La cena terminó en separación

La cena terminó en divorcio. —¿Estás completamente tonto? —Carmen arrojó la servilleta sobre la mesa haciendo tambalear la copa de vino—. ¡Invitar a esa chica aquí, a nuestra casa! —Lucía, cálmate —Nicolás se ajustó nervioso la corbata—. Nada grave sucedió. Un encuentro laboral normal. —¿Laboral? —su voz subió un tono—. ¿A las diez de la noche? ¿Con champán y velas? —Discutíamos un nuevo proyecto… —¿Qué proyecto, Nico? ¿Qué proyecto con esa… con esa Claudia? Nicolás apartó la mirada. En la mesa aún permanecían los platos de la cena –había preparado con esmero paella, queriendo agradar a su esposa. Todo se arruinó por una desafortunada llamada.

Carmen se levantó y comenzó a recorrer la cocina nerviosa. Más de cuarenta años, pero aparentaba menos. Esbelta, cuidada, siempre pendiente de su imagen. Nicolás solía comentar a sus amigos que era un hombre con suerte. —Escúchame con atención —se plantó frente a él, manos en las caderas—. No soy tonta, aunque tú así la consideres. Esa jovencita te llama cada maldito día, te quedas tarde en la oficina, llegas oliendo a su perfume. —Luz, exageras… —¿Exagero? —Sacó su teléfono móvil—. ¿Y esto qué es? ¡Quince llamadas perdidas de ella solo hoy! Nicolás palideció. Olvidó que Carmen veía todas sus notificaciones por la cuenta familiar compartida. —Era por trabajo… —¡Por trabajo! —Soltó una risa amarga—. ¡Los sábados, domingos, pasada la medianoche! ¿Qué trabajo pide tanta urgencia?

Nicolás enmudeció, jugueteando con el tenedor. Veintidós años de matrimonio y nunca la había visto así. Ni cuando pasaron apuros económicos ni durante la enfermedad de su madre. Ella siempre mantuvo la dignidad. Ahora rozaba el colapso. —Nico —su voz suavizó, pero la herida latía—. Veo lo que ocurre. Estás enamorado de ella. —No —negó con la cabeza, pero ni él mismo se convenció. —¡No me mientas! ¡No te mientes a ti mismo! Te conozco desde hace veintidós años, ¿crees que no noto nada? Te iluminas cuando llama. Te brillan los ojos cuando vas a la oficina. Y al llegar a casa… Carmen no terminó la frase, pero él entendió. Al volver a casa se volvía taciturno, irritable. Este lugar le parecía gris comparado con el espacio donde trabajaba Claudia.

—Luz, hablemos tranquilos —rogó. —¿De qué? ¿De cómo has cambiado? ¿De que ya no reparas en mí? ¿De que hace un mes que no conversamos realmente? Nicolás observó a su esposa detenidamente. ¿Cuándo fue la última vez que le preguntó por su día? Su mente era propiedad de Claudia. —¿Es joven? —susurró Carmen. —¿Qué importa eso? —¿Cuántos años tiene, Nico? —Veintiocho. Carmen asintió, sus peores sospechas confirmadas. —Comprendo. Yo tengo cuarenta y tres. Ya soy vieja para ti. —Dices tonterías. —¿Tonterías? —Se acercó al espejo del recibidor—. Mírame, Nico. Estas arruguitas junto a los ojos, estas canas que oculto cada mes. Ella es joven, hermosa, sin hijos ni responsabilidades. —Nosotros no tenemos hijos —recordó él. —No —aceptó ella—. Y es culpa mía. No pude darte una familia. —Luz, no… —¡Sí! ¡Es hora de decirlo! Me he sentido culpable quince años. Cada vez que veo niños pienso: ¿acaso Nicolás me reprocha esto? ¿Querrá irse con una mujer que sí pueda darle hijos?

Nicolás intentó abrazarla, pero ella retrocedió. —No me toques. Responde con verdad: ¿La amas? Siguió un silencio espeso. Él observaba el suelo. En la cocina tictaqueaba el viejo reloj de pared que compraron en su tercer aniversario. —No lo sé —confesó al fin. —¿No lo sabes o temes admitirlo? —Luz, es complicado… —Para mí no —apoyó las manos en la mesa—. O me amas a mí, o a ella. No hay término medio. Nicolás se sentó junto a ella. Su mente era un caos. Por un lado, su esposa, junto a quien vivió sus mejores años. Quien le apoyó siempre, creyó en él cuando inició su negocio. Por otro, Claudia, que entró en su vida hace medio año revolviéndolo todo. —¿Qué sientes cuando ella está cerca? —continuó Carmen—. ¿Qué te sucede? —Me… siento joven —admitió—. Como si tuviera veinticinco otra vez. —¿Y conmigo? —Contigo me siento un esposo. —¿Y eso es malo? —No. Pero… monótono. Carmen asintió, obteniendo su respuesta crucial. —Me he convertido en una carga. —¡No! Eres una esposa magnífica, Luz. La mejor. —Pero ya no soy la amada. Nicolás calló. ¿Qué podía decir? ¿Que la amaba, aunque de otro modo? ¿Que la respetaba, la valoraba, pero su corazón aceleraba con cada mensaje de Claudia?

—Sabes —Carmen se alzó para recoger la mesa—. Te comprendo. De verdad. Vivimos mucho tiempo juntos, la rutina nos agobió, nada de romanticismo. Y aparece una joven hermosa… —No hables así de ti. —¿Cómo entonces? —Se volvió—. Veo la situación. Te vistes diferente, fuiste al gimnasio, cambiaste el peinado. Todo por ella. Era cierto. Nicolás había cambiado con la llegada de Claudia. Hasta eligió otra colonia. —Dime, ¿ella sabe que
Mientras arrancaba el coche con lágrimas resbalando por su rostro, Nicolás sintió que aquella libertad tan ansiada, ahora que la tenía, solo le sabía a un vacío inmenso y a una pregunta sin respuesta: ¿habría sido realmente la puerta hacia la felicidad, o sencillamente la salida más cobarde?.

Rate article
MagistrUm
La cena terminó en separación