Con un despertar lento, Ana García siente un punzante dolor de cabeza que no remite, mientras una fatiga profunda la consume. Los niños, normalmente alborotadores, cierran la puerta en silencio como intentando no ser vistos. Apoyada en los codos, observa por la ventana cómo Alberto y Lucía se adentran rápidamente en el bosque. A medida que desaparecen entre los árboles, una opresiva angustia crece en su pecho.
—¡Lucía! ¡Alberto! ¡No os vayáis! —intenta gritar, aunque su voz apenas es un susurro ronco.
Sin respuesta, las siluetas se funden en el follaje, y el silencio vespertino absorbe todo rastro de ellos. Lágrimas surcan sus mejillas arrugadas como un arroyo imparable.
¿Cómo ha llegado a esto? ¿Cómo permitió que su propio hijo la traicionara? Estas preguntas martillean su mente mientras la oscuridad la envuelve. Cierra los ojos un instante para respirar con dificultad, pero al abrirlos no halla consuelo.
Toda su vida enfrentó obstáculos. Alberto, su hijo, siempre fue inconstante, errante y buscador de quimeras. Tras años viajando con trabajos ocasionales, volvió al hogar con su esposa Lucía. Mas trajo promes promesas vacías y esperanzas que pronto se desvanecieron.
Desde el nacimiento de Iván, su nieto que vive con ella, ella encontró su mayor alegría, la razón que nutría su alma. En circunstancias duras, le dedicó amor inquebrantable y trabajó sin tregua, ahorrando cada euro. Junto a su difunto marido, construyeron un hogar soñando un futuro mejor para la familia.
Pero un día, la calma se rompió cuando Alberto descubrió los a cuantiosos ahorros de su madre. Su actitud cambió radicalmente: brotó en él una avaricia voraz que exigía dinero para “invertir”, ignorando las enseñanzas de esfuerzo que ella le inculcó.
—¡Dame ese dinero ahora! —reclamaba Alberto insistentemente, mientras Ana, agotada por los requerimientos, se negaba con firmeza.
Lo que empezó como una discusión monetaria derivó en un enfrentamiento cargado de rencor y reproches.
La discusión escaló a gritos. La ira de Alberto creció, sus palabras se volvieron cortantes, tachando a su madre de egoísta y tacaña. Pero su verdadero anhelo no era solo el dinero, sino dominar doblegar su vida y sus decisiones.
Cuando Iván vuelve del colegio y presencia la pelea, interviene con determinación: expulsa a su padre de la habitación y calma a su abuela con una tila. Pese a la débil sonrisa de Ana, en su interior sabe que poco puede hacer. Iván marchará pronto a estudiar a otra ciudad, prometiendo volver al acabar la carrera.
Con los días, aunque Iván llama sin cesar, Ana nota que algo ha cambiado para siempre. Le falta fuerzas para seguir resistiendo. Su propio hijo la ha traicionado movido por la codicia.
Ahora, en la gélida penumbra del bosque y atada, una certeza la asfixia. ¿Cómo llegó ella a este abismo? ¿Por euros? Tras entregar su vida entera a la familia, al final fue traicionada por quien más amó.
Conclusión: La historia de Ana García refleja el dolor profundo que causan la avaricia y la traición intrafamiliar. Pese a sacrificios y amor incondicional, la ambición desmedida de un ser querido puede quebrar la confianza y destruir la unidad. Este relato subraya la importancia del respeto y la honestidad, valores imprescindibles para mantener los lazos familiares a lo largo del tiempo.