**Justicia para Lucía: una historia que comenzó con traición**
—¿Por qué dejas que te trate así, Lucía? ¡No eres su propiedad! Eres fuerte, puedes salir de esto— susurró Carmen, acurrucada en el sofá.
Lucía suspiró hondo y respondió en voz baja:
—Es mi padre. Y tiene un papel con firma y sello donde pone claramente: “incapacitada”. Por eso estoy aquí. No es solo un hombre con dinero, es un hombre con poder. Da igual cuántas veces huya, siempre me encontrará. Este círculo no se rompe…
—Entonces, mientras estés aquí, ayúdame al menos. Te pagaré, todo será justo— guiñó un ojo conspiratoriamente.
—Lo habría hecho igual— sonrió Carmen—, pero no me negaré. El dinero me servirá cuando vuelva a ser libre. No necesito magia para saber lo que ocurre, pero para confirmar el sueño, necesito un mechón de tu pelo.
Rápidamente sacó una pequeña navaja y cortó unos cuantos cabellos.
—Esta noche todo quedará claro. Averiguaremos qué pócima te dieron, por qué en vez de protección obtuviste esa melancolía verde.
A la mañana siguiente, Lucía no encontraba a Carmen por ninguna parte. La esquivaba, se escondía en los rincones, desaparecía durante los tratamientos.
—¿Por qué huyes de mí?— la atrapó en el jardín—. ¡Tenemos un trato!
—No me creerás— murmuró Carmen, sombría—. Pensarás que te cuento cuentos por dinero.
—Basta. Dime qué viste.
Carmen la llevó a la parte más apartada del jardín y se sentó a su lado.
—Escucha con atención. Soñé…
** *
Constantino se desperezó en la cama, adormilado.
—¡Despierta, dormilón! Encontré a nuestra próxima víctima.
—Déjame dormir…— gimió.
—Después dormirás. Mira este periódico. ¿Ves a esta mujer? Se llama Lucía. Copropietaria de una empresa, sin familiares… excepto su futuro marido. Y ese serás tú.
—¿Casarme?— se le secó la garganta.
—Sí. Pero primero, enamórala. Sé cariñoso, humilde, hazte el pobre pero trabajador. Ella se acercará a ti, te ayudará, invertirá en tu “negocio”.
—¿Y luego lo pierdo todo? ¿Y apareces tú?
—Exacto, cariño— Julia acarició su cabeza—. Cuando acepte el ritual, creyendo que te ayuda, le pasaré una maldición. Un demonio devorará su mente. Luego, un “accidente”. La herencia será tuya.
—Si funciona…
—Lo haremos. Tenemos magia. Tú y yo.
** *
Cuando Carmen terminó, Lucía apretó los labios en silencio.
—¿Y bien?— inquirió Carmen, impaciente.
—Diré que actuaré. Primero, deshacernos del demonio. Después, la venganza.
—Te advierto: si tardas, huirán. Gente así no espera.
—Estoy lista. Ayúdame a expulsarlo.
Carmen cortó otro mechón.
—Prepárate. Cuando se vaya, Julia lo sentirá. Tendrás poco tiempo.
Esa noche, Lucía apenas durmió. Algo la sacudía, susurrándole al oído. Pero al amanecer, todo había cesado. El mundo parecía más claro. La gente, normal.
—¡Carmen! ¡Se fue!— irrumpió en la habitación de su amiga, pero la habían trasladado. Algo ocurrió esa noche.
—Volverá cuando mejore— prometió la enfermera.
Lucía no pudo contactar a Julia ni a Constantino. Sus teléfonos estaban muertos. Habían huido. Pero ahora lo urgente era salir de allí… y agradecer a Carmen.
—¡Estás viva!— gritó alegre cuando Carmen regresó.
—Lo logré. Devolví al demonio, pero casi me quedo con él— sonrió con voz ronca—. ¿Y tú?
—Se fueron. Desaparecieron. Me estoy recuperando. El médico dice que pronto me darán el alta.
—Yo me quedo. Mi padre lo ordenó. Pero me visitarás, ¿verdad?
—Claro. ¿Y cómo te contacto?
Carmen sacó de nuevo la navaja, cortó una trenza y se la tendió.
—Pon esto bajo tu almohada… y yo te escucharé.
—¿Y la venganza?
—No quiero mancharme las manos. Solo quiero justicia.
—Entonces déjamelo a mí. Pediré ayuda a quienes están más arriba. Que juzguen lo que merecen.
** *
**Seis meses después**
Lucía estaba en el sofá, con una copa de vino y un informe del detective privado.
Julia y Constantino huyeron. Lucía volvió a un piso vacío. Las cuentas, saqueadas. Todo lo invertido en el “negocio”, evaporado.
Julia dejó su trabajo y desapareció. Se fugaron juntos, pero la felicidad duró poco. El dinero no bastó. Se pelearon, repartieron el botín… y se separaron.
Julia se metió con alguien equivocado. El detective sugirió que la encontraron… o no. Posiblemente, en el fondo del mar.
—La magia no te salvó, Julia— susurró Lucía.
¿Y Constantino? Volvió a las estafas. Perdió. Contrajo deudas. No pudo pagar. Lo único valioso que le quedaba: sus órganos.
—Al menos salvó a alguien…— murmuró Lucía—. Todo en su justa medida.
Carmen ahora vivía en un bosque remoto, donde el padre de Lucía quiso construir casas. Lucía le regaló el terreno. Refugio. Hogar.
Sacó una trenza de una cajita y sonrió:
—Bueno, amiga… ¿Hablamos? Pronto iré a verte. Serán unas vacaciones mágicas…