La Esposa Ajena

**La Esposa Ajena**

Apenas conoció a Carmen, Sergio supo que su vida jamás sería igual. Nunca antes una mujer lo había cautivado así. El problema: ella estaba casada. Y eso no era todo.

El marido de Carmen, Jorge, era su compañero de universidad. No eran inseparables, pero mantenían contacto, se veían en fiestas y celebraciones comunes.

Fue en una de esas reuniones donde Jorge los presentó: «Carmen, mi esposa». Sergio se sorprendió; ignoraba que su amigo se había casado. Resultó que no hubo boda: un simple trámite en el registro civil. Jorge siempre fue ahorrativo. «Para qué gastar en fiestas —decía—, mejor viajamos».

—¿Ni siquiera una despedida de soltero o un vestido de novia? —preguntó Sergio, incrédulo.

—Odio los formalismos —refunfuñó Jorge—. Además, ¿sabes que las bodas caras terminan en divorcio?

—¿Entonces esto garantiza un matrimonio eterno? —bromeó Sergio.

—El tiempo lo dirá —respondió Carmen con una sonrisa soñadora, como si vislumbrara un futuro feliz.

En ese instante, Sergio miró sus ojos y se hundió. Esa noche charlaron sin parar, descubriendo afinidades. Jorge, absorto en llamadas de trabajo, la dejó sola.

—¿No temes que alguien se la lleve? —preguntó Sergio a Carmen.

—¿A mí? —rió ella—. Jorge solo vive para su trabajo.

—¿No te molesta?

—Es normal —encogió los hombros—. ¿Bailamos?

Al terminar la noche, Sergio sintió una chispa peligrosa. No era amor, sino una conexión única. Carmen, sin ser una belleza clásica, irradiaba un encanto irresistible.

Dos semanas después, Jorge llamó: «¡Necesito un favor! Teníamos entradas para un concierto, pero tengo trabajo. ¿Acompañas a Carmen?».

—¿No tiene amigas?

—Eres su elección —respondió Jorge.

La velada fue mágica. Tras tres «citas», Sergio decidió evitar a Carmen: una esposa ajena era un límite. Pero en cumpleaños y reuniones, era inevitable.

En una fiesta, Carmen lo confrontó:

—¿Me evitas? ¿Te aburro?

—No… Es complicado —murmuró él—. No quiero entrometerme.

—Jorge aprueba que salgamos —dijo ella, sonriente.

—¡Claro! —confirmó Jorge, entre risas—. A ella no le gusta pescar.

Así, siguieron compartiendo momentos. «Podemos ser solo amigos —se repetía Sergio—. No pretendo nada». Pero contenerse era difícil.

Dos años después, Carmen llamó llorando: el matrimonio se resquebrajaba. Ella quería hijos; él, no. Jorge, ahora celoso y agresivo, bebía cada noche.

—Tengo miedo —confesó ella.

Sergio contuvo la esperanza de que se separaran. Hasta que Carmen dijo:

—¿Por qué no te enamoré a ti? Sería más fácil.

La revelación lo dejó sin aire: ella solo veía amistad.

Al intentar mediar, Jorge estalló:

—¡No te metas! —gritó, ebrio—. Y deja de ver a Carmen.

Meses después, Sergio reencontró a su primer amor, Laura. En una fiesta, Carmen los vio juntos. Esa noche, Laura lo rechazó:

—Te noto enamorado de ella.

Al llegar a casa, Carmen llamó aterrada:

—¡Jorge está fuera de control!

Sergio la rescató. En la puerta, Jorge, borracho, lo amenazó:

—¡Llévatela!

—Eres un necio —susurró Sergio—. Ella nunca me quiso.

En el taxi, Carmen sollozó:

—¿Puedo quedarme en tu casa?

—No es buena idea.

—Tienes razón —dijo, secando lágrimas—. Pero te equivocas en algo… Te amo.

El motor rugía, mientras Madrid dormía bajo las estrellas.

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