Hace mucho tiempo, en un lugar que ahora parece lejano, sucedió una historia de traición y justicia.
—¿Por qué permites que él te trate así, Lucía? No eres su propiedad. Eres fuerte, puedes escapar— susurró Carmen, acurrucada en el sofá.
Lucía dejó escapar un suspiro profundo antes de responder en voz baja:
—Es mi padre. Y tiene un papel con sellos y firmas donde dice claramente: “inestable”. Por eso estoy aquí. No es solo un hombre con dinero, es un hombre con poder. Da igual adónde huya, siempre me encontrará. Este círculo no se rompe…
—Entonces, mientras estés aquí, ayúdame. Te pagaré, todo limpio. Como debe ser— dijo Lucía con un guiño cómplice.
—Lo haría sin más— sonrió Carmen—, pero no rechazaré el dinero. Me servirá cuando vuelva a ser libre. No necesito magia para saber lo que ocurre, pero para confirmar el sueño… necesito un mechón de tu pelo.
Carmen sacó un pequeño cuchillo y cortó unos cabellos con destreza.
—Esta noche lo sabremos todo. Qué brebaje te dieron, por qué en vez de protección caíste en esa melancolía verde… lo descubriremos.
A la mañana siguiente, Lucía no encontraba a Carmen. La esquivaba, se escondía en los rincones, desaparecía durante los tratamientos.
—¿Por qué huyes de mí?— la atrapó Lucía en el jardín—. ¡Habíamos quedado!
—No me creerías— musitó Carmen, sombría—. Pensarás que te cuento fábulas por dinero.
—Basta. Dime qué viste.
Carmen la llevó a la arboleda más apartada y se sentó junto a ella.
—Escucha con atención. Soñé que…
Fernando se desperezó en la cama, adormilado.
—¡Despierta, dormilón! Tengo una nueva víctima.
—Déjame dormir…— gruñó él.
—Después descansarás. Mira este periódico. ¿Ves a esta mujer? Es Lucía, copropietaria de una empresa, sin familia… excepto por su futuro marido. Y ese serás tú, si todo sale bien.
—¿Casarme?— se le secó la garganta.
—Sí. Pero primero, enamórala. Sé cariñoso, humilde, finge ser pobre pero trabajador. Ella se compadecerá, te ayudará, invertirá en tu “negocio”.
—¿Y luego lo perderé todo y aparecerás tú?
—Exacto, cariño— Julia le acarició el pelo—. Cuando acepte el ritual, creyendo que te ayuda, le daré un maleficio. Un demonio devorará su mente. Después… un “accidente”. La herencia será tuya.
—Si funciona…
—Funcionará. Tenemos magia. Tú y yo.
Cuando Carmen terminó de hablar, Lucía permaneció en silencio, los labios apretados.
—¿Y bien?— preguntó Carmen, impaciente.
—Que actuaré. Primero, deshacernos del demonio. Luego… justicia.
—Te advierto: si tardas, huirán. Gente así no espera.
—Estoy lista. Ayúdame a expulsarlo.
Carmen cortó otro mechón.
—Prepárate. Cuando se vaya, Julia lo notará. No tendrás mucho tiempo.
EsLucía cerró los ojos, sintiendo el peso de los días pasados, pero ahora, con el mechón de pelo entre sus dedos, supo que la justicia, tarde o temprano, siempre llega.