La Búsqueda de la Felicidad Verdadera

LA FELICIDAD INESPERADA

—Mamá, solo nos queda una opción para tener un hijo: la fecundación in vitro. Rodrigo y yo lo hemos decidido. No intentes disuadirnos. Acostúmbrate a la idea —dijo Lucía de un tirón, sin respirar.

—¿FIV? ¿Quieres decir que tendré un nieto o nieta «de probeta»? —No podía creer lo que escuchaba de mi propia hija.

—Llámale como quieras. Mañana empezamos los tratamientos. Los análisis ya están hechos. Los médicos advirtieron que será un camino largo e incierto. No hay garantías. Por favor, ten paciencia —suspiro hondo antes de colgar.

No supe qué contestar. Debí haberla apoyado, animado… o al menos no entorpecer. Hablamos por teléfono. Entiendo que a Lucía le costara decírmelo frente a frente; el tema es espinoso.

Su primer matrimonio fue con Álvaro, su amigo de la infancia. Ella creyó que su amor era eterno. Pero en la misma boda, en el banquete, el novio, ebrio, acabó en los brazos de la madrina. Lucía los encontró en un «romántico» rincón: el almacén del local. Álvaro, al verla, balbuceó excusas; la madrina, cubriéndose con un chal transparente, huyó y no se la volvió a ver en todo el día.

Lucía pidió el divorcio. Mi marido y yo le rogamos que no actuara tan deprisa:

—Cariño, no te precipites. Todos cometemos errores borrachos. Seguro que esa mujer arrastró a Álvaro al almacén. Es un buen muchacho, y ella quiso lo prohibido. Perdónale. Tenéis toda la vida por delante.

—No, mamá. No me arrepentiré. Álvaro me traicionó, y duele. Pero no quiero una vida de mentiras. Menos mal que pasó el día de la boda; así sufrí menos.

Álvaro se disculpó, suplicó, pero fue inútil.

Meses después, Lucía supo que estaba embarazada de él. Sin decírmelo, interrumpió el embarazo. De haberlo sabido, le habría rogado que volviera con Álvaro.

Pasó el tiempo. Rodrigo, el mejor amigo de Álvaro, le pidió matrimonio. Llevaba años enamorado de ella, pero no quiso traicionar a su amigo… hasta entonces. Lucía tardó tres años en aceptar. Desconfiaba de todos. Pero Rodrigo insistió, y al fin ella se rindió:

—Rodrigo, ¿tu propuesta de matrimonio sigue en pie?

—¡Claro que sí, Lucía! ¿De verdad aceptas? —Le besó la mano con ternura.

Ella asintió.

Rodrigo organizó una boda espléndida. Fueron todos, menos Álvaro, aunque envió un ramo de lilos. Lucía lo rechazó y se lo dio a una amiga soltera.

Lucía tenía veintiocho años; Rodrigo, treinta y tres. Tras dos años de matrimonio, no llegaban los hijos.

—¿Tenéis algún plan o… simplemente no llega? —pregunté con delicadeza.

—No llega, mamá. Rodrigo no habla del tema. Creo que se culpa. Esperaremos un año más… —murmuró, apartando la mirada.

—¿Y luego? ¿Adoptaréis?

—El tiempo dirá. Tendremos un hijo, sea como sea —sonrió, pensativa.

—¡Dios lo quiera! Tu padre y yo anhelamos un nieto.

Y así, tras cuatro años de intentos… llegó la FIV. Me opuse con todas mis fuerzas:

—Dicen que esos niños no tienen alma, que enferman más, que no podrán tener hijos… Vamos, que son robots.

—Mamá, este método tiene cuarenta años. Cada vez hay más parejas estériles. Los niños «de probeta» son como los demás. Solo que el proceso es duro. No imaginas el esfuerzo que esto supone para nosotros. Pero prepárate: tendrás nietos. Quizás gemelos… Además, las dos primeras mujeres con FIV tuvieron hijos de forma natural.

Entendí que ya no había vuelta atrás. Solo quedaba tener fe.

El camino fue caro y agotador. Lucía logró embarazarse al cuarto intento. Los nervios, las hormonas… Subió de peso; Rodrigo adelgazó por el estrés.

—Mamá, temo toser, estornudar… ¿Y si lo pierdo? No soportaría un quinto intento. Todo por aquel aborto… ¿Podría haberlo evitado? Ahora lo pago.

Viajaron dos veces a la costa. Lucía estaba al borde del colapso. Pero Rodrigo nunca la abandonó.

—Rodrigo es mi roca, mi brisa fresca. Sin él, no lo habría logrado.

Ocho meses después, nació nuestra Martita. Los bebés FIV suelen nacer antes. Todos estábamos felices, aunque la suegra dudó al principio:

—Rodrigo, ¿estás seguro de que es tuya? La nariz no se parece a la tuya, y las orejas…

Con los años, Marta se volvió idéntica a su padre, y las dudas cesaron.

Los niños FIV no llegan por casualidad. Son anhelados, amados como nadie. Su infancia es feliz, protegida… como un rayo de sol en las manos.

Pero tuvieron que mudarse. Un día, paseando con Marta en el parque, una enfermera del centro de salud me dijo a gritos:

—¡Hola, madres! ¡Y a la abuela del «bebé probeta», saludos especiales!

—¿Está usted loca? ¡Cómo se atreve! ¡Ignorante! —Todos nos miraron. La enfermera balbuceó:

—Perdone, pensé que ya lo sabían… que Marta era… diferente.

—Tiene razón: Marta es especial —y me fui a otro parque.

Después, los vecinos empezaron a hacer preguntas impertinentes. No faltaría quien le contara a Marta su origen antes de tiempo. Por eso, vendieron el piso y se mudaron.

Ahora Marta tiene cinco años: lista, traviesa, feliz. Va al colegio, adora mandar y engañar (torpemente) a su maestra.

Tiene alergias, lleva dieta; habla con dificultad (va al logopeda) y usa gafas. Pero todo tiene solución. Lo importante es que Lucía y Rodrigo lograron su sueño: ser padres. Y nosotros no concebimos la vida sin nuestra nieta, esa pequeña luz que nos llena de alegría.

Rate article
MagistrUm
La Búsqueda de la Felicidad Verdadera