La tan esperada nieta
Carmen Díaz no dejaba de llamar una y otra vez a su hijo, que se encontraba de nuevo embarcado en alta mar. Pero la señal seguía sin aparecer.
¡Ay, hijo mío, en qué líos te has metido! suspiraba nerviosa, marcando otra vez el número conocido. Pero ya podía llamar todo lo que quisiera, que la cobertura no regresaría hasta que él no llegara al puerto más cercano. Y eso podía tardar. ¡Y justo ahora, con todo lo que estaba pasando!
Carmen llevaba dos noches sin dormir, después de lo que había hecho su hijo.
* * *
Y todo había comenzado unos años atrás, cuando Jaime aún no había soñado con ser marino de larga distancia. Era ya un hombre hecho y derecho, pero, con las mujeres, nada terminaba nunca de cuajar. Le parecían siempre inapropiadas, demasiado exigentes, poco interesantes Carmen sufría en silencio al ver cómo se alejaban una tras otra chicas que, a su parecer, eran simpáticas y decentes.
¡Tienes un carácter insoportable, hijo! le recriminaba. ¡Nada te parece bien! ¿Qué mujer va a querer cumplir con todas tus exigencias?
No sé a qué viene tanto reproche, mamá. ¿Tan importante es para ti tener nuera, sin importar cómo sea?
Vamos a ver, no da igual. ¡Me importa que te quiera y que sea buena persona!
Él respondía con largos silencios que a Carmen la sacaban de sus casillas. ¿Pero cómo podía su propio hijo, el que ella había criado y consolado tantas veces, ir ahora de sabio, como si supiera más que ella misma? ¡Quién era la mayor ahí!
¿Qué te hizo la pobre Laura, por ejemplo? exclamaba, perdiendo la paciencia.
Ya te lo expliqué.
Bueno Laura era un ejemplo fallido, pero Carmen no quería dar su brazo a torcer. Vale, puede que no fuera sincera contigo, pero No acabo de entenderlo.
Mamá, no deberíamos entrar en detalles. Laura no es la persona con la que quiero compartir mi vida.
¿Y Paula?
Tampoco, mamá.
¿Y Teresa? Si era una chica dulce y casera. Amable, siempre venía y ofrecía su ayuda. ¿No lo era?
Sí, tienes razón. Muy maja. Pero luego resultó que nunca me había querido.
¿Y tú a ella?
Pues supongo que tampoco.
¿Y Lucía?
¡Mamá!
¿Cómo que mamá? ¡Es que no hay manera contigo! Ni una te sirve. Deberías sentar cabeza, formar una familia, ¡darme nietos de una vez!
Acabemos con esta charla absurda estallaba finalmente Jaime y se iba de la sala.
¡Igualito que su padre, con esa puntillosidad y esa cabezonería!, pensaba Carmen llena de frustración.
El tiempo pasó. Por su vida pasaron más chicas. Pero ese sueño de Carmen ver a su hijo feliz en una familia y mecer un nieto en brazos seguía sin cumplirse. Para colmo, Jaime cambió de rumbo radicalmente. Un viejo amigo le ofreció embarcarse en barcos mercantes. E ilusionado, Jaime aceptó. Carmen intentó en vano hacerle desistir.
¡Pero hijo! ¡Es un trabajazo! ¡Ganan una pasta, mamá! ¡No veas! Todo irá bien.
¿Y de qué me sirve tu dinero si no te veo nunca? Lo que yo quiero es que te cases, hombre.
Y habrá que mantener a la familia. Cuando tenga hijos dejaré el mar, ya lo sabes. Ahora es el momento de ganar.
Y ganaba, de hecho. Tras la primera travesía, reformó el piso. Tras la segunda, le abrió a su madre una cuenta bancaria y le regaló una tarjeta.
¡Para que no te falte de nada!
No me falta de nada, hijo. Lo que me faltan son nietos. El tiempo pasa. Ya soy mayor.
¡Pero qué vas a ser mayor! ¡Ni hablar! ¡Aún te falta para la jubilación! respondía él, con burla cariñosa.
Pero Carmen, acostumbrada a vivir de su propio sueldo de dependienta en la farmacia del barrio, prácticamente ni tocaba la tarjeta. ¡Que se quede ahí, ya verá Jaime qué madre tan ahorradora tiene el día que le dé por mirar el saldo!, se decía, sonriendo.
Así pasaron los años. Jaime, cada vez que volvía de los viajes, compensaba los días fuera saliendo con amigos hasta tarde, tomando unas cañas, y con chicas a las que Carmen ya ni conocía ni quería conocer. Cuando un día lo comentó, Jaime le soltó una respuesta fría:
Mejor así, mamá. Así, luego, si no me caso con ellas, no te preocupas.
A Carmen le dolió. Sobre todo cuando su hijo la llamó ingenua. Así, sin más:
Mamá, pecas de confiar demasiado. Apenas conocías a mis antiguas novias. Se hacían las buenas contigo, pero no lo eran tanto.
Ese feo comentario se le quedó clavado. Él la había llamado ingenua por no decir tonta. ¡A su madre!
Pero una tarde, vio inesperadamente a Jaime paseando con una chica. Sintió un impulso irrefrenable de acercarse. Jaime, ya hecho y derecho, se puso rojo como un tomate. No tuvo más remedio que presentarla.
Milagros le cayó bien a Carmen. Era alta, delgada, rizada y simpática. Viendo a semejante belleza junto a su hijo, a Carmen se le olvidaron inmediatamente todos los enfados anteriores.
¡Quizás es que antes no le habían tocado mujeres así! ¡Menos mal que se libró de las otras!, razonaba para sí.
El idilio duró todo el permiso de Jaime. A instancias de Carmen, Milagros fue varias veces a casa. Encantadora, culta, buena conversadora Pero cuando Jaime volvió a embarcarse, Milagros desapareció.
Mamá, ya no tengo relación con Milagros. Y tú tampoco deberías tenerla fue lo único que él dijo antes de partir.
Carmen intentó sin éxito averiguar qué había ocurrido.
* * *
Pasó un año. Jaime volvió varias veces, pero, preguntado por Milagros, su expresión era fría y cortante.
Ay hijo, ¿también le encontraste algún pero a esta? ¿Qué le pasaba a Milagros?
Mamá, eso ya no te incumbe. Si me separé de ella, sería por algo. No te metas en mi vida, por favor.
A Carmen casi se le escaparon las lágrimas.
¡Pero si me preocupo por ti!
¡No hace falta! Y deja de insistir con Milagros.
Y otra vez acabó yéndose a alta mar, dejando a Carmen con el corazón hecho trizas.
Un día, estando en la farmacia, apareció Milagros. Buscaba leche infantil, empujando un carrito donde una niña dormía.
¡Milagros! ¡Qué alegría verte! Jaime nunca me dijo qué pasó. Me prohibió hablar contigo, desapareció…
Ah bueno, así son las cosas respondió ella, tristemente.
Carmen se sintió incómoda.
Por favor, dime, hija, ¿qué pasó? Yo conozco bien a mi hijo, tiene un carácter complicado. ¿Te hizo daño?
No te preocupes Son cosas de la vida. Mejor que nosotras sigamos nuestro camino. Nos va bien juntas.
Cuando quieras, vente. Aquí siempre estoy ofreció Carmen.
Al poco, Milagros volvió en otro turno. Así, poco a poco, Carmen supo su historia. Milagros se había quedado embarazada de Jaime, pero él le dejó claro que no quería saber de un bebé, que no era el momento, que el mar no lo permitía. Y luego cortó todo contacto.
Estaba embarazada, y él simplemente se largó explicó Milagros con resignación. Pero estamos bien, Anabel y yo.
Carmen sintió que las piernas le temblaban: se agachó junto al cochecito y, mirando a la niña, preguntó:
¿Entonces es mi nieta?
Sí, se llama Anabel.
Anabel
***
Carmen no podía estarse quieta. Terminaron por confesar que apenas tenían dónde vivir. Milagros, de fuera, malvivía alquilando una habitación, pero sin ingresos fijos y con la niña, se le hacía cada vez más cuesta arriba. Pensaba en volver a casa de sus padres. Pero la sola idea de perder de vista a su nieta para siempre le partía el alma a Carmen.
Veníos a casa, las dos. ¡Es mi nieta! Aquí os podéis quedar hasta que encuentres un trabajo estable. Jaime manda suficiente dinero, no sé en qué gastarlo. A la niña, que no le falte de nada.
¿Y tu hijo qué dirá?
¿Y qué más da lo que diga? Bastante tiene con lo que ha hecho. ¡Dejó a su hija tirada! Yo me hago responsable.
Así empezaron una nueva etapa, las tres juntas. Carmen no reparaba en gastos, ni en tiempo. Se cogía más turnos libres para ocuparse de la niña, mientras Milagros encontraba trabajo, dejando tranquila a la pequeña con su abuela. Cuando Milagros regresaba tarde, cansada, Carmen la tranquilizaba:
Tú descansa, yo baño a Anabel y la acuesto.
Pronto llegaría Jaime de permiso. Carmen se imaginaba dándole una buena charla, pero a Milagros cada vez le resultaba más incómodo quedarse.
Cuando llegue Jaime, nos echará a las dos murmuraba. Me da miedo. Fue un error venir
¡De eso nada! contestaba Carmen, haciendo honor a su genio. Nadie os echa. Y si se atreve, ¡ya verás tú!
Sé que pensará que lo hago por el dinero Pero no quiero nada material. Lo tuyo es pura bondad, Carmen. Habéis hecho mucho por nosotras. Pero creo que pronto tendré que volverme a casa de mis padres.
¿Pero tú te crees? ¡Esta casa es mía! Aquí vive quien yo diga.
Milagros no pudo convencerla. Carmen quería formalizar los papeles para dejar el piso a nombre de Anabel, para que nunca le falte nada a la nieta, porque a este paso, Jaime no va a sentar cabeza nunca, pensaba ella.
Pero el notario le explicó que Jaime debía primero empadronarse en otro domicilio. Hasta su regreso no podían continuar. Milagros, cada vez más nerviosa, empezó a ausentarse más.
¿Dónde te metes tantas horas? preguntó Carmen, una tarde.
Es el trabajo. Necesito adelanto este mes y el jefe me puso muchas tareas.
¿Tan mal vas? Si necesitas algo, coge la tarjeta. Ya te he dicho dónde está para que no trabajes tanto.
En vez de responder, Milagros se puso a ordenar ropa y, sin querer, dejó a la vista una bolsa grande. Carmen se dio cuenta al instante.
¿Te vas?
Milagros bajó la cabeza. Tengo que hacerlo, antes de que vuelva Jaime
Yo no te dejo irte, ni a ti ni a la niña. Demasiado te sacrificas por trabajar, usa la tarjeta para lo que necesites. Aprende a ocuparte de las cosas antes de que vuelva Jaime.
Milagros no dijo nada más. Jaime llegaba en dos días.
* * *
La mañana de la llegada, Carmen, ansiosa, fue a ver a Milagros y Anabel a la habitación. La niña dormía plácida, pero Milagros no estaba. ¿Dónde se habrá ido a estas horas?
Fue a la cocina a terminar de preparar las tapas favoritas de Jaime, imaginando el reencuentro: la niña en brazos, una conversación sincera, y todo aclarado.
Cuando finalmente sonó el timbre, Jaime la miró extrañado al verle con una niña.
Hola, mamá. ¿Quién es esa chiquitina? ¿Me he perdido algo?
Mejor deberías saberlo tú.
No me entero de nada ¡Cuenta qué aventuras has tenido!
¡Menuda aventura! ¡La nieta que me has ocultado! afirmó Carmen.
¿Qué nieta? ¿No me estarás diciendo que tengo hermanos escondidos?
¡No te hagas el tonto, Jaime! Milagros me lo ha contado todo. No te eduqué así, hijo.
No entiendo nada, mamá. Te pedí que no hablaras con Milagros. ¿Qué tiene que ver esa chica y esa niña?
Carmen estalló y soltó toda la historia, con reproches incluidos. Jaime, al oírla, se llevó las manos a la cabeza:
¡Madre mía, mamá!
¿Vas a llamarme ingenua otra vez? Hazlo. Pero
¡Que no es mi hija! Mamá, te han engañado. Milagros solo quería el dinero. ¿Qué te ha quitado?
¡No me ha quitado nada! Eres un
¡Compruébalo! Seguro que ha desaparecido con tu tarjeta.
Ha ido al trabajo aseguró ella, firme.
Discutieron largo y tendido. Finalmente, Jaime aceptó esperar a que volviera Milagros para aclarar el embrollo.
Y esperaron hasta tarde. Carmen, durante la espera, le contó a su hijo cómo encontró a Milagros, cómo vivieron juntas, cómo casi puso el piso a nombre de Anabel. Jaime solo repetía con paciencia: Te han tomado el pelo, mamá.
No me lo creo. Milagros es buena persona.
Buena timadora, más bien.
¡No hables así! ¡Cuando llegue pediré disculpas delante de ti cuando todo se explique!
No es tu nieta.
Si tanto dudas, haremos la prueba de ADN propuso Carmen, orgullosa. Y se retiró a su cuarto.
Pero Milagros no volvió ni ese día ni al siguiente. El teléfono no respondía. Carmen acudió a la supuesta empresa donde decía trabajar Milagros, con Anabel de la mano, solo para descubrir que nadie conocía a esa chica. Por más que mostró fotos, la respuesta era la misma: nadie.
Carmen volvió corriendo a casa. Siguió el consejo de Jaime y comprobó sus cuentas: no solo faltaban la tarjeta y los ahorros, sino que toda la ropa de Milagros había desaparecido. Solo quedaban las cosas de la niña. Solo entonces entendió que la habían engañado.
No puede ser ¡No puede ser! ¿Cómo ha dejado a la niña así?
Y gracias que no pusiste la casa a nombre de la niña gruñó Jaime. Me avisaron sobre Milagros, que no era trigo limpio. Un amigo hasta me contó que le había robado. Pero ya estaba yo encandilado, y te la llevé a ti Cuando dijo que estaba embarazada, yo ya sabía que no era mío. Nos han hecho el lío.
¡Qué tonta he sido! sollozaba Carmen. Si me lo hubieses contado
No quería que sufrieras. Siempre has visto lo mejor de la gente.
¿Y ahora qué hacemos?
Llamar a la policía. Menos mal que la casa sigue siendo tuya.
Pusieron la denuncia, pero Milagros se volatilizó. Durante meses no hubo noticias. Jaime frenó los movimientos de la cuenta rápidamente, así que apenas se llevó nada. Encontraron la tarjeta tirada en la estación de Atocha.
Mientras duró la investigación, Carmen se hizo cargo de la niña. Para poder cuidar de ella, se dejó el trabajo unos meses. Por suerte, el dinero de Jaime cubría los gastos. La prueba de ADN disipó la duda: Jaime no era el padre. Pero Carmen ya amaba a la niña como una nieta. Hablándolo con Jaime, decidieron criar a Anabel como familia. A Milagros la privaron judicialmente de la patria potestad en ausencia. El proceso fue largo: Carmen se las vio y deseó entre trámites, búsqueda de guardería y reconstruir la rutina. Pero al final todo encajó y, por fin, volvieron a respirar.
Un año después, Jaime volvió de su último viaje con una sorpresa.
Mamá, te presento a Sonia. Vamos a vivir juntos.
Pero la niña Carmen miró hacia la habitación infantil, preguntándose si Jaime habría informado a Sonia de la situación.
Sonia le sonrió serenamente:
Encantada, Carmen. Jaime me contó todo y, de corazón, admiro lo que has hecho. Si me dejas ayudar en la crianza de Anabel, me haría muy feliz.
Ya estamos buscando adoptar a Anabel juntos, mamá. Quiero acabar con el mar y cuidar por fin de mi familia.
Carmen, emocionada, apenas podía hablar.
¡Ay, Dios mío, qué felicidad! ¡Pasad, hay comida para todos! ¡Lo he preparado todo para este día! Por fin, mi sueño: la familia reunida y mientras se enderezaba una lágrima, comprendió que, aún tras tantas decepciones, el amor y la generosidad terminan siempre dando sus frutos. Porque a veces, la verdadera familia no es la que nace, sino la que se elige y cuida con el corazón.







