La Casa de Campo Extranjera: Un Refugio con Encanto y Estilo Internacional

**La Casa de Campo Olvidada**

Hace un año, los Delgado compraron una casa de campo. Al cumplir los cincuenta, Pablo sintió un fuerte deseo de tener una segunda residencia. Su infancia en el pueblo le recordaba a la casa familiar y a los huertos.

La casita, aunque pequeña, estaba bien cuidada. Pablo pintó de nuevo el porche de madera, arregló la valla y cambió el portón. Había tierra suficiente para patatas y algunas hortalizas, pero el frutal dejaba que desear: pocos árboles y ningún arbusto, excepto unos pequeños frambuesos.

No te preocupes, cariño, poco a poco iremos mejorándolodijo Pablo mientras se ponía manos a la obra.

Sofía recorría los bancales con entusiasmo, aprobando los planes de su marido.

Por un lado, los vecinos eran agradables, aunque apenas venían, pero mantenían su terreno. Por el otro, todo era abandono. La valla estaba torcida y las malas hierbas lo invadían todo.

Esa maleza fue una pesadilla para los Delgado todo el verano.

Pablo, esto es insoportable, las hierbas se meten en nuestro jardín, parece que van a conquistarlo todo.

Pablo agarraba entonces la azada y atacaba las malas hierbas con furia. Pero estas parecían inagotables y siempre volvían.

Mira, Sofía, los perales de los vecinos van a dar buena cosecha este añocomentó Pablo, observando el jardín abandonado.

Y este albaricoquero está increíblerespondió Sofía, señalando un árbol que prometía una abundante cosecha. Algunas ramas incluso se extendían hacia su terreno.

Me gustaría ver a los dueños al menos una vezdijo Pablo con nostalgia. Quizá vengan a recoger la fruta.

En primavera, Pablo no pudo resistirse y regó los árboles de los vecinos con su manguerale habría entristecido verlos sufrir por el calor.

Pero ahora, esas hierbas implacables no daban tregua.

Podrían haber cortado el césped al menos una vezse quejó Sofía.

La siguiente vez que llegaron, los Delgado se maravillaron con la cosecha de albaricoques. En esa zona no era raro, muchos los cultivaban, pero en un terreno abandonado

No, voy a cortar su hierbadeclaró Pablo. No soporto ver este lugar ahogarse en malas hierbas.

Mira, Pablodijo Sofía señalando las ramas cargadas de albaricoques que colgaban en su jardín.

Pablo trajo una pequeña escalera. Recojamos al menos estos antes de que se pudran, nadie ha venido por aquí.

Pero es de los demásadvirtió Sofía con cautela.

Se perderán de todos modosy comenzó a coger los frutos más maduros.

Entonces vamos a por frambuesas para los nietospropuso Sofía. Has cortado su hierba, es un trueque justo.

Parece que podríamos recogerlo todo, nadie cuida este lugar, está pegado a nuestro terreno como un huérfanomurmuró Pablo.

En el trabajo, durante un descanso, Pablo se unió a la conversación entre compañeros. Los repartidores compartían anécdotas.

Hay alguien que se cuela en mi huerto en cuanto me descuido, ya han sacudido mis árboles dos vecesse lamentó Nicolás Gutiérrez, que estaba a punto de jubilarse.

Al oírlo, Pablo sintió un sudor frío, recordando que él y Sofía habían cogido albaricoques, y que los perales prometían buena cosecha.

¿Dónde está tu casa de campo?se atrevió a preguntar Pablo, temiendo la respuesta.

Por ahí, en la asociación de huertos de Toledo.

Ahsuspiró Pablo. La nuestra está más arriba.

Sí, por vuestra zona madura antesadmitió Nicolás. Aquí todo llega más tarde, pero igual vienen a saquear, hasta desenterraron unas patatas. Pensé en poner una trampa.

Eso te traerá problemasdijo otro. Acabarás en la cárcel.

¿Y robar está permitido?se indignó Nicolás.

De vuelta a casa, Pablo se sintió invadido por remordimientos. Aunque no fuera el terreno de su compañero, le corroía la culpa.

De niño era diferente. Alguna vez corrió por huertos ajenos, pero por juego. Aquí, eran vecinos de quienes habían cogido parte de su cosecha. Y aún codiciaban las peras.

Claro, Pablo había plantado árboles jóvenes que crecerían. Pero aquel albaricoquero vecino era una pena dejarlo perderse.

Nadie vendráintentó calmarlo Sofía. Si no aparecieron en un año, no lo harán ahora.

Pero me siento como un ladrónse atormentaba Pablo.

¿Quieres que tire los albaricoques?preguntó su mujer. Ya di la mitad a los niñosañadió, justificándose.

Déjalo, ya es tarde.

Así, los Delgado pasaron el verano ocupándose del terreno vecino, librando la batalla contra las malas hierbas. Vigilaron los perales, esperando ver aparecer a los dueños.

Pero cuando los frutos cayeron al suelo, Sofía recogió algunos en su delantal.

En otoño, tras ordenar su parcela, miraron por última vez la del vecino. Hasta la valla parecía suplicar que enderezaran sus tablas torcidas.

Junto al portón había escombros, restos de una construcción temporal: madera podrida, cristales rotos, trozos de tela pero, entre los desechos, unas flores tardías intentaban crecer.

Ese invierno, al recordar los días de verano, Pablo sintió una dulce nostalgia por la casa de campo.

Con la primavera, al asomar los primeros brotes, los Delgado volvieron.

¿Crees que los dueños aparecerán este año?preguntó Sofía, refiriéndose al terreno abandonado.

Pablo suspiró. Pobre huerto, y los árboles, qué desperdicio

Cuando llegó el momento de labrar, Pablo llamó a un tractorista.

Y no podía evitar mirar el terreno vecino. Ya habían quitado las hierbas altas para que no se extendieran, pero habría que arar también ese rincón

Oye, ¿y si labramos también el de al lado? Yo pagopropuso Pablo.

Pero, Pablo, ¿qué haces?preguntó Sofía. Es de otros.

No soporto verlo tan descuidado

¿Y qué, vamos a cuidar terrenos ajenos para siempre?razonó su mujer.

Espera, después de comer iremos a la asociación de huertos a ver de quién es este terreno. Esa maleza me molesta, y este abandono

En la asociación, una mujer con gafas revisó un registro lleno de anotaciones. ¿La dirección? ¿Calle Cerezos, 12?

Sí, esarespondió Sofía. Al menos podrían cortar la hierba y recoger la fruta, es una pena, con ese frutal tan bueno.

Bueno, ya estáaseguró la mujer. Los dueños lo abandonaron, pasó a ser terreno municipal.

¿Así que no tiene dueño?preguntó Pablo.

Eso parece. Los antiguos dueños eran mayores, fallecieron. Su pariente más cercano, un sobrino, renunció a la herencia, no tiene tiempolos miró. ¿Quieren comprarlo?

¿Comprar el terreno?

Sí. Sería barato. Y los papeles están en orden.

¿Qué piensas, Sofía? ¿Lo compramos, si es legal?

¿Crees que podremos con él?

Lo arreglaremos y se lo dejaremos a los niños, para que traigan a los nietos.

Como dicen, montañas de

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