La Desconcertante Mirada de una Desconocida.

Julia Martínez se volvió, observando a la mujer desconocida que la miraba con familiaridad. La calle empedrada de Lavapiés brillaba bajo la lluvia reciente.

—¿Ángela? ¡Ángela Navarro! ¡Dios mío! ¿De dónde sales?

La recién llegada ajustó su chaquetón de cuero antes de abrazarla.

—Pasaba por el colegio Cervantes y te vi salir. ¡Qué casualidad! Cuéntame, ¿sigues dando clases?

Julia asintió, señalando su bolsa llena de cuadernos. —Ven a casa. Mañana viene gente, ¿te apuntas?

—No quiero molestar…

—¡Tonterías! ¿Desde cuándo somos extrañas? —Julia escribió una dirección en una servilleta—. ¿Sigues en pisos compartidos?

—La empresa me paga un apartahotel en Chamberí —respondió Ángela, esquivando la mirada.

Al anochecer, Julia comentó a Borja, su marido, mientras pelaban gambas para la paella:

—¿Recuerdas a Ángela? La que montaba en tu bici de niño…

Borja arrugó el ceño. —¿La que ponía excusas para que la llevaras delante en el cuadro?

—Esa misma. Vendrá mañana.

La fiesta transcurría entre tapas de jamón y risas cuando Ángela irrumpió vestida de rojo, deslumbrante. Su perfume Chanel n.°5 inundó el salón mientras contaba anécdotas «graciosas»: cómo Julia lloraba al separarse de su peluche en infantil, su torpeza en el baile de graduación…

Julia se refugió en la cocina. A través de la ventana, oyó:

—¿Tres habitaciones en Salamanca y yo en un estudio? ¡Qué bien te montas, cariño! —la voz de Ángela goteaba ironía—. O me consigues un piso igual o le cuento a tu mujercita lo de tu «ahijado».

Julia regresó al comedor con paso firme. Los invitados callaron al ver su expresión.

—¿Dónde está Borja? —preguntó.

—Fumando en el balcón —murmuró una amiga.

Al volver, Ángela lanzó: —Vuestro nido de amor me da envidia, Juli. ¡Hasta la cocina es más grande que mi vida!

—Basta —cortó Julia—. Borja, ¿cuánto le has dado?

El silencio se quebró con confesiones entrecortadas: chantajes iniciados años atrás, transferencias ocultas, fotos trucadas de un niño que nunca existió.

—¡Te creíste que era tu hijo! —se rió Ángela—. Con un recorte de revista y lágrimas de mentira…

Julia bloqueó la puerta. —Devolverás cada euro.

—¿Pruebas? —sonrió la intrusa—. Para Hacienda eran regalos entre «amigos».

Al día siguiente, mientras llevaban a Miguel y Ana al parque del Retiro, Borja murmuró:

—Perdón.

Julia apretó su mano. —La próxima vez, hablamos antes de jugar al héroe.

El viento otoñal arrastró una hoja seca sobre el estanque, dibujando círculos perfectos que se desvanecieron sin rastro.

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La Desconcertante Mirada de una Desconocida.