**Diario Personal**
Hoy ha sido un día que jamás olvidaré. Todo comenzó mientras limpiaba la casa de los señores Delgado, una familia adinerada de Madrid. Los dueños habían salido de viaje y, después de terminar mis tareas, me senté junto a la ventana para descansar. Fue entonces cuando lo vi: un niño flaco, con ropa desgastada, caminando junto a la verja. Su mirada perdida y su postura cansada me partieron el corazón.
—Debe tener hambre— pensé, sintiendo una punzada de compasión. Miré el reloj y, al ver que los Delgado tardarían en regresar, salí a su encuentro.
—Hola, ¿cómo te llamas? —le pregunté con dulzura, acercándome.
—Luis —respondió con desconfianza, apartando la mirada.
—Ven conmigo —le dije—. Te daré un trozo de tarta de manzana.
Sin dudarlo, me siguió. En la cocina, corté una porción grande y se la serví.
—¡Está buenísima! —exclamó, devorándola—. Mi madre también hacía tartas así.
—¿Y dónde está tu madre? —pregunté con cuidado. El niño dejó de comer, bajando la vista.
—Hace tiempo que la busco… Desapareció —susurró.
—Come, come —le animé—. La encontrarás.
En ese instante, la puerta se abrió. Los Delgado habían regresado antes de lo esperado.
—¿Y quién es este? —preguntó don Javier, sorprendido al ver al niño.
—No tiene a nadie y estaba hambriento —expliqué con serenidad—. No podía dejarlo así.
—¿Así que ahora acoges a cualquiera? —replicó él, irritado.
Luis empezó a llorar.
—Me voy —murmuró, dejando el plato a medias.
Doña Carmen intervino con su habitual bondad:
—Espera, pequeño. ¿Dónde perdiste a tu madre?
Luis sacó una foto vieja del bolsillo.
—Vivo con mi abuelo, pero es muy severo. Estos son mis padres. Creí que mi madre estaría aquí.
Doña Carmen palideció al reconocer a su hija, Lucía.
—Javier… ¡Es nuestra nieta! —exclamó, temblorosa.
Don Javier miró la foto, incrédulo.
—Luis, ¿de dónde sacaste esto?
—La encontré en casa de mi abuelo. Venía buscando a mi madre…
Doña Carmen no pudo contener las lágrimas. Recordó cómo Lucía había huido años atrás con un hombre llamado Pablo. Nunca supieron más de ella hasta que, trágicamente, murió en un accidente.
—¿Y tu padre? —preguntó don Javier.
—Murió hace seis meses —respondió Luis, rompiendo a llorar.
Quedaron paralizados. Era su nieto, el hijo de su adorada Lucía.
—Ven, Luis —dijo doña Carmen con ternura—. Te llevaremos a tu habitación.
—¿Y mi madre vendrá?
—Tu madre está con tu padre ahora —respondió ella, apretando su mano.
Con el tiempo, los Delgado lo adoptaron legalmente. Su abuelo, al saber que viviría con una familia acomodada, no puso objeciones.
Yo… solo fui un instrumento del destino. Pero gracias a ese día, una familia rota volvió a sonreír. Luis ya no es un niño abandonado. Ahora es un chico elegante, educado y, sobre todo, amado.