La devoradora duda: ¿es fiel mi esposa o la estoy perdiendo?

Me llamo Andrés, y me dirijo a vosotros, quizá a aquellos que han pasado por una experiencia similar. No busco lástima ni juicio, simplemente necesito expresarme. No puedo seguir callando. No puedo manejar esto solo.

Mi esposa se llama Marina. Llevamos juntos casi dieciséis años. Casados oficialmente, quince. Tenemos dos hijos, un hijo y una hija. Construimos nuestra casa en las afueras de Madrid, trabajamos, criamos a nuestros hijos, a veces vamos a la playa, como cualquier familia. Desde fuera, parecemos felices. Pero ya no puedo dormir bien por las noches. La razón es la celosa inquietud que me aprisiona.

Todavía amo a Marina, más aún que aquel día de nuestra boda. La conozco bien en todos los aspectos de la vida cotidiana y en momentos complicados. La he visto cansada, enferma, despeinada, molesta, y aún así la considero la mujer más hermosa del mundo. A veces, cuando va a trabajar, aún la observo furtivamente mientras se prepara, eligiendo sus pendientes, alisando su falda. Me llena de orgullo ser su esposo. Todavía le llevo café por las mañanas y le dejo notas en el espejo del baño.

Sin embargo, debido a este amor, me quemo por dentro. Tengo miedo. Miedo de perderla. De que algún día regrese a casa y ya no venga hacia mí. De que alguien más logre hacerla reír como antes lo hacía conmigo.

Mis temores no son infundados. Se nutren de las historias que escucho cada día en el trabajo. Hombres que bromean mientras fuman, contando cómo viajan con “chicas” en sus reuniones. Mientras sus esposas no se enteran de nada. Todo se puede ocultar con facilidad. Uno de ellos incluso me dijo en la cara: “¿De verdad crees que la tuya es tan fiel? Hoy en día, ya sabes…”

Después de esas conversaciones, empecé a notar cada detalle. Antes, Marina podía estar horas en pijama, ahora se maquilla incluso al ir al supermercado. Solía llegar a casa a las seis, ahora llama diciendo que el “nuevo proyecto” retrasa su regreso. Antes me contaba cada día; ahora su respuesta es un simple “todo bien”. Siempre le gustó el orden, pero ahora hay vestidos “no laborales” en su armario. Perfumes nuevos. Un rubor diferente en sus mejillas. ¿O me lo estoy inventando?

He empezado a pensar en revisar su móvil. Instalar un GPS en su coche. Llamar a la oficina para confirmar su presencia allí. Ir a su trabajo inesperadamente, como si fuera casualidad. Quedarme en la puerta, ver con quién sale a comer. ¿Será siempre el mismo hombre, el caballero que la acompaña? Pero entonces me detengo. ¿Y si me ve? ¿Y si estoy equivocado? ¿Y si todo está en mi cabeza? ¿Cómo justificaría mi conducta entonces?

Pero estos pensamientos me consumen. Cada tarde, espero escuchando cada paso tras la puerta. Cada retraso duele profundamente. No puedo plantearle la pregunta directamente, temo que si lo hago, podría escuchar la verdad. Y si dice “no”, ¿le creeré?

No me reconozco. Siempre fui seguro de mí mismo. Nunca espié, ni hice escenas. Pero ahora estoy atrapado entre el amor y la paranoia. No quiero destruir nuestro matrimonio con mis sospechas, pero tampoco puedo ignorar que algo está cambiando.

Sé que la celosía es una enfermedad. Pero, ¿qué hacer si se vuelve crónica? No quiero perderla. Quiero estar a su lado, despertarme a su lado, crecer, envejecer juntos. Quiero confiar. Pero no sé cómo.

Si lees esto, tú que también sentiste como te fallaba el suelo, dime: ¿qué debería hacer? ¿Debería hablar honestamente con ella, arriesgándome a escuchar lo peor? ¿O callar y simplemente estar a su lado, esperando que la tormenta pase?

Ya no puedo más. Me ahogo en mi propia celosía. Y no sé cómo salir.”

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