Carmen sintió curiosidad por la nueva compañera de trabajo desde el primer día. Sin embargo, esta chica parecía evitar a los demás: no acompañaba a sus compañeros al café de la oficina y, apenas terminaba su jornada laboral, tomaba su bolso, se ponía una gorra y se apresuraba hacia el aparcamiento sin hablar con nadie. La habían sentado en el escritorio contiguo al de Carmen y ella la podía escuchar cuando contestaba el teléfono. Su voz era agradable.
– Carmen, ¿todavía no has charlado con la nueva? – le preguntó un día Lourdes, la jefa de turno. – Parece que todo va bien con ella; de hecho, es excelente en su trabajo, pero es muy reservada. Lleva más de un mes aquí y no se ha hecho amiga de nadie. Ni siquiera recuerdo bien su cara.
Carmen se encogió de hombros:
– No, no he hablado con ella. Una vez le pedí un lápiz y me lo lanzó sin mirarme… Fue un poco descortés.
– Bueno, igual un día comenzará a socializar…
Pronto Carmen descubrió que la educación de la nueva no coincidía con su trabajo. Resultó que Laura, como se llamaba la chica, había estudiado biología y tenía un doctorado. ¿Cómo terminó en un call center, donde la mayoría son estudiantes o jóvenes recién graduados buscando experiencia? La curiosidad llevó a Carmen a acercarse a Laura durante un descanso para hacerle una pregunta sobre su trabajo. Laura bajó la cabeza y, sin levantar la vista, respondió en voz baja. Carmen notó que se cubría el rostro con el cabello a propósito.
– ¿Estará enferma? – se preguntaban entre sí los chicos del call center.
– No, hombre, seguro lo que tiene son granos, por eso no quiere mostrarse – bromeaba Álvaro, el administrador del sistema, autoproclamado el más gracioso del lugar. Un día, Carmen tuvo que quedarse en la oficina más tiempo de lo acostumbrado. El lugar se vació y ella se quedó sola para terminar un informe de llamadas salientes. Cuando terminó, lo envió al gerente y miró el reloj. ¡Qué horror, casi las nueve! Y aún le faltaba una hora para llegar a casa. Cuantas veces le habían dicho que debía ser más organizada.
Con un suspiro, Carmen apagó su ordenador, se puso el abrigo, cerró la oficina y salió rumbo a casa. Al salir del edificio, se dio cuenta de que llovía. Mala suerte, había dejado el paraguas en casa. Apenas llegara al metro estaría completamente empapada. ¿Qué más podía salir mal en este día?
– Te puedo llevar si quieres, – le ofreció una voz conocida.
Carmen se giró y vio a una chica alta con gorra y sudadera parada junto a la entrada. ¡Era Laura!
– ¿Laura? – preguntó Carmen sorprendida.
La chica asintió.
– Sí, olvidé el teléfono en la oficina y tuve que regresar. Cuando vi que salías, pensé en ofrecerte un aventón. Está lloviendo a cántaros y tengo el coche aquí.
– Gracias, acepto encantada, – sonrió Carmen. Diez minutos después, estaban en el coche de Laura. Por primera vez, Carmen pudo ver su rostro. Y quedó impactada. Laura tenía una cicatriz en la mejilla, una nariz que parecía hundida y un párpado caído.
Sintiendo su mirada inquisitiva, Laura sonrió.
– Pregunta lo que quieras.
Carmen negó con la cabeza:
– No, está bien.
– No te engañes, no está todo bien, – suspiró Laura. – Sí, tengo mis problemas, graves problemas. No siempre fui así. ¿Por cierto, a dónde vamos?
Carmen le dio la dirección.
– ¿Quieres que te cuente cómo sucedió? Tenemos tiempo en el camino. Me gustaría compartirlo con alguien. Es difícil seguir llevando esto sola…
– Como quieras. Si quieres contarlo, está bien. Si no, no es necesario, de verdad, – Carmen sonrió. – No soy muy curiosa y no diré nada a nadie, si eso te preocupa.
Y Laura empezó su relato.
Laura fue hija única. Su madre, profesora en la facultad de botánica, tenía más de cuarenta años, y su padre ya había superado los cincuenta cuando nació. No esperaban tener hijos, pero ocurrió un milagro. Para la familia fue una inmensa alegría.
– Ganamos a la naturaleza, – decía su madre sonriendo.
– Entonces, como triunfo la llamaremos Victoria, – bromeaba su padre.
Rápidamente se notó que Laura tenía un increíble talento para los estudios. A los tres años hojeaba enciclopedias sobre la naturaleza con interés; a los seis, ingresó a la escuela, que terminó con honores. Luego ingresó en la facultad de biología en la universidad.
Sus padres estaban orgullosos de sus logros. Sin embargo, al soñar con el futuro de Laura, no consideraron un hecho crucial. Al dedicar todo su tiempo al estudio, Laura casi no interactuaba con sus compañeros. Estaba rodeada de libros; se enamoraba de las teorías científicas y en su habitación no había fotos de grupos musicales populares, sino de grandes científicos.
Esto influyó en el carácter de Laura: creció siendo tímida y solitaria. Sus compañeros la asustaban, y ella a su vez les desconcertaba. Era demasiado inteligente y no podía hablar de nada más que de ciencia. No sufría su soledad hasta que comenzó a convertirse en una joven.
La naturaleza hizo su trabajo. Laura entendió que ahora no sólo quería leer monografías y artículos sobre genética y citología, sino también novelas de amor. Escondía esos libros bajo el colchón de su habitación: si su madre descubría esa literatura, habría un escándalo seguro.
Laura tenía otro secreto. Estaba acomplejada por su apariencia, convencida de que era terriblemente fea: su altura, el busto pequeño, piernas largas y delgadas, cara sencilla, nariz redonda y pómulos anchos… Todo le parecía desproporcionado e incapaz de despertar sentimientos, salvo lástima.
El tiempo pasó. Laura terminó un doctorado y se convirtió en profesora de genética. Sus alumnos disfrutaban de sus clases: sabía fascinar con el tema y explicar los conceptos más difíciles de forma sencilla. Parecía que todo iba bien, pero Laura deseaba encontrar el amor, un hombre que la aceptara como era, con sus imperfecciones, de las que veía muchas.
Pronto lo encontró, o mejor dicho, lo encontró ÉL. Y se enamoró locamente casi de inmediato. De un hombre que era su completo opuesto.
Laura asistía al gimnasio, uno prestigioso, ya que ganaba bien. Allí conoció a Lucas, hijo de una familia adinerada, a quienes llaman “niños de papá”. Había tenido todo lo que quiso desde siempre. Al ver a Laura esforzándose en la bici estática, decidió acercarse, sólo para probar su encanto personal. Laura, con quien nadie se había acercado antes, quedó impactada por su sonrisa, por su mirada.
Lucas le pidió su número y la llamó al día siguiente. Para él, Laura era un espécimen curioso, alguien que nunca había visto antes. Laura veía en Lucas su gran amor, estaba dispuesta a todo por él. Pronto, él sintió que la chica estaba completamente bajo su control.
Primero, le pidió que cancelara clases para poder tener citas. Luego, le exigió cambiar su estilo de vestir. Antes vestía siempre de vaqueros y sudaderas; ahora llevaba minifaldas, tops y tacones. A Lucas le gustaba controlar a una chica tan inteligente y única. Pero quería más.
– Eres preciosa, – le decía. – Pero, sabes, siempre me atrajeron las chicas con más pechos. Si lo tuvieras un poco más grande, serías perfecta.
Pensando bien las cosas y evaluando los riesgos, Laura optó por su primera cirugía estética. Lucas estaba encantado y presumía a sus amigos que una “científica” se había puesto un aumento de pecho por él. Lucas quería seguir. Laura se rellenó los labios, aumentó sus pómulos y se modificó ligeramente los párpados… Su trabajo comenzó a verse afectado. Sus colegas no entendían qué le pasaba a la chica, antes tan dedicada a la ciencia. Laura empezó a faltar a sus clases, provocando el descontento de otros profesores que debían cubrir sus ausencias.
Laura pensaba que así debía ser. Se sacrificaba por el bienestar de su amado. Seguramente él valoraría sus esfuerzos. Espereba una propuesta de matrimonio, una casa junto al mar, tres o cuatro hijos… En sus sueños, Laura veía escenas perfectas. Mientras Lucas seguía divirtiéndose, sugiriéndole cambios dolorosos. Laura no tenía amigas que le dijeran que algo horrible estaba pasando, y su madre no hablaba de los cambios, preocupada por su tranquilidad más que por el bienestar de su hija.
Todo terminó trágicamente. Laura decidió otra operación: quiso levantar un poco las cejas. El dinero escaseaba, acudió a un cirujano de bajo costo… Surgió una infección… Pasó medio año en el hospital, sometiéndose a varias operaciones. Después, su aspecto cambió drásticamente.
Lucas la visitó una sola vez en el hospital. Al ver su rostro hinchado y lleno de cicatrices, decidió desaparecer de su vida. No respondía sus llamadas ni mensajes, y pronto Laura vio en su perfil de redes sociales una foto con otra chica, ella su “novia”.
Para Laura fue un golpe. Pero logró recuperarse, por la ciencia, por seguir adelante. Regresar a la universidad de la que tuvo que retirarse por su salud. Medio año después, salió del hospital. Necesitaba recuperar su imagen. Con ese aspecto, no quería enseñar. Se avergonzaba de cómo lucía. Necesitaba dinero para una operación costosa y complicada.
– Ahora trabajo con vosotros y en otro lugar. Además, hago trabajos académicos por encargo, – concluyó Laura su relato. El coche estaba estacionado frente al edificio de Carmen. Ella miraba a Laura con lágrimas en los ojos.
– ¿Cómo pudo hacerte eso? ¿Qué tipo de persona es? – preguntó con la voz temblorosa.
Laura se cubrió el rostro con las manos y miró pensativa por la ventana, donde las gotas de lluvia resbalaban.
– Sabes, entendí algo importante. Debes cambiar sólo por ti mismo. No debes sacrificarte por nadie. Ni por amor, ni por amistad…