La amistad entre hombres

**Amistad Masculina**

Javier estacionó el Audi frente al centro comercial. Salir del cálido interior del coche no le apetecía. Ayer había caído aguanieve, mezclado con lluvia, y durante la noche heló, dejando el pavimento cubierto por una capa desigual de hielo sobre la que la gente resbalaba.

Mañana era el cumpleaños de su madre, y, como siempre, Javier había dejado el regalo para el último momento. En un gran almacén seguro que encontraba algo.

Al salir del coche, una ráfaga de viento le abrió la chaqueta y le arrancó un extremo de la bufanta. Sujetándose la ropa, echó el pestillo y se dirigió hacia la entrada, pero en seguida resbaló y casi cayó. No habían echado sal ni arena en el hielo, y él llevaba zapatos de vestir sin suela antideslizante.

Logró llegar hasta la puerta, entró y respiró aliviado. Iba a dirigirse a la sección de bufandas, pero recordó que el año pasado ya le había regalado una a su madre.

—¡Javi, hola! —oyó una voz alegre junto al escaparate de una joyería.

Era Enrique, su gran amigo de toda la vida, el único que le quedaba.

—No sabía si eras tú. ¿Cuánto hace que no nos vemos? Tienes muy buen aspecto, con ese estilo internacional.

—Hola. Acabo de llegar —dijo Javier, desconcertado y algo avergonzado.

—Justo estaba pensando en ti. Oye, ¿por qué no nos sentamos en algún sitio a tomar algo? —propuso Enrique.

—Es que he venido a comprar un regalo —contestó Javier.

—Espera, que el cumpleaños de Carmen María es pronto, ¿no?

—¿Lo recuerdas? —se animó Javier—. Mañana. Lo he dejado para última hora.

—Bueno, elige, no te entretengo. Yo ya he terminado —Enrique levantó unas bolsas—. Pero quedamos estos días, ¿vale? Toma. Te espero. Si no me llamas, te saco de debajo de la tierra —dijo, entregándole una tarjeta.

Mientras elegía unos pendientes para su madre, Javier no dejaba de pensar en el reencuentro. Se reprochaba haberse comportado como un idiota, como si no le hubiera alegrado ver a Enrique. Claro que le alegró, solo que le pilló por sorpresa.

Sacó la cartera para pagar y se encontró la tarjeta de Enrique. “Director adjunto de Construcciones Hogar Nuevo”.

—Perdón —se disculpó al ver que la dependienta esperaba—. Me he reencontrado con un amigo. Hacía siglos que no nos veíamos, ¿te imaginas?

Javier pagó y se marchó, pensando en su amigo…

***

Se conocieron el primer día de colegio, en la fila frente al edificio, con ramos de gladiolos casi idénticos. Los dos tenían la misma expresión de felicidad y nerviosismo. Cuando entraron, sin decir nada, se cogieron de la mano y se sentaron juntos.

Así empezó su amistad. Discutían, como todos, pero se reconciliaban enseguida. Y Enrique siempre era el primero en tender la mano.

Aunque eligieron carreras distintas, no discutieron. Sabían que cada uno seguiría su camino, pero la amistad dependía de ellos. Enrique estudió Ingeniería Industrial, y Javier, Filología Inglesa. Ya no se veían a diario, pero los fines de semana hablaban sin parar.

En la facultad de Enrique casi no había chicas. En la de Javier era un jardín de mujeres. A él solo le gustaba una: Verónica, bajita, vivaracha, con una risa contagiosa y rizos rebeldes.

Una vez se armó de valor y le pidió ayuda con una traducción.

—Podrías haber dicho que querías conocerme —le contestó ella, sonriendo.

—Quiero… acompañarte a casa. ¿Puedo? —le salió sin pensar.

—Acompáñame —dijo ella, regalándole otra sonrisa.

Caminaron por la ciudad en primavera, y Javier era el hombre más feliz del universo. Esa noche no podía dormir, recordando cada gesto suyo.

La acompañaba casi a diario. El fresco abril dio paso a un mayo veraniego, y Javier aún no se atrevía a besarla. Pronto acabarían las clases, y Verónica se iría con sus padres al sur, luego a casa de su abuela. Desesperado, decidió que su cumpleaños, el último domingo de mayo, sería su oportunidad. La invitaría, la presentaría a sus padres y, por fin, le confesaría su amor.

Ella aceptó sin coqueterías. Él, emocionado, le pidió que trajera a su amiga más cercana, Isabel, para presentársela a Enrique.

—¿Isabel?

—Sí. Él estudia en Industrial, donde casi no hay chicas. Nada como tú.

—Vale. ¿Y si no le gusta? —preguntó Verónica.

—Que no se aburra, el resto se verá.

Su madre trabajaba en la cocina desde primera hora. Javier intentaba ayudar, pero solo estorbaba. Corría a consultarle qué camisa ponerse, y si llevaba corbata o no.

—Lleva los platos a la mesa —le dijo ella—. Y tranquilízate. Si a ti te gusta, a mí también.

—Eres increíble —le dio un beso—. Seguro que te cae bien.

Llegó Enrique, y Javier se calmó un poco. Pero miraba el reloj sin parar. Las chicas no aparecían.

—¿Y si ha cambiado de idea? —preguntó, nervioso.

—Las chicas siempre llegan tarde. Acostúmbrate —dijo su padre con autoridad.

Timbre. Javier salió corriendo. Su madre negó con la cabeza.

—Este enamoramiento no va a acabar bien.

Volvió con las dos chicas. Todos miraron a Isabel, alta, rubia, de rasgos perfectos. Pero Javier presentó como Verónica a la otra, más sencilla.

Al sentarse a la mesa, el padre brindó y luego se marchó para no molestar.

Los dos amigos eran guapos, cada uno a su manera. Javier, tímido; Enrique, ocurrente, contando chistes que hacían reír a Verónica. Tanto, que Javier, celoso, lo llamó al balcón.

—¿Qué haces? Verónica es mía, ¿entendido?

—No es culpa mía si le gusto.

—¿Y por qué fanfarroneas?

—Ya, ya. A mí me gusta Isabel. Vaya tías hay en tu facultad.

—No estoy de broma.

—Tranquilo, no quiero a tu Verónica. Vamos, que se aburren.

Al volver, Verónica arrastró a Enrique a bailar. Él le lanzó una mirada de disculpa y accedió.

Javier bailó con Isabel, pendiente de la otra pareja. De pronto, ella se detuvo.

—¡Ay, se me ha metido algo en el ojo! ¿Dónde está el baño?

Javier la acompañó.

—Mírame, ¿lo ves? —ella se acercó.

Pero no había nada. Al salir, la habitación estaba vacía.

—¿Dónde están?

—Tu amigo habrá acompañado a mi amiga —dijo Isabel, cogiendo su chaqueta.

En ese momento volvieron los padres.

—¿Os vais? ¿No habéis probado la tarta?

—Todo estaba delicioso —dijo Isabel.

—¿No vas a acompañarla? —reprendió su madre.

Javier suspiró y salió con ella. Al volver, llamó a Enrique.

—Perdona, no debiste encerrarte con Isabel. Verónica me pidió que la acompañara. ¿Qué iba a hacer, decir que no?

Fue su primera pelea seria. Javier también estaba dolido con Verónica.

Tras el primer examen, se topó con Enrique y Verónica en el patio.

—Íbamos a buscarte. ¿Vienes a la playa? No vas**”Y así, bajo el sol abrasador del verano, comprendió que algunas amistades perduran más que cualquier amor, y decidió seguir caminando, esta vez con la lección aprendida.”**.

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