.

Lucía reflexionó. Su madre aguantaba a su padre borracho. *”Es bueno cuando no bebe”*, decía. No existen los amores perfectos.

La boda fue preciosa. Todos decían que Lucía tenía suerte por entrar en esa familia. Dolores y Antonio parecían felices. ¿O acaso lo eran? ¿Quién sabe?…

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La familia perfecta