La ambulancia avanzaba a toda velocidad por las calles de Florencia

**Diario de un hombre marcado**

La ambulancia avanzaba a toda velocidad por las calles de Sevilla, con la sirena rasgando el aire como un grito desesperado. Dentro, Lucía yacía inconsciente, suspendida entre la vida y la muerte. El médico, un hombre canoso llamado doctor Méndez, revisaba su pulso con urgencia y ordenaba a las enfermeras:

¡Más rápido! Presión constante, no podemos permitir que pierda más sangre. ¡El bebé aún tiene posibilidades!

A su lado, Rosa se retorcía las manos, murmurando plegarias. La culpa le oprimía el pecho por no haber actuado antes, en la casa. Recordaba la mirada fría de Margarita, dura como el acero, y al fin comprendió la verdad.

**En urgencias**

Cuando llevaron a Lucía a urgencias, Javier se abalanzó sobre los médicos, los ojos enrojecidos por las lágrimas y la rabia.

¡Por favor, sálvenla! ¡Ella y nuestro hijo No puedo perderlos!

El doctor Méndez lo miró con la severidad de quien sabe que no hay tiempo para dramas.

Señor Delgado, espere fuera. Haremos todo lo humanamente posible.

Javier se quedó inmóvil un instante, pero al final cedió, destrozado, y se desplomó en un banco del pasillo. Se cubrió el rostro con las manos y, por primera vez en su vida, aquel hombre seguro de sí mismo sintió que el suelo se le escapaba bajo los pies.

Tras las puertas cerradas, el equipo médico luchaba por la vida de Lucía. Su respiración era débil, pero su corazón aún latía. El bebé, sin embargo, estaba en estado crítico. Los monitores pitaban rítmicamente, y la tensión era palpable.

**En la sala de espera**

Margarita entró en el hospital, escoltada por dos amigas que habían acudido rápidamente para actuar como testigos solícitas. Su rostro era una máscara de piedra, pero su voz temblorosa impresionaba a todos:

Pobre chica ¿cómo pudo resbalarse así? Solo quería que fuéramos una familia unida.

Rosa, arrinconada en un rincón, la miró fijamente, con odio contenido. Si hubiera tenido el valor de hablar entonces, quizá todo habría terminado. Pero el miedo al poder de Margarita, a su influencia en la ciudad y a cómo podía destrozar vidas la paralizaba.

**Javier y su madre**

¡Madre! estalló Javier, levantándose de golpe. ¿Dónde estabas cuando ocurrió esto? ¡Rosa dice que estabas cerca de ella!

Margarita le tocó el brazo con una ternura falsa:

Hijo, estaba arriba, en el piso de arriba. Solo vi cómo caía Todo pasó tan rápido. ¡Dios mío, si hubiera podido cogerla!

Lágrimas falsas le rodaban por las mejillas, pero Javier ya no estaba seguro de creerla. Una grieta, pequeña pero profunda, se abría en su confianza.

**Noticias del quirófano**

Tras horas de angustia, la puerta del quirófano se abrió. El doctor Méndez, con el rostro marcado por el cansancio, se acercó a Javier.

Señor Delgado, su esposa está viva. Ha sido una lucha dura, pero hemos estabilizado su estado. Sin embargo el bebé

Las palabras se le atragantaron un momento, y Javier entendió sin necesidad de más explicaciones. Su mundo se desmoronaba. Tambaleándose, se apoyó contra la pared, las lágrimas cayendo sin control.

Doctor necesito verla.

La trasladarán a la habitación pronto. Debe descansar. Pero debo informarle que hay marcas en su pecho y brazos. No parecen causadas solo por la caída. Estoy obligado a informar a las autoridades.

Margarita, que había escuchado, se quedó petrificada un instante. Luego recuperó la compostura y abrazó a su hijo, tratando de dominarlo con su falsa dulzura:

No les hagas caso, cariño. Ya sabes cómo surgen los rumores. Ahora solo necesitas tranquilidad.

**El despertar de Lucía**

Horas después, Lucía abrió los ojos. Estaba pálida, apenas podía respirar. Javier le besó la mano e intentó contener las lágrimas.

Lucía mi amor estás aquí conmigo.

Ella lo miró fijamente, y entonces sus ojos se llenaron de lágrimas. Intentó llevarse la mano al vientre, pero lo entendió todo en la mirada de su esposo. Un gemido desgarrador escapó de sus labios.

Nuestro bebé

Javier la abrazó con fuerza, susurrándole:

Superaremos esto juntos. Te tengo a ti, y eso es lo único que importa.

Pero en el alma de Lucía crecía otro dolor: no solo la pérdida, sino la certeza de que detrás de la tragedia estaba la mujer que debería haberla protegido.

**La confesión de Rosa**

Días después, Rosa no pudo soportar más el silencio. Encontró a Lucía sola en la habitación y, con voz temblorosa, confesó:

Señora Lucía debe saber la verdad. No se cayó sola. Doña Margarita la empujó. Yo lo vi todo.

Lucía sintió cómo la sangre abandonaba su rostro. Era la verdad que había intuido, pero ahora tenía confirmación.

Rosa ¿por qué me lo dices ahora?

Tenía miedo. Usted sabe el poder que tiene en la ciudad Pero ya no podía vivir con esta culpa.

Lucía le tomó la mano y, con una fuerza inesperada, susurró:

Te juro que no quedará impune.

**La investigación**

Días después, la policía abrió una investigación oficial. Las declaraciones de los médicos, las marcas en el cuerpo de Lucía y el testimonio de Rosa encajaban como piezas de un macabro rompecabezas.

Margarita, sin embargo, no era mujer que se rindiera fácilmente. Sus abogados prepararon estrategias, y amigos influyentes intentaron silenciar el escándalo.

Javier estaba desgarrado entre el amor por su madre y la cruda verdad. Lo atormentaban la mirada de Lucía, su silencioso dolor, y las palabras de Rosa, imposibles de ignorar.

**El enfrentamiento final**

Una noche, Javier fue al salón de la casa, donde Margarita lo esperaba, elegante y fría como siempre.

Madre, dime la verdad. ¿Empujaste a Lucía?

Margarita alzó la barbilla con orgullo.

Hijo, todo lo hice por tu bien. Ella no es digna de ti. Habría destruido tu vida. Yo salvé a nuestra familia.

Javier la miró con horror.

No tú lo has destruido todo. Mataste a nuestro hijo. Y por eso jamás te perdonaré.

Sus palabras cayeron como un rayo. Margarita permaneció inmóvil, pero en sus ojos ardía una llama de odio impotente.

**Epílogo**

El juicio que siguió conmocionó a toda Sevilla. Los periódicos hablaban de “la tragedia de los Delgado”, y la gente debatía en las calles.

Lucía, aunque frágil, encontró fuerzas para declarar. Rosa confirmó cada palabra. Los médicos presentaron pruebas irrefutables.

Margarita Delgado, antes respetada y temida, fue condenada a años de prisión por intento de homicidio.

Javier y Lucía, aunque marcados para siempre, hallaron consuelo en sus brazos. Juraron comenzar de nuevo, sin dejar que las sombras del pasado destruyeran su futuro.

Pero en lo más profundo de Lucía, la herida de la pérdida nunca cicatrizaría. Y cada vez que pisaba las escaleras de mármol de la casa, un escalofrío le recordaba: el amor puede salvar, pero el odio de una madre celosa mata más que una hoja afilada.

**Lección aprendida:** La familia no siempre es sangre. A veces, quienes juran protegerte

Rate article
MagistrUm
La ambulancia avanzaba a toda velocidad por las calles de Florencia