La astucia femenina

**La Astucia Femenina**

Hasta el día de hoy, Daniel sigue siendo un hombre libre. Aunque en su momento estuvo a punto de casarse en serio, jamás logró entender la lógica de su prometida.

Cuando le propuso matrimonio a Lucía, llevaban saliendo casi un año. Las pasiones iniciales ya se habían calmado, y Daniel por fin entendió que ella era la persona con la que quería caminar por la vida, verla y escucharla todos los días.

Lucía, cásate conmigo dijo con entusiasmo, arrodillándose como manda la tradición, con una cajita abierta donde brillaba un anillo precioso y un ramo enorme de flores en la otra mano.

Lucía no podía decir que no se lo esperaba, pues intuía que algo así se avecinaba, pero aun así se sorprendió y, claro, se alegró.

Por supuesto, cariño, por supuesto contestó sin pensarlo dos veces.

Lucía era una chica guapa, pero Daniel no se quedaba atrás. Alto, atlético, con el pelo corto y un estilo deportivo que llevaba con naturalidad.

Quiero que tengas una hija que se parezca a ti sonrió él.

Pues cuando quieras respondió ella, riendo.

Comenzaron los preparativos de la boda. Y Daniel, que pensaba que organizar una boda sería pan comido, pronto descubrió su error.

Lucía, esto es un lío monumental decía cada vez que ella lo arrastraba de tienda en tienda. Jamás imaginé que daría tanto trabajo.

Resulta que sin el velo, los zapatos, el vestido, las cintas, las medias y mil detalles más, la boda no podía celebrarse. Él creía que con pedirle matrimonio, darle el anillo y firmar en el registro, todo estaba hecho

Por fin, Lucía se calmó. Quedaba tiempo libre antes de la boda, y Daniel respiró aliviado. Hasta que ella llegó del trabajo y soltó:

Dani, mi jefe me manda de viaje, bueno, a una formación de una semana, a un pueblo de Castilla. Así que estaremos separados un tiempo. Quizá sea hasta bueno, una prueba para nuestros sentimientos antes de casarnos.

Vaya momento ha elegido tu jefe. ¿No sabe que nos casamos pronto? refunfuñó Daniel, molesto.

Lo sabe, pero no me voy el día de la boda, faltan tres semanas. Además, esta formación significa un ascenso y un buen aumento de sueldo. Justo lo que necesitamos argumentó Lucía con convicción.

Mientras esté fuera, Marta se encargará de vigilarte añadió tras una pausa.

¡Justo lo que me faltaba! ¿No tienes suficiente con ella? se quejó Daniel, nervioso. ¿Es que no confías en mí?

Confíe o no, es cosa mía. Pero dejarte sin supervisión sería una irresponsabilidad. Así que Marta te vigilará.

Marta, la mejor amiga de Lucía desde el instituto, sería su dama de honor. A Daniel nunca le cayó bien. No es que no fuera guapa rubia, con una figura envidiable, pero siempre estaba metida en medio. Lucía la llevaba a todas partes, y a él le sacaba de quicio. Encima, solía quedarse a cenar y hasta a dormir en su casa.

Daniel, con ironía, le soltó una vez a su prometida:

Espero que tu Marta no se acueste con nosotros en nuestra noche de bodas.

Cuando llegó el día, Daniel acompañó a Lucía al aeropuerto, y, cómo no, Marta fue con ellos. Se despidieron, Lucía se fue al embarque, y Daniel y Marta volvieron juntos en el coche. Él la dejó en su casa.

Pasaron tres días. Con tiempo libre, Daniel llamó a sus amigos, que lo invitaron a una excursión de pesca. Se alegró. Hacía tiempo que no salía con los chicos, cervezas, barbacoa

Total, ¿cuándo volveré a disfrutar de un plan de solteros? pensó antes de dormirse.

Pero el jueves por la noche, Marta llamó. Ya lo controlaba bastante, pero esta vez preguntó:

Dani, ¿todo bien por ahí?

Claro, mejor imposible contestó él.

¿Necesitas algo? Porque yo

No, no necesito nada, estoy bien se apresuró a asegurar. Además, ya soy mayorcito.

Vale, no te enfades. Es que tengo un favor que pedirte.

¿Qué favor? se puso en guardia.

Verás, necesito que me acompañes. Una amiga nuestra de la época del instituto, Laura, celebra su cumpleaños en un restaurante a las afueras. Y justo se me ha estropeado el coche. ¿Me llevarías? Lucía ya lo sabe y no le importa que vayas conmigo.

Vaya plan la idea no le entusiasmó. Preferiría estar con sus amigos pescando.

Venga, Dani, por favor insistió ella. Todos irán en pareja, y yo sola, como una posesa Además, no tengo novio, ya lo sabes.

Pues ya estás tardando respondió él.

Bueno, otro día hablamos de eso. Ahora dime que sí, porfa rogó. A Lucía le gustará que estés bajo mi supervisión.

No le apetecía nada ir a una fiesta con gente que no conocía, pero tampoco supo negarse.

Vale, luego te llamo cedió.

Le entraron ganas de llamar a Lucía y quejarse de su amiga, pero luego pensó que no valía la pena. Al fin y al cabo, ella misma le había encargado que lo vigilara.

La cena era el viernes a las ocho. A las siete, Marta, arreglada y perfumada, subió al coche de Daniel. Hasta él pensó, con cierta tranquilidad:

Bueno, pasar la noche con una chica tan guapa no es el peor castigo del mundo.

Al llegar al restaurante, Marta salió del coche y entró del brazo de Daniel. Entre los invitados, él no conocía a nadie. Ella, en cambio, saludaba a diestro y siniestro.

Daniel se sentía fuera de lugar. Todos sonreían, pero él no había visto esas caras en su vida. Se sentaron a la mesa. Brindis, discursos Marta le sirvió una copa de cava.

Toma, relájate.

Marta, voy a conducir. ¿Cómo vuelvo luego?

¡Qué tontería! ¿Qué te va a pasar por una copa?

Vio que los demás los miraban y sonreían, así que, de un trago, se la bebió. El alcohol pronto le subió a la cabeza. Marta le sirvió otra.

No vas a brindar con la copa vacía, ¿no?

Sin darse cuenta, Daniel se tomó la segunda, luego otra cosa, y al final de la noche estaba borracho. Ni siquiera recordaba que tenía que conducir.

Vaya pedo que llevas, Dani murmuró Marta. No importa, he reservado una habitación.

Él solo movió la cabeza, deseando caer en la cama y olvidarse de todo. No recordaba cómo llegaron a la habitación. Se despertó de madrugada, con la cabeza a punto de estallar y una sed insoportable.

Al mirar alrededor, vio que solo había una cama. El agua corría en la ducha. En la mesilla había una botella de agua, y la bebió ávidamente.

En ese momento, Marta salió del baño, completamente desnuda, el pelo rubio aún mojado. Daniel se quedó petrificado.

Ella se acercó, le tomó las manos y las colocó sobre sus hombros. Lo que pasó después, él apenas lo recordaría después. La pasión los arrastró.

Volvieron a casa al atardecer, en silencio, pero satisfechos. Fue Daniel quien habló primero.

Marta ¿Qué le decimos a Lucía?

La verdad.

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