La consideraba una mala madre y una mala esposa

Lo consideraba una mala madre y una mala esposa

Una conocida mía, madre de tres hijos, recientemente volvió a casarse. Y cómo lo logró es un gran misterio para mí. No, no es que a las madres con muchos hijos no las casen. Las casan si las aman. Simplemente, desde que la recuerdo en su primer matrimonio, siempre fue “la peor madre y la peor esposa”.

Varias veces en su “vida pasada”, estuve en su casa. La recuerdo siempre cansada, agobiada, desorientada. Se le quemaba la comida, el más pequeño caminaba horas con los pantalones mojados, mientras ella se dividía entre él, el segundo con sus deberes, la cocina, y no tenía tiempo de cambiarlo. Además, tenía que preparar la cena porque pronto llegaría el marido del trabajo. Había que ordenar un poco, porque él amaba el orden.

Tomaba los juguetes, los metía en cajas. El pequeño volvía a sacarlos… A la vez, encendía el internet y enviaba correos electrónicos, ya que también trabajaba porque el salario del esposo no alcanzaba. Y todo esto se convertía en un caos interminable y sombrío. Llegaba el marido, veía el desorden y de paso soltaba la frase:

— ¡Dale agua al gato! Haz al menos algo útil…

Medio en broma, medio en serio. Pero esas palabras se me quedaron grabadas. Y mi amiga dejaba los correos, la cuchara, los pantalones mojados y con una sonrisa culpable le echaba agua al gato en su plato. Sólo para hacer algo útil en el día.

Y yo hice una tontería. Para relajar el ambiente, también medio bromeando, propuse dejar esos gatos y la cena a medio hacer, reunir a los niños, maquillarse (para ella) y salir a un café.

— Yo llevo a los míos.

— ¡Es muy vieja para maquillarse! — cortó su marido. También en broma…

Yo miraba a esta mujer y con horror me daba cuenta de que era más joven que yo. Y si ella era una vieja, entonces, ¿quién era yo?

Ella se disculpó avergonzada y dijo que a ellos les gustaba la comida casera. Y comenzó a poner la mesa, donde el esposo ya esperaba. Al lado, los niños volvían a desordenar los juguetes, y con una “tercera” mano los recogía de inmediato, porque al marido le gustaba el orden. Le sonaba el móvil, seguramente era el correo del trabajo.

— Basta de estar todo el día en internet, — dijo el marido.

Me despedí y me fui.

“Es mi culpa”

No, ella nunca se quejó a nadie. ¡Nunca! Por mucho que se le preguntara, siempre decía que todo iba bien. Y cuanto más apagada y verdosa estaba, más firmemente respondía: “¡Todo bien!” Y escondía sus ojos apagados y sin color.

Pero siempre tuvimos muchos conocidos en común. Y unas veces de unos, otras veces de otros, oía que la suegra estaba muy descontenta con ella. La nuera era una mala madre porque el pequeño se había caído de la bicicleta y se había roto la ceja. Le dieron puntos. Debía vigilar en lugar de ocuparse de tonterías… La nuera era una mala esposa, porque en casa había un desorden y los niños y el marido mal alimentados.

Una vez el marido de esa mujer fue a la escuela, y luego en casa hubo un escándalo. El mayor había hecho algo mal, todo porque la “mala madre” se dedicaba a cosas incomprensibles en vez de educar. Decían que había comenzado a tomar antidepresivos porque, sí, una mala madre y una mala esposa. No hacía nada, y simplemente no tenía fuerzas para hacer algo… Y los niños incluso lo entendieron.

— ¡Mamá, eres mala! — gritaba el más pequeño en la calle, estábamos paseando juntos entonces. — No me lees un cuento. Ella sacaba el libro de su bolso y resignada y cansada empezaba a leer. Ella realmente quería ser una buena madre.

Y luego se divorciaron. El marido conoció a otra mujer. Probablemente una buena esposa y ama de casa. Pero, para ser justos, paga puntualmente la manutención y se relaciona con los hijos.

— Así es, — fue todo lo que me dijo mi conocida ante mis preguntas. — Supongo que es mi culpa.

Después se mudó con los niños, cambiaron de piso, y no nos vimos por mucho tiempo.

“Del patito feo al cisne”

Pasó el tiempo, y hace poco nos “encontramos” en las redes sociales. Ella misma me escribió. Me sorprendió. Desde la foto de perfil me miraba una mujer diferente, desconocida. Luminosa, hermosa, feliz y llena de energía. Me picó la curiosidad y sugerí que nos viéramos.

Nos encontramos en un café. Y no podía creer lo que veía. Era, de verdad, otra persona. Confiada en sí misma, en la vida, en la gente. Entonces me enteré de que se había vuelto a casar.

— Ni yo misma sé por qué se fijó en mí, — compartía ella. — Yo no tenía cabeza para eso. Con sobrevivir me bastaba…

Pero el hombre no se rindió, cuidó de ella, se hizo amigo de sus hijos, le propuso matrimonio. Y resultó que ella era la mejor madre y la mejor esposa. Freía huevos, que se quemaban, pero era la mejor ama de casa. Y al día siguiente ya horneaba pasteles, porque era la mejor. Y ella quería alegrar.

En casa había desorden, pero era una madre y esposa maravillosa. Porque, resulta, se puede limpiar todos juntos mientras se conversa alegremente. Resultó que no es necesario cargar las bolsas del supermercado sola y que te reprochen que, como siempre, has olvidado algo. Porque te ocupas de tonterías. Se puede ir a comprar juntos y reírse si algo se olvida. Resultó que no era una vieja, sino la mujer más hermosa del mundo. Y ya se peinaba por la noche solo para recibir a quien la consideraba una belleza.

Resultó que es una gran persona, porque incluso consigue hacer trabajos extra. Pero no es absolutamente necesario. Solo si ella misma quiere. Resultó que no era el ser inútil en el que se había convertido durante muchos años. Y todo porque la aman, la elogian y la valoran. No la regañan.

Yo escuchaba y me sorprendía. Luego vino su nuevo marido a buscarla. Y entendí todo. Saben, él la miraba de una forma que ella, de hecho, florecía. No podía no florecer. Él hablaba y cuidaba de ella de una manera que no podía evitar convertirse en la mujer más maravillosa del mundo.

Trajo consigo también a sus tres hijos. Los vi brevemente. Pero en ese breve momento noté que ella era la mejor madre. Así se comportaron.

Y todo porque había alguien a su lado que la ayudó a creer en ello. Del patito feo hizo un cisne hermoso… Es tan importante tener a alguien cerca que te ayude a convertirte en ese cisne. Porque al cisne hay que darle tiempo, fuerzas y amor para que despliegue sus alas.

No, no quiero decir nada en concreto. No quiero culpar a nadie. En la vida ocurren cosas diferentes. Pero esta es la historia. Y me interesa mucho saber qué piensa ahora el primer marido.

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