La boda se cancela: el oscuro secreto de la hermana de la novia sale a la luz

La boda no se celebró — todo lo arruinó el terrible secreto de la hermana de la novia

Esta historia, que ahora os cuento, aún resuena en los pasillos de nuestra empresa. Han pasado dos semanas y las conversaciones no cesan — con susurros, miradas cortantes y opiniones divididas: ¿quién tuvo la culpa, él o ella? Nuestro equipo quedó partido en dos. Todo porque se canceló la boda de nuestra tranquila y discreta compañera — Alba.

Alba es de esas personas de las que se dice: «frágil como porcelana». Tiene veinticinco años, delgada, educada, siempre contenida, incluso en situaciones conflictivas. Llevábamos tiempo esperando que diera el paso — con su pareja, Adrián, llevaba casi dos años saliendo. Su relación era estable, cálida, la envidia de muchos: Adrián la recogía del trabajo, le traía flores con frecuencia, preparaba cenas románticas, la llevaba de vacaciones. Parecía el hombre perfecto — atento, maduro, de fiar.

La propuesta de matrimonio fue bonita — con anillo, discurso y voz temblorosa. Alba brillaba de felicidad. Empezaron los preparativos. Todo apuntaba a un final feliz, pero… intervino su hermana — Natalia. La mayor, ruidosa, problemática. Todo lo contrario que Alba. Grosera, brusca, con excesos de alcohol, había montado escenas en la oficina más de una vez, pidiéndole a su hermana «prestados unos euros hasta el sueldo».

Natalia nunca tuvo reparos en pedir. Pero no era para pan — solo para vino o algo más fuerte. La conocían de vista tanto aquí como en la tienda de bebidas de la esquina. Adrián estaba al tanto de la hermana de Alba, la había visto irrumpir en su piso, armar escándalos, y por eso la evitaba. No se cruzaba con ella, ni siquiera la invitaba a reuniones familiares. Alba lo entendía — tampoco ella podía controlar a Natalia, que vivía a su aire, destruyendo todo a su paso.

Aun así, Adrián dio el paso — pidió su mano, compraron los anillos, eligieron un restaurante y fijaron la fecha. Faltaba una semana para la boda cuando ocurrió algo que lo cambió todo.

Aquel maldito viernes, Alba invitó a Adrián a cenar con sus padres — para conocerse mejor. La velada empezó tranquila. Natalia, inesperadamente sobria, permanecía callada. Todos se sorprendieron. Pero era la calma que precede a la tormenta.

Cerca de medianoche, cuando la mesa estaba casi vacía, Natalia llenó su copa hasta el borde, la bebió de un trago y rompió a llorar. Primero en silencio. Después… estalló.

— Me acuerdo de mi hijo… ¿Dónde estará ahora? ¿Cómo estará?… Lo rechacé… Firmé los papeles en el hospital…

Un silencio helado llenó la habitación. Alba palideció. Su madre intentó llevarse a Natalia a la cocina, pero ya no podía parar:

— Di a luz… a un niño sano… Y luego… me asusté. Sola, sin dinero, sin el padre… Firmé el papel. Lo abandoné. Perdonadme…

Adrián se quedó de piedra. Miró a Alba, luego a Natalia, después otra vez a Alba — como si intentara entender si ella lo sabía. Alba solo asintió. Lo sabía. Pero nunca lo había contado.

Al día siguiente, Adrián desapareció. No fue a trabajar, no respondió a las llamadas. Dos días después, canceló la boda avisando a todos los invitados. A Alba le dijo poco:
— No puedo formar parte de una familia donde un niño se borra como si no importara. Lo siento.

Desde entonces, Alba parece una sombra. Va al trabajo — pálida, sin maquillar, con los ojos vacíos. No explica nada. Encerrada en sí misma. Camina como un fantasma. Mientras, la oficina arde: unos dicen que Adrián fue débil, que huyó sin entender. Otros, que Alba debió contarlo antes. Que la verdad, aunque duela, debe salir a la luz cuando quieres casarte con alguien.

Yo aún no sé de qué lado estoy. Natalia lo destruyó todo, pero ¿es la única culpable? Dio a luz a un niño y lo dejó atrás. Su familia lo sabía. Callaron. Nadie intentó salvar esa pequeña vida, nadie asumió la responsabilidad.

Y Adrián… quizá solo temió que Alba también le ocultara algo mañana. Que en esa familia se podían guardar silencios — hasta que destrozaran una vida.

Ahora, en esa misma sala donde hace poco se hablaba de vestidos, anillos y la tarta nupcial, reina un silencio aplastante. Y Alba… sigue sentándose frente al ordenador, sin mirar a los ojos, sin sonreír. Solo una vez la oí susurrar al teléfono:

— No, mamá, no volverá. Y no le guardo rencor. Solo duele. Mucho.

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