«La ausencia del hijo en el hospital: ¿cómo la crianza moldea la relación con los padres?»

**Diario personal**

Tengo una conocida, Carmen, de 70 años. Hace poco sufrió un derrame cerebral y ahora está ingresada en un hospital de un barrio de Valladolid. Las causas exactas no las sé con certeza: quizá la edad, quizá los malos hábitos—alimentación inadecuada, poco ejercicio al aire libre—o tal vez ambas cosas.

Su hijo, Javier, lleva años viviendo en otra ciudad, en Zaragoza, a cientos de kilómetros de distancia. Tiene su propia familia—esposa y dos hijos. Cuando Carmen fue hospitalizada, los vecinos llamaron a la ambulancia. Familiares lejanos se enteraron y ahora la visitan, llevándole medicinas y palabras de aliento. Carmen se recupera poco a poco, pero aún no puede levantarse de la cama.

Javier solo llamó una vez. Envió dinero para las medicinas—y con eso dio por terminada su participación. No vino, no preguntó por su madre. Él tiene, según dice, sus propios problemas que requieren atención inmediata. Le da igual lo que pase con ella. «¿De qué sirve que vaya?», le dijo a un pariente. Para él, el dinero es todo lo que se espera de un hijo.

En cambio, esos familiares lejanos van al hospital cada día. Compran lo que hace falta, preguntan a Carmen cómo se siente, hablan con los médicos para conocer los detalles de su estado. Su cariño es lo único que la sostiene en estos días difíciles.

Y entonces me pregunto: ¿qué hacemos mal las madres para merecer esto? Estoy segura de que el modo en que los hijos tratan a sus padres refleja cómo los criamos. Nos observan, absorben nuestras palabras, actos y valores. Si fuimos frías o injustas, no hay que sorprenderse si recibimos indiferencia a cambio.

Creo firmemente que no hay hijos ni nietos malos, solo padres que no supieron dar el ejemplo correcto. Si quieres ser buen padre, demuéstralo con hechos. Si un niño ve cómo su madre cuida a su propia madre, aprenderá la lección. Pero con Carmen fue distinto. Javier nunca la vio ocuparse de su abuela en sus últimos años. Carmen dio la espalda a su madre, y ahora su hijo repite ese camino.

La vida es como un boomerang: todo lo que hacemos nos vuelve. Y, aunque parezca extraño, hay justicia en eso. Carmen, postrada en esa cama, rodeada de extraños y no de su propio hijo, ahora recoge lo que sembró. Es amargo, pero quizá sea una oportunidad para reflexionar—para ella y para todos nosotros.

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